SEMILLA Y SEMBRADOR
Hoy estamos de nuevo a orillas del mar. Miro a Jesús y me doy cuenta una vez más de lo atractivo de su figura: elegante pero sin ser distante (al contrario: acogedor), alegre, sonriente, sincero… Y cuando habla lo hace con una gracia tan especial… A lo que hay que sumarle la calidad de lo que dice, que no es poco.
No porque siempre esté predicando, pero siempre me quedo con la sensación que no hay palabra que sobre ni palabra que falte… Es más, parece que siempre las palabras van dirigidas a mi, que tienen algo que decirme o sugerirme, por más que se las diga a otro…
Todo en Él es edificante… No por nada le llamamos el Maestro.
Yo creo que todos se llevan esa impresión. Por eso se van acercando unos y otros hasta que se forma una gran multitud. Son tantos que Jesús se tiene que subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.
¡SEMBRADOR A TÚ SIEMBRA!
Así nos puede ver a todos, y todos lo miramos a Él. Así también le escuchamos mejor, que es lo que todos queremos: escucharle…
Resulta que Él nos habla en parábolas: «¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar su semilla.”
Tú y yo le escuchamos. La imagen es muy sugerente: el sembrador y la semilla…
Y nos damos cuenta que habla de las cosas que nos pasan a nosotros pero que también habla de Él mismo. Él es el sembrador; y Él es la semilla.
Aquí mismo, en esta escena del Evangelio Jesús está sembrando.
Nos está hablando a todos. Siembra buena semilla. Y lo hace sabiendo que no toda va a dar fruto… Algunos van a escuchar y no van a cambiar, otros se emocionan un ratito y luego se les olvida, entra por el oído izquierdo y sale por el derecho…
SIN PROCESOS DE SELECCIÓN
Pero me hace pensar: la siembra de Jesús es siembra generosa…; no está “optimizando”, si lo queremos ver en términos empresariales.
“Tú Señor eres dadivoso, magnánimo, no te andas con cálculos, lo das todo por las almas que te escuchan, le das todo a cualquiera que se cruza por tu camino. Otra cosa es que cada uno lo sepa aprovechar…”
Me atrevo a decir que Jesús no lo puede evitar. Él es así…
Salió el sembrador a sembrar su semilla… A mi me gusta esta repetición que no es repetidera, esta aliteración que no es por motivos poéticos. Es que simplemente es así.
En latín suena hasta más fuerte: exiit qui seminat seminare semen suum… -¡Y me gusta como suena!-
Se trata del sembrador (qui seminat). Él es el Sembrador, ese es su nombre, esa es su profesión, su oficio. No se entiende un sembrador que no siembre. Es algo que le define…
Si un sembrador no está sembrando ¿qué hace?
“¡Todo lo que haces Jesús es siembra! ¡Buena siembra, de buena semilla!”
Te veo y me doy cuenta.
HOY Y AHORA… ¡ LA SEMILA ESTA LISTA!
Se me escapa por la boca un deseo que se enciende en mi alma, como esos deseos de niño pequeño: “Yo, cuando sea grande, quiero ser sembrador”
¡Pero no hay que esperar a viejo! ¡Ya!
Ya soy sembrador. Al menos, debería serlo. Porque si Cristo es El Sembrador, los cristianos deberíamos ser sembradores. Es algo que nos define. Si no somos sembradores, no acabamos de ser cristianos… ¿Si un sembrador no siembra, qué hace? ¿Qué hacemos tú y yo…?
Ojalá nos empeñáramos por identificarnos tanto con Cristo que llegáramos a ser sembradores de paz, sembradores de alegría. Que con la naturalidad con la que lo hace Jesús supiéramos acercar las almas a Dios, que diéramos buenos consejos, que fuéramos acogedores, que transmitiéramos su mensaje de una forma agradable, atrayente.
Qué supiéramos alejar a los que nos rodean del pecado, que les animáramos a hacer el bien. Es lo que el Papa Francisco llama discipulado, lo que otros llaman apostolado. Es ser sembrador.
Ojo, que la semilla a sido sembrada en ti y en mi. Y todo árbol bueno da fruto bueno.
SOMOS SEMBRADORES Y SOMOS SEMILLA
Y, en el fruto viene la semilla. Semilla que luego se siembra; o semilla que se lleva un pájaro, una abeja o la rosa de los vientos. Pero semilla que se acaba sembrando y produce nuevos frutos.
Tú y yo somos sembradores y somos semilla.
Porque Jesús ha sembrado en nosotros y ha sembrado buena semilla.
Allí está es otra maravilla: la semilla misma…
No sé si lo has pensado, pero ¿cómo se puede esconder una secuoya, de 110 mts. de altura con 1,200 años de existencia, en una pequeña semilla?
Recuerdo haber sembrado una secuoya hace unos 20 años. Allí está todavía. Los que la sembramos bromeábamos que a su sombra se iban a cobijar los nietos de los nietos de los nietos de quienes ahora pasan por allí. Creo que no nos equivocábamos.
Ahora, esto también podría ser verdadero de nuestra siembra…
La siembra es buena. Es cierto que el fruto no viene siempre que se siembra, pero algún fruto viene. También es cierto que no siempre viene de forma inmediata…, pero viene. Algún fruto veremos, otros los verán los nietos de tus nietos, o tú y yo pero como se miran las cosas desde la eternidad… Porque ya estaremos del otro lado. ¡Pero que gusto nos vamos a llevar!
PROFESAR, EJERCITAR Y EJECUTAR
Lo que no tiene ni pies ni cabeza es ser un sembrador que no siembra…
Muchas excusas podemos inventarnos: es que no soy lo suficientemente bueno, es que no sé cómo decir las cosas, es que quién soy yo para sugerir esto o para corregir aquello, es que me da pena, es que, es que, es que… ¡Basta!
Algunos de esos argumentos pueden tener una pizca de razón, pero vamos y les ponemos remedio: leemos, pedimos consejo, pensamos, nos proponemos alguna meta y, sobre todo, rezamos, rezamos mucho; hacemos oración y luchamos por parecernos más a Cristo. Esa es la cantera de los buenos sembradores y en esos silos se guardan las buenas semillas.
Lo contrario sería la comodidad del que no se quiere “complicar la vida”; la del sembrador que no quiere sembrar; la de la semilla que no quiere morir a sí misma para dar fruto. En pocas palabras: un desperdicio… –¡Es la verdad!
Recuerdo…“Su primera visita a los museos vaticanos fue allá por 1960. Hoy, muchos años después, aquel turista de profundo sentido sobrenatural aún lo sigue contando. Le llamó mucho la atención una tumba datada muchos siglos antes de Cristo. Dentro de ella se encontraba el difunto y un buen puñado de sus posesiones. Allí, muy cerca de él, un ánfora con granos de trigo… un puñadito. Simiente intacta.
Pensé entonces –contaba a su auditorio– que, si ese grano hubiera muerto hace tantos cientos de años, desde entonces hasta ahora habría dado muchísimo fruto: trigo, panes –¡alimento!–, para pobres, para ricos, para todos… Pero esos granos no quisieron morir. Prefirieron vivir para sí mismos, y están muy bien custodiados, en un museo, muy orgullosos ellos… y muy pobres… ¡¡¡miles de años de ausencia de fruto!!!… por no querer morir.”
(Fulgencio Espa, Pascua 2015, vívela con Él)
Madre mía yo, no de grande sino ahora mismo, quiero ser sembrador. Ayúdame a serlo.