EL LEGADO DE JESÚS
En el Evangelio de la Misa de hoy escucharemos unas palabras de Jesús que Él pronuncia en la Última Cena, pero que ahora, a la vista de la fiesta que celebraremos el domingo, la fiesta de la Ascensión, cobran un nuevo sentido y nos llenan de esperanza.
Jesús le dice a los apóstoles:
«Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. Ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar».
Jesús en la Última Cena está dejando como un testamento y antes de irse al Cielo como que lo repite: —Ustedes ahora estarán tristes porque yo me voy al Cielo, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.
Muchas veces los artistas, los futbolistas, los actores, los cantantes y muchos otros personajes que han tenido una cierta fama, quieren retirarse y organizan un evento, una despedida, en la que dejan una especie de testamento. En un discurso recuerdan algunas de las cosas por las que adquirieron la fama.
Por ejemplo, un futbolista recuerda quizás una jugada o un gol. Un cantante recordará una canción que marcó una época o una generación. Incluso un humorista recordará un chiste que fue especialmente bueno. Y todos ellos quieren que lo recuerden por una cosa. Quieren dejar un legado.
Y de esta misma manera, al final de su vida, Jesús quiere dejarnos una herencia, un testamento.
¿Qué es lo que Tú, Jesús, ahora que estamos haciendo en este rato de oración, quieres dejarnos? ¿Qué quieres que recordemos de ti?
Y la respuesta la encontramos en el Evangelio. Jesús quiere que lo recordemos principalmente por dos cosas en primer lugar.
EL MANDAMIENTO DEL AMOR
Hace unos días, en la Santa Misa, leímos en el Evangelio que Él quería que lo recordáramos por el amor. Nos deja el mandamiento del amor. Nos dice:
«Que se amen los unos a los otros como yo los he amado».
Y quiere que lo recordemos por ese amor. Nos anima a repartir ese amor a otras personas. Y luego, como consecuencia de ese amor, como leíamos en el pasaje del Evangelio al principio de este rato de oración, nos anima a estar alegres, que tendrán una alegría que nadie podrá quitarles. ¡Nadie!
Jesús nos promete esa alegría, esa felicidad. Ya antes nos había prometido el ciento por uno aquí en la Tierra y la felicidad para siempre en el Cielo, porque esa es la marca representativa de los cristianos: su alegría.
El Papa Francisco, en muchas ocasiones nos ha animado a ser cristianos alegres. Nos decía en una ocasión, por ejemplo, que el carnet de identidad del cristiano es la alegría y no una alegría, que es simplemente una risa fácil, un sentimiento, sino algo mucho más profundo…
Decía el Papa:
“La alegría es un don del Señor, nos colma interiormente, es como una unción del Espíritu Santo. Y esa alegría está en la seguridad de que Jesús está con nosotros y con el Padre”.
Esa alegría, ese don del Señor que nos colma interiormente. Esa Unción del Espíritu Santo es la que nos da esa marca de identidad de los cristianos. Y por eso esa marca de identidad no se nota solo dentro interiormente, sino también fuera.
No podemos ser cristianos, como decía el Papa, con cara de vinagre. Esas personas que están como mirando siempre hacia abajo, hacia su ombligo, sino cristianos que miran hacia adelante con optimismo, con alegría.
JESÚS: FUENTE DE ALEGRÍA
Tenemos con nosotros a Jesús. Esa es la fuente de nuestra alegría. Jesús está con nosotros. El Resucitado está vivo y nos ha prometido que nunca nos dejará solos. Ese es el fundamento de nuestra alegría. Él nos acompaña, nos protege. Él estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Y esa promesa, no se queda solo en palabras. Es verdad que Cristo se fue al Cielo en cuerpo y alma, pero decidió quedarse con nosotros en el sacramento de la Eucaristía. Está en cada Sagrario, está ahí presente.
El beato Carlo Acutis nos decía:
“—Yo no necesito ir a Jerusalén, yo no necesito ir a Tierra Santa, porque sé que Jesús está en cada sagrario, en el sacramento de la Eucaristía”.
Y luego, además, el Señor nos envió al Espíritu Santo, esa fiesta que celebraremos dentro de dos semanas.
Pentecostés también nos recuerda eso, que el Señor se queda Él mismo y nos manda al Espíritu Santo. Por eso estamos llamados a ser cristianos alegres, optimistas.
Una vez escuché un comentario que hacía un sacerdote ya anciano, un poco enfermo o bastante enfermo más bien, y que él declaraba: —Yo soy optimista, sé que hoy estoy mejor de lo que estaré mañana.
Ese sacerdote tenía sentido del humor. Porque la alegría nos la da el sabernos acompañados por el Señor hoy y ahora, vivir nuestro presente acompañados por el Señor. Mirar hacia el futuro con alegría, porque sabemos que nos acompañará el Señor.
JAMÁS SEPARARNOS DE ÉL
San Pablo en una de sus cartas, nos recuerda también otro motivo de alegría, y es que el Señor está acompañándonos continuamente y que Él nos protegerá de nuestros obstáculos.
Dice en la Carta a los Romanos:
«—Porque tengo la certeza de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor».
Somos optimistas porque Jesús nos acompaña siempre, y nada, ni la muerte ni la vida, ningún poder en esta tierra, puede separarnos del amor de Cristo.
Ningún obstáculo, ningún problema pueden vencernos. No hay ningún problema que no podamos superar, si confiamos en Su gracia, en Su fuerza, en Su compañía. Jesús está siempre con nosotros.
Esa alegría que nadie puede quitar, que nadie puede quitarnos. Es una alegría que atrae a los demás también y que permite que otros se encuentren con Jesús y descubran el tesoro, la maravilla de vivir con Jesús.
Un autor italiano escribía en un libro, en una novela, su experiencia de lo que en mi país se llama ‘hacer dedo’. En otros países se llama ‘hacer auto stop’, o sea, pararse en la calle con el pulgar de la mano derecha levantado, pidiendo a los autos que a uno lo lleven.
Y hacía el siguiente comentario: —Para ser un buen autoestopista, los ojos son cruciales. No es el pulgar hacia arriba lo que atrae a los automovilistas. Eso es un código, nada más. Son los ojos. Los ojos hacen todo el trabajo.
En cuanto esté a tiro, tienes que poner los tuyos en los del automovilista de turno. Hay que dejar que las pupilas hablen. Tienen que transmitir bondad de corazón. Inocencia. Tienen que decir ‘llévame tranquilo’. La sonrisa se desencadena cuando el diálogo ocular ha concluido. Es el último gesto.
IR SIEMPRE ALEGRES
La alegría, la paz interior se notan y atraen. Que sepamos nosotros también llevar la alegría del amor de Dios, la alegría de la resurrección a todas las personas que nos rodean.
Ese ‘autoestopista’, esa persona que hace dedo, atrae a los automovilistas con su mirada limpia, con su sonrisa amable, con su alegría. Nosotros también podemos comunicar la alegría del Evangelio con esa actitud.
Terminamos este rato de oración, invocando a la Santísima Virgen. Ella es causa de nuestra alegría, como le decimos cada vez que rezamos las Letanías del Rosario.
Durante este tiempo de Pascua, la hemos repetido quizás cada día en la oración del Regina Coeli:
“Alégrate, Reina del Cielo, porque el que mereciste llevar en tu seno resucitó, como dijo. Ruega por nosotros a Dios.
Gózate y alégrate, Virgen María, porque resucitó el Señor verdaderamente».
Le hemos dicho dos o tres veces a la Virgen que se alegre, que se goce porque resucitó el Señor.
Y esa alegría de nuestra Madre es pegadiza, es contagiosa y le podemos pedir que Ella nos contagie su alegría, que ella nos haga a nosotros tan felices como ella.
Le pedimos que nos ayude a estar siempre alegres y que sepamos comunicar la alegría del Evangelio a todos los que nos rodean.