En el Evangelio de la misa de hoy leeremos aquella ocasión en la que Jesús curó a un hombre que tenía la mano seca, a la que no le fluía la sangre por las venas.
Ahora que está tan de moda la palabra “fluir”, quizá tú y yo le podamos encontrar un significado más profundo.
“Tú fluyes”, una frase de la que el mundo está perdidamente enamorado: “tú fluye”.
Hay algunos que dicen que fluir es dejar de ir contracorriente y simplemente vivir el momento presente, sin expectativas, para así permitirnos ver y actuar con base en lo que verdaderamente existe.
Nos podemos preguntar en la presencia de Dios, en este rato de oración que estamos haciendo, en contraste con el milagro del hombre de la mano seca, al que Jesús le hace fluir de nuevo la sangre por sus venas: “Jesús, Tú fluyes, ¿quieres que yo fluya?”
Pienso que sí, Jesús nos lo está demostrando en el Evangelio, porque mientras Él hace el milagro, dice el Evangelio:
“Los escribas y fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado y encontrar de qué acusarlo”
(Lc 6, 7).
Están pendientes de cómo acusarlo. Corazones repletos de envidia, de engaño; en cambio, el Señor manifiesta sencillez, sinceridad, coherencia.
Hay una persona que necesita su ayuda y Él va al grano, a la caridad, al cariño, a ayudar en sus necesidades; en cambio, los fariseos están llenos de malas intenciones.
¿FLUYO O ESTANCO?
“Jesús, yo cómo soy, ¿fluyo o estanco? ¿Respeto a los demás? ¿Sé reconocer sus muchas cualidades? O, por el contrario, ¿me pasa un poquito como estos fariseos: me comparo o me lleno de envidia?
¿Mi cariño por Ti y por los demás es como un río de agua limpia que corre y deja correr? O ¿soy como agua estancada, esa que se pudre con facilidad porque no fluyo, sino que tapo?”
Aquí en México hay una frase que resume la actitud de los fariseos, decimos: “Ni pichan, ni cachan, ni dejan batear” -haciendo un poco referencia al béisbol.
Parece que a Jesús le gusta lo sencillo, lo transparente, lo auténtico… ¿a quién no?
Por ejemplo, en otro pasaje del Evangelio aparece un personaje llamado Natanael, a quien el Señor le dice al verlo venir:
“He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño”
(Jn 1, 47).
Jesús alaba la sencillez de aquel hombre porque Jesús es amigo de la naturalidad; es decir, de la sencillez de la vida que nos lleva a des complicarnos interiormente, a quitar del alma esas esquinas donde se encierra el amor propio, el orgullo, la vanidad.
“Jesús, Tú quieres que yo fluya, que sea des complicado, pero, sobre todo, que tenga una actitud de confianza que brota de dentro, con serenidad, porque me siento bien querido por Dios que es mi Padre, que me ama incondicionalmente y eso hace que se aquieten mis sentidos, que todo se ordena en mi interior.
Y surge ese trato amable con los demás, que no es una pose que venga de fuera, sino algo que viene de dentro”.
HUIR DE LA HIPOCRESÍA
Yo soy el origen de mis acciones, porque soy libre, no soy un títere de Dios, pero, al mismo tiempo, se ha instalado como un manantial dentro de mí, que hace que mis gestos, mis palabras y mis acciones fluyan.
“Jesús, ayúdame a estar siempre contento, agradecido contigo y con los demás; a saber reconocerles sus cosas buenas con sencillez; a presentarme ante ellos transparente. Que mi tarjeta de presentación sea siempre la verdad perdiendo el miedo a que me conozcan como soy, sin máscaras.
En el trato con los demás, a no tomarme demasiado en serio a mí mismo; a huir de la hipocresía.
Dice san Josemaría, en ese librito que te aconsejo para hacer oración:
“Naturalidad. -Que vuestra vida de caballeros cristianos, de mujeres cristianas – vuestra sal y vuestra luz- fluya espontáneamente sin rarezas: llevad siempre con vosotros nuestro espíritu de sencillez”
(San Josemaría, Camino 379).
Nos ayuda a ser sencillos pensar que el Señor nos quiere, incluso con nuestras miserias -si sabemos reconocerlas- y luchar por vencerlas.
SENCILLEZ VS SOBERBIA
¿Cómo vivir esta sencillez? Pues necesitamos una profunda humildad, porque la humildad es la verdad; en cambio, la soberbia es la que nos hace complicados, la que nos quita la alegría y el cariño a los demás.
La soberbia tapa, nos impide fluir y por eso te pido Señor la humildad y la capacidad de corregirme a tiempo y así mantener siempre el alma joven, a pesar de que me vayan pasando los años.
Vamos a hacer examen, una especie de fluxómetro, a ver qué tanto fluyo y lo haremos con unas palabras de san Josemaría -que es un santo muy humano- que nos ayudan a ir descubriendo las manifestaciones de soberbia en nuestra vida.
En esta ocasión se trata de otro librito y escribe lo siguiente:
“Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad”.
Y empieza a enumerar una serie de cosas, te las voy a ir leyendo y, en la presencia de Dios, tú y yo vamos revisando nuestra alma:
– “Pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;
– Querer salirte siempre con la tuya; disputar sin razón o -cuando la tienes- insistir con tozudez y de mala manera;
– Dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;
– Despreciar el punto de vista de los demás;
– No mirar todos tus dones y cualidades como prestados;
– No reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;
– Citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;
– Hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan;
– Excusarte cuando se te reprende; (…)
– Oír con complacencia que te alaben o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;
– Dolerte de que otros sean más estimados que tú;
– Negarte a desempeñar oficios inferiores; (…)
– Avergonzarte porque careces de ciertos bienes…”
(San Josemaría, Surco 263).
¡Cuántas actitudes vemos reflejadas en nuestra vida! Que nos sirve para pedirle al Señor que nos ayude a estar más unidos a Él, a vivir en amistad con Él, logrando, luchando, pidiéndole la gracia de una sincera humildad. Porque como dice la Escritura:
“Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da su gracia”
(Sant 4, 6).
Vamos a pedirle con insistencia al Señor: “Jesús, dame conocimiento propio. Hazme aprovechar las ocasiones en que se pone de manifiesto que tengo los pies de barro. Ayúdame a rectificar cuando advierto una reacción de soberbia, a saber pedir perdón.
Que sepa recibir bien las humillaciones; que aprenda a pasar más desapercibido dándome al servicio de los demás.
Acudimos, como siempre, a santa María, ella es la más sencilla mujer que jamás haya existido, pídele a ella que te enseñe a fluir, a ser más sencillo, más humilde en la vida y, como ella, alegre y alegrando la vida de los demás.
Deja una respuesta