Estamos viviendo la Octava de Pascua. Las cosas han cambiado… Atrás quedaron los días de la Pasión y Muerte de nuestro Señor. Ha sucedido aquello que cambia todas las cosas, lo que le da un sentido distinto a todo: Jesús ha resucitado.
Para nosotros -para ti y para mí-, también significa volver a nuestras ocupaciones habituales, después de esa Semana Santa en la que hemos descansado y, ojalá, que hemos procurado vivir de cerca los acontecimientos de nuestra redención.
A los apóstoles les pasa igual. Mira:
«Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: —Voy a pescar.
Ellos le respondieron: Vamos también nosotros. Salieron y subieron a la barca»
(Jn 21, 2-3).
Nosotros podemos ser esos “otros dos discípulos”: tú y yo. Pedro vuelve a su trabajo habitual -tú y yo también: al estudio, a la oficina, a la universidad, a los trabajos de la casa… Todo parece igual, pero todo es distinto, porque Jesús ha resucitado.
Los apóstoles lo han visto, nosotros también. Y eso nos llena el corazón de alegría. Sabemos que ha resucitado y sabemos que en cualquier momento nos vuelve a salir al encuentro. Esa es la alegría que ellos llevan al trabajo, a la pesca y a las demás cosas que les ocupan en el día.
No sé si alguna vez lo has considerado: ¿Cómo deben haber esperado los apóstoles esos momentos en los que se les aparecía Jesús?
Deben haber vivido con un ansia de encontrarse con Él; pero un ansia alegre, esperanzada, como la ilusión que te hace encontrarte con un amigo al que extrañas…
Así se les ve a ellos en estos días: alegres, esperanzados, ilusionados, con una sonrisa constante de oreja a oreja.
LOS ALEGRADORES DE VIDAS
Contaba un sacerdote un suceso que tuvo lugar en la sala de espera del dentista.
“Llegó una señora sencilla y extrovertida. Serían más o menos las doce de la mañana y enseguida empezó a hablar. “¡No puede ser! Este mundo cada vez es menos humano.
Da pena ir por la calle. ¡Qué gris es todo! ¡Qué tristeza! ¡Cada uno a lo suyo! Todo el mundo va serio, con prisas; rara vez alguien se saluda y, cuando se hace, no va más allá de unos formales ‘buenos días’.
Somos como hormigas que vamos rápidamente de un sitio a otro consultando el reloj, ignorando a los demás. Pienso que como esto siga así, al final los ayuntamientos tendrán que crear un nuevo puesto de trabajo que será el de los alegradores de vidas.
Serán funcionarios pagados con la misión de estar por la calle sin otra función que la de ir alegrando la vida a los que pasen por ahí. Irán saludando:
¿Qué hay? ¡Buenos días! ¡Qué día más bonito! Pararán a las señoras que van con un niño: ¡Huy! ¡Qué guapo está!… ¿Cuánto tiene? Y a otro: si quiere le ayudo a llevar eso hasta el carro. A otra: el bolso le combina ideal con los zapatos. …”
Y añadía mil ejemplos más y (comenta el sacerdote) aproveché la ocasión para decirle que, en mi opinión, tenia buena parte de razón. Pero que los cristianos debemos ser esos ‘alegradores de vidas’”
(cfr. José Pedro Manglano. Diciembre: Adviento. Navidad).
Eso es; nosotros tenemos que serlo. Porque como decía un catecismo de niños. —¿Por qué los cristianos estamos siempre alegres? Y la contestación: —Los cristianos siempre estamos alegres porque Jesús ha resucitado.
Los cristianos somos los encargados de alegrar el mundo o el grupo de amigos, el lugar de trabajo, alegrar nuestras casas … Y eso siempre, porque Jesucristo ha resucitado para siempre, para ya no volver a morir y nos sale al encuentro.
Así que ¡a dar alegría!, aunque las cosas no nos vayan del todo bien. Como los apóstoles aquella jornada, porque:
«Esa noche no pescaron nada»
(Jn 21, 3).
Eso no afecta su fe ni su amor a Dios. Siguen siendo amigos del Resucitado. Lo siguen esperando, lo siguen deseando. Lo nuestro, a ver, no es puramente humano.
SONREIR CON DIENTES Y ALMA
No sé si ya te lo conté, pero me viene a la cabeza lo que contaba el hermano de una ingeniera que se fue a trabajar a Disney; no en la parte de disfrazarse de Mickey, sino en la parte de ingeniería, el trabajo que está bajo tierra, el que no se ve.
Y pasados unos meses la fueron a visitar. Se juntaron a almorzar en un tiempo libre que ella tenía y les contó cómo había sido todo el proceso: que era duro, exigente.
Le habían ido enseñando las cosas del trabajo y cada tanto le decían: “sonría” y ella sonreía. Y así, en jornadas exigentes, con cansancio: “sonría”. Y ella sonreía…
Lo que le resultó muy llamativo a este hermano suyo, es que resulta que mientras le contaba lo duro del trabajo se le salían las lágrimas… pero nunca dejó de sonreír.
Por supuesto que estaba encantada con el trabajo, aunque le costara esfuerzo. Pero lo curioso es que, humanamente, habían conseguido imprimirle una sonrisa en la cara, que no se la quitaban ni las lágrimas…
Ahora, tú y yo tenemos razones mucho más profundas para sonreír. Razones más profundas para estar alegres. Como decía la santa Madre Teresa de Calcuta:
«Que nada les llene de dolor o pena, como para hacerles olvidar la alegría del Señor Resucitado”.
A Pedro, Juan, Tomás y los demás que están ahí les puede haber ido mal esa noche. Pero eso no les quita la fe ni el amor a Jesús resucitado.
A mí me gusta mucho lo que san Josemaría comentaba en una ocasión de esta escena que escribe san Juan:
«Los discípulos no conocieron que fuese Él. Y Jesús les preguntó: muchachos, ¿tenéis algo qué comer? Esta escena familiar de Cristo, a mí, me hace gozar. ¡Que diga esto Jesucristo, Dios! ¡Él, que ya tiene cuerpo glorioso!” (San Josemaría, Amigos de Dios, punto 266).
La verdad es que llama la atención que Jesús, sin necesidad de comer, pida de comer. Lo que sucede es que tiene hambre de nosotros: de nuestro cariño, de nuestra compañía…
También es sorprendente que no le reconozcan ellos, ¡con las ganas que tienen de verlo! Pero es comprensible, porque ¿Cuántas veces tú y yo no nos despistados también, a pesar de ser conscientes que Dios está de nuestro lado?
EL AMOR DE JUAN Y LA FE DE PEDRO
Pero sigue la escena:
«Echad la red a la derecha y encontraréis. Echaron la red, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que había. Ahora entienden. Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca.
Entonces, el discípulo a quien Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!
Simón pedro apenas oyó es el Señor, vistió se la túnica y se echó al mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de audacia, de maravilla.»
Y se pregunta San Josemaría:
“Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?»
(San Josemaría, Amigos de Dios, punto 266).
Pidámosle a nuestra Madre que nos consiga el amor de Juan y la fe de Pedro. Que con ellas nos lancemos hacia Jesús para abrazarle, retenerle y ya nunca dejarlo. Eso nos llena el corazón de alegría. O, lo que es lo mismo, nos lo llenará de Resurrección.
El punto de amigos de Dios es del 266, para que lo corrijan.
Gracias por escribir las meditaciones, sirven mucho.
Gracias MA. Fernanda
El punto de amigos de Dios es del 266, para que lo corrijan.
Gracias por escribir las meditaciones, sirven mucho.
Gracias MA. Fernanda