El Evangelio que leemos hoy en la Misa, nos trae un comienzo que es un poco desalentador, comienza diciendo:
“Al oscurecer”
(Jn 6, 16)
De la claridad pasamos a las tinieblas, los discípulos de Jesús bajaron al lago. De la altura, bajamos al nivel del Lago.
Y se embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm, se meten en este lago que a veces lo llaman mar, y para los judíos el mar era un lugar poco seguro, más bien trataban de mantenerse en la orilla.
JESÚS SE HABÍA IDO A REZAR
Aunque en este caso, varios de ellos eran pescadores, pero, por si fuera poco, Jesús ya no estaba con ellos, se había ido a rezar. Esto pasó después de la multiplicación de los panes.
“Sabías, Señor, que querían hacerte rey y por eso te escabulliste, te fuiste a rezar. Y vemos a tus discípulos al anochecer, bajar, embarcarse y avanzar a través del lago hacia Cafarnaúm.
Y, por si fuera poco, soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando, y empezaban las olas a golpear la nave, y ellos remaban en contra del viento.
Habían hecho unos cinco o seis kilómetros, y entonces te vieron caminar por las aguas y se asustaron, y les dijiste:
«Soy yo. No teman.»
(Jn 6, 20)
Y te invitaron a subir a bordo, pero enseguida la barca tocó tierra, llegaron al lugar a donde estaban.
No sé exactamente cuánto les faltaría, tal vez 6 km si es que tenían que atravesar todo el lago.
En realidad, faltaba bastante más, al menos por lo que he escuchado yo, que no tuve la suerte de estar todavía en Tierra Santa. Pero da esa impresión, de que llegaron como de golpe.
Y esta escena nos puede hacer pensar en situaciones que día a día nos pueden suceder a nosotros, en las que no sé si en grandes cosas, pero sí en pequeñas.
SE NOS OSCURECE EL PANORAMA
A veces un poco el panorama se nos oscurece, bajamos de la altura, de estar en un buen estado de ánimo, con todas las pilas y empiezan a aparecer dificultades…
Como era ese mar que se empieza a encrespar, empiezan a aparecer las olas, el viento es contrario.
Y qué buena elección esta del Evangelio, que si bien, de entrada, los discípulos se asustaron al verte, lógicamente.
“Señor, te vieron de noche, caminando por las aguas, se asustaron, pero después su reacción fue, cuando les decís:
«Soy yo. No teman.»
Quieren que te subas a bordo, y enseguida llegan a donde estaban yendo.”
Y puede ser que, en esas dificultades diarias, -que repentinamente nos chocan-, nos hacen quizá, caer un poco la moral, desanimarnos, ponernos tristes, nerviosos, perder la paz.
Puede ser, que también ahí esté la oportunidad de encontrarte a Vos, Señor, que tal vez de entrada, no te reconocemos…
Quizá, tenemos la tendencia a decir: ¡huy, por qué esto sale así! o ¡Huy qué dificultad inesperada! O, esto realmente me cuesta, se me hace difícil superar esta situación…
Pueden ser cosas chiquitas, o simplemente estoy cansado, no me gusta esto que me toca hacer, esta persona me cuesta un poco más…
O pueden ser cosas más graves, o de salud, el sufrimiento de un ser querido, una situación económica apretada, un futuro incierto, cosas que no se terminan de definir …
MIRADA HUMANA
Y entonces, qué bueno, Señor, si no nos quedamos con la mirada “solo humana”, de la queja, del desánimo, sino que sabemos reconocer con Tu ayuda, la oportunidad de verte a Vos.
Quizás, Tu, nos invitas a que tomemos la Cruz, nos das la oportunidad de verte, para decirte como los apóstoles, – no sé ¿cómo te habrán dicho? –Vení, subí, te hacemos un lugar…
Y cuando llegas Vos a la barca, ¡las cosas cambian!, en este caso es una solución, que parece casi instantánea la que nos muestra el Evangelio, pues llegaron al lugar a donde iban.
Tal vez nuestras soluciones no son tan instantáneas, a veces puede ser que si…
Me acuerdo ahora de san Josemaría, que, en una época, cuando comenzaba a difundir su apostolado, esa misión que Dios le encomendó, de hacer el Opus Dei, comenzaron también las críticas…
Y mientras más conocido se hacía, más sufría ataques, incluso en los diarios, y llegó un momento en el que todo esto lo hacía sufrir, perder la paz, tanto que una noche no podía dormir y se fue a buscarte a Vos.
“Señor, a ponerse en Tu presencia en la Eucaristía, en una capilla y te dijo:
“Si Vos, Señor, no querés mi honra, yo para que la quiero.”
IRSE HACIA VOS
Seguramente, ya venía como llevando eso, intentando llevarlo con visión sobrenatural, pero esa entrega, ese “irse hacia Vos”, le dio mucha paz, lo serenó.
Y, qué distinto si las cosas las llevamos solos, o si procuramos decir: Señor, ayúdame que me cuesta, subite a mi barca, vamos entre los dos, no me dejes solo.
Esto parece algo tan sencillo y lógico, y a veces quizás no lo hacemos.
Uno por ahí se pasa un buen rato enojado, triste, pensando: ¿por qué esto es así? o ¿por qué esta persona me trató de esa manera?
“Y lo que nos faltaría, lo que nos vendría muy bien, Señor, es reconocerte, ahí caminando entre esas aguas agitadas, y escucharte que nos decís: Soy yo, estoy yo también acá, no tengas miedo, y hacerte subir a mi barca.”
¿Y cómo te voy a hacer subir? En este caso que les contaba de san Josemaría, él tuvo esa reacción de ir al Sagrario, de ir a buscarte en la Eucaristía.
Podemos hacer eso si perdemos la paz, es el momento de decirte una jaculatoria, decirte: “¡Señor, no me dejes, quédate conmigo, acompañame, ayudame!
SOLIDARIO CON NUESTRO DOLOR
Ir a buscarte en el sacramento de la Confesión, o de la Comunión, pero que no nos quedemos solos, que no te dejemos pasando por ahí…
Si hay alguien que sabe lo que nos hace sufrir, lo que nos quita la paz, y a quien no le es indiferente, sos Vos, Jesús.
Si hay alguien que nos comprende, que se compadece, ese sos Vos, y nos lo demostrás porque te hiciste tan cercano, porque quisiste también Vos, pasar por esas mismas cosas, que a veces nos prueban, nos hacen sufrir.
Vos libremente quisiste venir a hacerte solidario con nuestro dolor, por eso siempre podemos llamarte y confiar en que nunca ese llamado va a quedar desatendido.
De una manera u otra, de un modo instantáneo o tal vez con más tiempo, pero veremos los frutos, nos darás paz y sacaremos cosas buenas de esas pruebas.
Vamos a pedirle a nuestra madre, que nos ayude a tener ese acierto de descubrir a su Hijo, que está por ahí, a escuchar esas palabras: “Soy yo, no temas.” Y de subirlo a nuestra barca, en las cosas que nos cuesten, aunque sea muy pequeñas.