Para hablar contigo Jesús, podemos aprovechar hasta las distracciones en la oración.
El truco está en usar las dos neuronas que tenemos en la cabeza jugando dominó, la partida está atrancada pero hay que usar esas neuronas para ver cómo también las distracciones pueden acercarnos a Dios.
Te doy un ejemplo de lo que, hace un tiempo, me contó un amigo.
Resulta que él estaba haciendo esfuerzos para que hubiese verdadero diálogo en su oración personal (como todos nosotros), para que no fuese solamente ruido de palabras.
Procuraba luchar contra el cansancio, contra el aburrimiento, contra el sueño, porque era consciente de quién tenía delante de sí, que eres Tú Señor (hemos empezado esta oración diciendo: que nos ves, que nos oyes).
Y por eso este amigo intentaba escuchar tu voz Jesús.
Para eso, además de leer un poco el Evangelio u otro libro de consideraciones espirituales, este amigo procuraba guardar momentos de silencio, apoyándose en aquellas palabras del primer libro de Samuel:
“Habla Señor, que tu siervo escucha”
(1Sam 3,10).
Todo iba perfecto, hasta que hizo su entrada magistral “la loca de la casa”, como llamaba santa Teresa a la imaginación.
Y me contaba este muchacho que en estas estaba cuando empezó a tararear el clásico de Julio Jaramillo:
“ódiame por piedad, yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia, odio quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido…”
RECOMENZAR EL DIÁLOGO CON DIOS
Y como te decía, ante las distracciones en la oración, tenemos dos opciones: dejarnos llevar por la loca de la casa, por la imaginación y quién sabe dónde vamos a terminar, pero seguramente lejos de Dios o darle la vuelta y recomenzar el diálogo con Dios ahora a partir de la distracción.
Seguía contando el muchacho que esa canción llega a una frase en la que dice:
“Pero ten presente, de acuerdo a la experiencia, que tan solo se odia lo querido”.
Esto le dio pie para reengancharse con el diálogo con el Señor.
Me parece que esta frase de la canción tiene que ver con el Evangelio de hoy.
Estamos en el inicio de la Semana Santa y nos acercamos a ese momento en el que las multitudes verán pasar a Jesús con su Cruz a cuestas y nosotros vamos a hacer el esfuerzo de meternos en la escena como un personaje más, especialmente a lo largo de esta semana.
Nos vamos a apoyar especialmente también en san Josemaría, que a lo largo de su Vía Crucis, escribía:
“A derecha e izquierda, el Señor ve esa multitud que anda como ovejas sin pastor.
Podría llamarlos uno a uno, por sus nombres, por nuestros nombres.
Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación de los panes y de los peces, los que fueron curados de sus dolencias, los que adoctrinó junto al lago y en la montaña y en los pórticos del Templo”
DEL AMOR AL ODIO
Qué impresionante porque todas estas personas, en algún momento, te amaron Jesús -o al menos eso decían- y algo pasó que, en apenas una semana, esos mismos te dan la espalda, hasta el extremo del odio: “A ese no, a Barrabás” –gritaban a todo pulmón.
Justo ayer celebrábamos tu entrada triunfal a Jerusalén y ahora nos disponemos a ser testigos de cómo estas mismas gentes te gritan, te insultan, se burlan de Ti y prefieren verte muerto en la Cruz.
Pues qué acertado lo que dice la canción:
“tan solo se odia lo querido”.
¡Qué rápido se pasa del amor al odio! Y lo absurdo de todo es que es un odio hacia Dios. ¿Cómo es esto posible?
“Dios es amor. Pero también se puede odiar el amor cuando éste nos exige salir de uno mismo para ir más allá”
(Benedicto XVI, Jesús de Nazaret I).
Es verdad, se puede odiar lo amado, cuando resulta que no era lo que se esperaba y su modo de ser no nos gusta o nos decepciona. También cuando se dificulta reconocer a la persona que una vez se amó.
Es lo que sucedía con frecuencia en el pueblo de Israel. Ellos eran conscientes de una larga lista de experiencias del amor de Dios hacia ellos y son capaces de construir un gran templo y de dedicar su vida a predicar su ley, pero cuando Dios les revela algo exigente a través de los profetas, los persiguen y los asesinan.
No es lo que esperaban escuchar de Dios.
Muchos judíos amaban a Dios, pero a su modo. Era un amor imperfecto, condicionado, un amor celoso.
EL CORAZÓN DE MARÍA
Cuando es Dios mismo quien se revela ante ellos como es, dicen: a este no, a Barrabás. Porque el amor les exigía salir de sí mismos para ir más allá y claramente no están dispuestos a amar a un Dios así, un amor que exige porque ama.
Incluso cuando Dios actúa entre ellos, aborrecen sus obras. Hoy leemos en el Evangelio que:
“Los sumos sacerdotes querían matar a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús”
(Jn 12, 9-10).
Sí se puede odiar el amor y a las obras del amor. Incluso, cuando alguien que ama a Dios muestra su amor con obras, viene la envidia, el juicio, la murmuración.
Esa soberbia nos hace pensar que tenemos todos los datos y por eso estamos en posición de juzgar.
Pero hoy Jesús le hace ver a Judas que ese juicio que hizo era temerario. María recibe al Señor en su casa con el carísimo perfume de nardo y:
“ungió los pies de Jesús y los enjugó con su cabellera”
(Jn 12, 3–4).
Lo que pensó Judas no era descabellado: podía perfectamente parecer un desperdicio de dinero que se podía dar a los pobres.
Pero Jesús, que es Dios, sí tiene todos los datos y es capaz de ver en el corazón de María y en el de Judas y le corrige:
“Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura”
(Jn 12, 7-8).
Señor Tú si que sabes que María estaba muchísimo más enterada que el propio Judas.
PERDÓN SEÑOR
Te pedimos perdón Señor, por las muchas veces que hemos odiado tu amor hacia nosotros. Es verdad que a veces la palabra odio es muy fuerte, nosotros creo que no llegamos al punto de odiarte Jesús, pero te pedimos perdón por aquellas veces que no hemos querido tu voluntad.
Por aquellas veces que te hemos dicho que te amamos, pero ante ese amor tuyo, cuando nos pides más, nos rebelamos y gritamos también nosotros: “a ese no, a Barrabás; a ese no, a mi tiempo y mis preferencias; a ese no, a mi comodidad; a ese no, a mi orgullo, etc”.
Y así una larga lista de elecciones en las que preferimos tantas cosas por delante de Ti, Señor.
Perdónanos Jesús, por las veces que hemos odiado que otras personas te quieran más que nosotros.
Por las envidias, los juicios negativos que a nosotros nos parecen acertados; por el poco empeño en tener nosotros mismos detalles concretos de cariño hacia Ti como el de María, que vemos en el Evangelio de hoy o por no ayudar a los demás a que los tengan contigo también.
Al vernos esta semana, como un personaje más (como te decía), con nuestras manos manchadas de sangre, de la Sangre Preciosísima de Cristo, aprenderemos a ser más humildes y a darnos cuenta de que si nos alejamos, aunque sea un poco de tu amor, somos capaces de las peores atrocidades que un pobrecito hombre pueda cometer.
NO QUEREMOS DEJARTE SOLO
Volviendo a esta canción que nos podía haber distraído pero que nos está ayudando muchísimo a hacer este rato de oración, cuando alguien la interpreta dice:
“el rencor hiere menos que el olvido”,
esa persona prefiere el odio.
Ayúdanos, Señor, al menos a no caer en la indiferencia. No queremos dejarte solo en esta Semana Santa.
Queremos acompañarte con nuestra penitencia generosa, con nuestra oración, acudiendo al sacramento de la reconciliación con verdadero dolor de nuestras culpas, aborreciéndolas, aunque no nos parezcan tan graves.
No queremos dejarte solo en la Eucaristía, en la cárcel de amor que es el Sagrario.
Tampoco queremos dejar en el olvido a nuestra Madre.
“La Virgen Santísima es nuestra Madre y no queremos ni podemos dejarla sola”
(Vía Crucis, 13° estación).