¿Lo qué tú y yo hacemos todos los días tiene valor en sí mismo? ¿O qué es lo que le da valor? ¿Será que es valioso en tanto en cuanto es reconocido? ¿Será que depende de que se vea, que se note? ¿O servirá de algo incluso si no se ve, si no se nota…?
Fíjate en el Evangelio de hoy:
Sentado Jesús frente al gazofilacio, miraba cómo la gente echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho. Y al llegar una viuda pobre, echó dos monedas, que hacen la cuarta parte del as. Llamando a sus discípulos, les dijo: En verdad les digo que esta viuda pobre ha echado más en el gazofilacio que todos los otros, pues todos han echado algo de lo que les sobraba; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su sustento.
(Mc 12, 41-44)
¿Cómo miraste a esta viuda Señor…? ¿Con que ojos la viste? ¿Cúal fue tu mirada?
El resplandor en los ojos de Cristo muestra cómo le agrada la entrega escondida, el valor de lo pequeño, engrandecido por las disposiciones del alma…
Ahí, en ese lugar interior donde sólo nos encontramos Él y nosotros… cada uno…con Dios, a solas.
¡LO QUE DIOS VE!
La actitud interior de aquella mujer apunta a lo esencial: ¡Lo que Dios ve! Aquello que dice san Pablo:
“Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”
(Col 3, 1-4).
La materia prima de nuestra existencia (de la tuya y de la mía), son las circunstancias ordinarias (la casa, el trabajo, el estudio, las relaciones con las amistades), todo compuesto de muchas cosas pequeñas.
Qué importante es desenvolvernos no por llamar la atención sino, en todo caso, para darle a cada detalle un valor eterno. El valor que tienen dos monedas, que hacen la cuarta parte del as.
La pequeña mortificación, la última piedra en esa tarea encomendada, el heroísmo en los detalles. Porque es eso: ¡heroísmo! Cuidar lo pequeño y escondido no es tener el ánimo corto, ¡es darlo todo!: ella ha echado todo lo que tenía.
Jesús contrapone el comportamiento de aquella mujer al de los fariseos a los que les gusta ser admirados por la gente.
«Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa.»
(Mc 12, 38-40).
No es un planteamiento distinto al de nuestra época…
El mundo tiende a valorar lo que brilla con la luz del éxito, o del reconocimiento humano. “El figureo”. Cuando es Dios el único que conoce el verdadero valor de nuestra vida.
Lo nuestro es obrar, trabajar, vivir, para la gloria de Dios. Así despacio y con buena letra. Nuestro día a día, lo pequeño y oculto, pero con el talante y el aplomo de un hijo de Dios.
VIVIENDO PARA QUE DIGAN…
No el correr y hacer con el deseo equivocado de ser valorados. Vivir para que digan que soy una máquina, que yo mismo me convenza (a mí mismo) que soy arrollador.
El amor se demuestra en los pequeños detalles.
Recordaba san Josemaría, que el verdadero heroísmo debe manifestarse en la vida ordinaria, y se construye como los grandes edificios, piedra a piedra; a base de cosas pequeñas, de minúsculos vencimientos que, realizados por amor de Dios, convierten la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico.
¡Nunca lo pequeño tuvo un tamaño tan grande! En palabras de san Pedro de Alcántara:
“Mucho hace a los ojos de Dios quien hace todo lo que puede, aunque pueda poco”.
Y tú y yo, muchas veces simplemente podemos poco, pero si lo hacemos, de cara a los ojos de Dios, como esta viuda, hacemos mucho.
“Winston Churchill no exageraba cuando, al informar a la Cámara de los Comunes el 20 de agosto de 1940 de la indiscutible victoria de las escarapelas inglesas, proclamaba, elogiando a sus aviadores, decía:
«Hay una deuda de gratitud de todos los hogares de nuestra isla… con los pilotos británicos que, impávidos a pesar de la inferioridad numérica, incansables…, están cambiando la situación de la guerra gracias a su valentía. Nunca en el campo del conflicto humano tantos debieron tanto a tan pocos»”
(Los defectos de los santos, Jesús Urteaga).
¡Tenía toda la razón! Y nosotros podemos aportar lo nuestro. Aunque no sea llamativamente heroico. Pero se trata del heroísmo en lo pequeño. Y eso siempre aporta.
Siguiendo con la comparación de las situaciones de guerra. Leía hace poco que “en Venecia, en la plaza de San Marcos, sobre el dintel de una puerta, cerca de la Torre del Reloj, hay un relieve que es un simple vaso.
Pero un vaso que tiene su historia:
En 1310, algunas grandes familias de Venecia decidieron apoderarse por la fuerza de esta pequeña República y una noche reunieron a todos sus partidarios para asaltar el Palacio del Dux. Pero una viejecita que vivía cerca, en la entrada de una mercería, al verlos, tiró un vaso de metal desde su ventana para alertar a los guardias. Acudieron enseguida, y los conjurados, creyéndose traicionados, abandonaron su intento.
Esta viejecita aparentemente hizo poco, pero con eso bastó para salvar la República. Y la República ordenó que se pusiese ese vaso en el dintel de su casa como recuerdo. Y dicen que ahí sigue…
DIOS NOS DARÁ LA FORTALEZA NECESARIA
A veces lo nuestro puede efectivamente parecer una pequeña aportación, como la de aquella anciana que arrojó a la calle un pequeño vaso de metal…
“Es cierto que hay otras personas con más virtudes y más cualidades. Pero, si Dios nos llama, nos dará la fortaleza y las cualidades necesarias”.
Es más, Dios cuenta con lo nuestro…
(La llamada de Dios, Jesús Urteaga).
Y eso es lo nuestro: dos monedas, que hacen la cuarta parte del as, o un simple vaso de metal. Que no necesitamos que se ponga en el dintel de nuestra puerta. “Nos bastaría con que lo vieras Tú, Señor, y que nos vieras con la alegría, con el orgullo que viste a esta pobre viuda echar lo suyo en el gazofilacio.”
Yo te animo a que hagas un examen personal, que nos preguntemos: ¿En qué podemos ser más heroicos, más delicados, más generosos?
Podría ser en detalles de puntualidad, orden, laboriosidad, amabilidad y elegancia.
Que cuidemos nuestras practica de piedad; detalles de cariño al Señor Sacramentado, ahora que se acerca el Corpus Christi.
Como decía san Josemaría:
“Las almas grandes tienen muy en cuenta las cosas pequeñas” (Camino, n. 818).
Porque del cuidado de lo pequeño dependen muchas conversiones, confesiones, dependen la Iglesia y el mundo entero.
Como decía Churchill:
“Nunca (…) tantos debieron tanto a tan pocos.”
O, podríamos decir: Nunca tantos debieron tanto a tan poco (a cosas tan pequeñas, a detalles tan menudos).
Te comparto ya para ir terminando una reflexión de santa Teresa de Lisieux, santa Teresa del Niño Jesús, cuando era todavía una niña:
“Le gustaba divertirse tomando en sus manos un caleidoscopio, y se admiraba de cómo aquella especie de catalejo podía producir un fenómeno tan fascinante. Un día, tras examinar el interior del mecanismo, vio que se trataba simplemente de algunos pedacitos de papel y lana, echados acá y allá, cortados de cualquier manera, y tres cristales en el interior del tubo. «Esto fue para mí —escribiría en sus memorias— la imagen de un gran misterio. Nuestras acciones, aun las más pequeñas, mientras no se salgan del foco del amor, la Santísima Trinidad, figurada por los tres cristales convergentes, da sobre ellas un reflejo y una belleza admirables… Pero, si salimos de ese centro inefable del amor, ¿qué queda? Briznas de paja…».” (La llamada de Dios).
Y esto es muy cierto, las cosas pequeñas se hacen grandes si es grande -heroico- el amor a Dios y a los demás que ponemos en ellas. Pero si los sacamos de ahí… ahí queda…
Esto es lo que tiene la viuda: amor a Dios y confianza en Él. Que no nos falte a ti y a mi…