En este rato de oración hablamos contigo Señor y te escuchamos porque Tú nos hablas de muchas maneras.
Tú buscas comunicarnos las cosas importantes, buscas educarnos y mostrarnos cuáles son las cosas que son realmente valiosas.
Así leemos el Evangelio, por ejemplo, hace unos días para explicarnos lo importante que es estar siempre en oración, nos das una parábola.
Haces un milagro y luego explicas el amor de Dios a través de una imagen y así nos vas hablando de muchas maneras.
En la antigüedad la palabra de Dios también se hizo presente a través de Moisés, a través de otros escritos que son palabra de Dios que nosotros leemos y así también Señor te escuchamos.
Leemos esas narraciones y vamos aprendiendo lo que nos quieres comunicar. Nos lo dices a través de historias, de proverbios, de los salmos -por supuesto- y leemos en el segundo libro de los Macabeos una historia impresionante.
LOS MACABEOS
Había una persecución tremenda contra el pueblo de Dios, el pueblo que Dios había hecho, que le había dado la Ley.
Ese pueblo que quería vivir en fidelidad a Dios, que muchas veces no lo hizo, pero había muchas personas que sí querían obedecer la Ley de Dios, porque reconocían la grandeza de Dios.
Pero en una ocasión ese pueblo fue sometido y obligado a dejar sus creencias. Ahí aparece la historia que leemos:
“En aquellos días arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco Epífanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco (prohibida por la Ley)”
(2Mac 7, 1).
Luego la lectura del día de hoy se salta varios versículos, porque de esos siete hermanos, seis murieron torturados tremendamente con mucho sufrimiento y con mucha saña.
“La madre de estos seis hermanos fue muy digna de admiración y de glorioso recuerdo, porque viendo morir a sus hijos, lo soportó con entereza porque tenía puesta su esperanza en el Señor.
Llena de generosos sentimientos y uniendo un temple viril a la ternura femenina, animaba a cada uno de ellos en su lengua materna diciéndoles: “Yo no sé cómo aparecieron ustedes en mi seno, no he sido yo quien les ha dado el aliento y la vida, ni he unido yo los miembros que componen su cuerpo…””
(2Mac 7, 20-22).
LA VIDA ES UN DON
Aquí ya vemos la actitud de obediencia a Dios, la actitud de colaboración con Dios. Ella sabe que el creador es Dios, que la vida es un don, que ella no es dueña de sus hijos… ¡Qué gran enseñanza!
Qué gran enseñanza Señor nos das con estas palabras. Esta mujer sabe que sus hijos son un regalo de Dios y que ella tiene que cuidarlos y llevarlos hacia Él.
No son para que ella se entretenga o para que ella les diga lo que tienen que hacer simplemente porque ella piensa que son cosas buenas, sino que ella tiene que enseñarles la Ley de Dios, llevarlos hacia Él y estar feliz cuando estos jóvenes quieran obedecer a Dios.
Precisamente aquí está el sufrimiento de muchas madres cristianas que ven a sus hijos alejarse de Dios; pues paciencia, paciencia, muchas veces son cosas de la adolescencia, cosas de una cierta rebeldía.
Perseverando en la oración conseguirán que sus hijos se salven dándoles, en primer lugar, buen ejemplo de paciencia y de amor incondicional.
TENTACIÓN
Pero también las madres han de saber respetar la libertad de sus hijos, más aún cuando ellos quieren entregarse a Dios; cuando ese cumplir la voluntad de Dios los lleva a separarse de ellas o hacer algún plan que ellas no preveían y les cuesta entregar a sus hijos.
Ver el ejemplo de esta mujer que reconoce, en primer lugar, que ella es un instrumento para que ellos vinieran el mundo; ella ha colaborado y son sus hijos, pero, sobre todo, son hijos de Dios.
Quedaba el más pequeño de los siete hermanos y el rey trataba de ganárselo no solo con palabras, sino hasta con juramentos. Le prometía hacerlo rico y feliz con tal de que renegara de las tradiciones de sus padres; lo haría su amigo y le daría un cargo.
Es una gran tentación, ya han muerto sus hermanos y a él le prometen no solo que le van a perdonar la vida, sino que le van a dar riquezas, honor, importancia… será amigo del rey, porque para el rey era muy importante eso, sería como una victoria para él.
Es una tentación.
Así funciona el demonio que nos tienta, que nos ofrece una felicidad, una paz, un bien aparente, algo que no nos va a hacer feliz, algo que no va a llenar nuestro corazón.
PIDAMOS AYUDA AL SEÑOR
“Señor, ayúdame porque la tentación se hace presente en mi vida”.
Tú platícale a Dios ahora que estamos haciendo oración, platícale cuáles son tus tentaciones.
Es importante que en nuestra oración hablemos con Dios y, además de escucharlo como procuramos hacerlo ahora al leer este relato del Antiguo Testamento, también nosotros hablarle.
“Señor, así como este muchacho tuvo esta tentación de no serte fiel, de negarte, porque se le ofrecía la amistad con el rey y diferentes bienes, así también a mí vienen tentaciones de este tipo, de este otro y a veces he caído, a veces caigo, porque me dejo llevar por ese bien que es aparente.
Pero luego me doy cuenta de que no me hizo feliz, que me hizo perder la paz, perder el tiempo.
Quiero ser como este joven que superó la tentación”, que les dijo a los verdugos:
“¿Qué esperan? No voy a obedecer la orden del rey; yo obedezco los mandamientos de la Ley dada a nuestros padres por medio de Moisés.
Y tú (le dice al rey), que eres el causante de tantas desgracias para los hebreos, no escaparás de las manos de Dios””
(2Mac 7, 30-31).
Su mamá lo animó y le dijo:
“No tengas miedo al verdugo, sigue el buen ejemplo de tus hermanos y acepta la muerte para que, por la misericordia de Dios, te vuelva yo a encontrar con ellos”
(2Mac 7, 29).
¡Qué bonita expresión de esperanza!
Leímos al principio que ella tenía esperanza, que ella fue honrada porque soportó con entereza los sufrimientos pues tenía la esperanza puesta en Dios.
Así, con la esperanza puesta en Dios, sabiendo que Dios es el autor de todo, que Él nos va a recompensar, que Él va a juzgar, podemos superar las tentaciones y podemos prescindir de los placeres de esta vida.
Prescindir de las tentaciones de esos bienes que nos muestra la tentación con engaño y sufrir quizá aquí un poco para después gozar siempre con Dios. Eso es la esperanza.
“Señor, ayúdanos, danos una esperanza grande que nos ayude a saber superar las tentaciones”.
Acudimos a nuestra Madre la Virgen que nos apoya, que nos anima como esta madre animó a sus hijos a ser muy fieles, a cumplir la voluntad de Dios.