Nos habían recomendado aquí una serie llamada “THE CHOSEN” (“Los Elegidos”), una serie sobre la vida de Jesús, los Apóstoles, y otros personajes del Evangelio como Nicodemo y María Magdalena.
Tengo que confesarte que al principio pensé que iba a ser una más, ¡pero no! Es realmente original. Una vida de Cristo narrada desde una perspectiva sumamente fresca. Desde el principio me cautivó porque a mí siempre me habían aconsejado intentar leer el Evangelio e imaginarlo en mi cabeza como si estuviera viendo una película. Y esta serie, logra esto, logra meterte de una manera muy auténtica en las escenas del Evangelio. Así que para qué te cuento más… No te digo más, solo que te la recomiendo muchísimo. Además, es completamente gratis en todas las plataformas de Internet.
Y me recordaba de esta serie al leer el Evangelio de la misa de hoy. Te lo leo:
“En aquel tiempo Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios, acompañado por los doce y por algunas mujeres que habían sido curadas de espíritu los malos y de enfermedades. María, la Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes”
(Lc 8, 1-3).
“Jesús: Así quieres que sea mi vida también. Tú también me has elegido para seguirte por los caminos de la tierra. Para anunciar la Buena Nueva de tu Resurrección y de la alegría de vivir una vida con sentido de amor en todo lo que hago”.
¿Cuántas veces habremos escuchado esta palabra tan sencilla del Evangelio de labios de Jesús? Sígueme. Sígueme. El asunto de fondo es que, siendo probablemente una de las frases más simples y obvias del Evangelio, es al mismo tiempo una de las más significativas que Jesús nos puede decir: ¡Sígueme!
Ponte a pensar: ¿Qué significa seguir a alguien?
Bueno, pues es probablemente una de las cosas más inmediatas que uno puede hacer. Imagínate un paseo por el campo o subir una montaña. Una actividad en la que no puedas hacer otra cosa, porque si te distraes, te pierdes. Pero no es una angustia, al contrario. En esa consistencia de seguir a alguien surge espontáneamente una relación de amistad.
¿No será esto, a fin de cuentas, el último deseo de Jesús para cada uno de nosotros? ¿Que se dé entre tú y Él una relación de amor y de amistad?
¡Sígueme! Como diciendo, la nueva vida que te he ganado con mi Resurrección quiero que se desarrolle en un proceso que requiere que cada día renueves tu deseo de seguirme.
No sé si te has dado cuenta de que nunca en las Escrituras, Dios reveló sus planes por completo a nadie. Dios nunca nos mandó ni nos manda un manual de instrucciones o mapa para el camino. ¿Qué es lo que hay? Una llamada a dar la vida por un ideal. Una vocación a la que nos está invitando Jesús. Pero nunca nos da las cosas hechas. Y el motivo de esto no es porque esté jugando con nosotros, sino porque quiere que confiemos en Él. “Tú Jesús, que eres muy compasivo con nosotros, nos dices: Mira, tú sígueme. Porque te quiero y sé lo que es mejor para ti. Confía en Mí y sígueme”.
Suena tan sencillo y práctico, pero el problema, es que en la práctica muchas veces nos perdemos, porque nos imaginamos o deseamos, otras cosas del simple seguir a Jesús cada día.
Bueno, yo quisiera hablarte de tres razones por las que nos perdemos: el ambiente, las pasiones y el miedo.
La primera es el ambiente. ¿Qué van a decir los demás si yo me decido a una vida de entrega a Dios?
Muchas personas a las que Dios llama, pues quizá nunca responderán, no tanto por el sacrificio que implica esa vida, sino por el ¿qué van a decir mis amigos? ¿qué van a decir en mi grupo? ¿qué dirá mi familia? Es el primer freno, el qué van a decir de mí. Es un poco triste, que tú y yo hagamos las cosas o dejemos de hacer lo que Jesús nos pidiera, por lo que pensarán los demás.
La segunda son las pasiones, el placer desordenado. Cuántas veces nos pasa como lo que contaba San Agustín en el libro de las Confesiones, que vivimos como ese drama de tener por un lado un deseo profundo, hermoso, de amar a Dios, de tener una vida limpia, un corazón casto de la belleza, de darnos a los demás a través del servicio. Esa luz que es hermosa y que va colmando de gozo el corazón.
Pero por otro lado, está esa fuerza incontrolable de las pasiones que nos tiran para abajo. La lujuria que nos promete el éxtasis, pero que apenas se ha saboreado a uno lo dejan triste y solo. En un ambiente como en el que estamos ahora, seguir a Jesús exige decidirse por una mirada, una mirada limpia. A saber decir que no a todas esas cosas que corrompen el corazón, por decir que SÍ a Jesús, a llenar el corazón de cosas buenas y gozarnos con ellas.
Y la tercera razón por la que pienso que dejamos de seguir a Jesús
Es quizá la más difícil, la que atenaza a muchas almas cuando Cristo pasa y es el miedo. Lo que más mancha el alma es el miedo, porque a uno lo paraliza y nos separa de Dios. El miedo que nos da, por ejemplo, no controlar la propia vida, porque seguir a Cristo implica precisamente eso, ir donde me lleva Él. Poner mi destino, mi felicidad, mi seguridad en manos de Jesús. Y eso nos da miedo. Sin embargo, es el camino que nos va a colmar el corazón de alegría y de paz, porque es el camino del amor.
Fíjate como en el matrimonio es lo mismo, amar a una persona al final conlleva eso, poner mi vida en manos de otro. Es el amor esponsal, que es muy bonito y con Dios, en concreto, es el amor filial, que es el amor más profundo y más intenso que existe sobre la tierra. Pero siempre habrá muchas voces que quieran acallar ese seguimiento. Esa nostalgia de seguir a Jesús.
Quizás tú puedas pensar la tuya, en tu oración, algo que no te deja ir hacia Jesús con agilidad, con pasión, con generosidad y audacia.
Es que cuando uno percibe la fuerza de la mirada de Jesús, porque al final, más allá de las cosas que a veces nos impiden seguir al Señor, la fuerza que tiene Tu mirada, Señor, de saber que nos quieres tanto y que nos quiere porque somos nosotros, no porque hagamos tal o cual cosa, o porque logremos tal o cual mérito… No, Él nos quiere incondicionalmente. Bueno, cuando uno se da cuenta de eso, le salen unas fuerzas interiores capaces de dar la vida, y mil vidas que tuviera en ese seguimiento de Jesús. Es como si te quitaran unas cadenas de encima que no te dejaban ser tú mismo. La pereza, la sensualidad, la soberbia que no nos dejan ser nosotros.
Y para salir de allí es necesario tener esta experiencia del amor, que es la experiencia, la certeza de que Dios nos quiere tanto.
¿Tú has sentido esa mirada de Jesús que se posa sobre ti con ternura, que descubres que eres amado… No por lo que haces, no por lo que tienes, sino por ser tú quien eres… y que te llama a seguirlo?
Es como si se te cayeran las escamas de los ojos y de pronto comenzaras a ver todo con claridad, porque lo ves desde la perspectiva del amor. Es entender que tu vida, ha estado siempre colmada de muchísimo amor, como que se desborda el corazón hacia muchísima gente.
Termino con una anécdota que nos une como siempre a una petición a María y que nos puede dar luz para este tema… Hace años en Italia sucedió un incendio en un edificio y en un quinto piso, un niño se quedó encerrado en su cuarto.
Los bomberos fueron ahí y sacaron a todo el mundo, pero el niño, estaba ahí encerrado en su habitación y cuando quiso salir pues ya no podía, porque todo estaba ardiendo.
Y entonces los bomberos le dijeron al asomarse por la ventana:
-¡Lánzate y ponemos unas colchonetas para que caigas bien!
Pero al ver tanto humo por el incendio el niño les respondió que no veía. Sabía que estaba en un quinto piso y no se atrevía. Hasta que llegó su mamá, le gritó:
-¡Lánzate hijo!
Y él desde arriba le dijo:
-¡Mamá, no veo! La mamá le dijo: (fíjate qué bonitas palabras) -¡Tú no ves, pero yo sí. ¡Confía en mí! Y el niño se lanzó”.
Una pena que cayera mal, ¿verdad?… No es una broma…
¡Pero cayó perfecto!
Y ésta es una idea que manifiesta profundamente, y de un modo claro lo que es la vida interior. Lo que es el mensaje del Evangelio y lo que Jesús nos quiere decir hoy.
El seguimiento de Cristo es fiarse de Jesús. “Yo no veo. Pero Tú sí, Jesús. Y Tú eres mis ojos. Y María también”. ¡Pues Señora, ábreme los ojos para descubrir esa mirada de amor de tu Hijo Jesús!