En el Evangelio de los últimos días, los escribas han estado bombardeando a Jesús con preguntas. ¡Qué pesados!
Tú, Jesús, has ido respondiendo. Pero a ellos no hay quien “los baje del macho” como dicen. O sea, necios. No hay quién los saque de su ceguera. «Están ciegos Jesús; Te ven y no te ven; Te escuchan y no te escuchan. Porque siguen empeñados en su necedad… Tú mismo lo dijiste en una ocasión»:
“Son ciegos, guías de ciegos; y, si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo”.
(Mt 15,14)
Pero esto es lo sorprendente: son neciamente ciegos… Hoy les lanzas una pregunta que les podría hacer entrar en razón, pero nada…
«¿Cómo es que dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, ha dicho: Dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies». El mismo David le llama «Señor». Entonces, ¿cómo va a ser hijo suyo?».
(Mc 12, 35-37)
CIEGOS, SORDOS, NECIOS…
Toda la muchedumbre se queda admirada, porque les pones a pensar, les llevas a cosas más elevadas… pero ellos: ciegos, sordos, necios… Son más ciegos que Tobit, cuya historia hemos estado leyendo en la primera lectura estos días también. Él sí estaba ciego, físicamente ciego, pero no era su culpa. Muy ciego puede estar, pero Tobit está atento… Y cuando vuelve su hijo, Tobías, del largo viaje que ha hecho,
«Tobit se levantó y dando tropiezos salió a la puerta del patio».
Bastante atento está. Y pone los medios que puede poner: se levanta con todo y su ceguera y hasta se tropieza, pero no le importa.
Nosotros, tú y yo, ¿somos Tobit o somos escribas?
EXPERIMENTO CON JOSHUA BELL
Te comparto algo:
“En el 2007, (…) «The Washington Post» decidió hacer un experimento que luego publicaron (…) Consistía en observar la reacción de la gente ante la música tocada por Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo, que aceptó la propuesta de actuar de incógnito en el subterráneo estadounidense. El 12 de enero…, a las 07.51 de la mañana, el artista y ex niño prodigio comenzó su recital de seis melodías de diversos compositores clásicos en la estación de L’Enfant Plaza, epicentro del Washington federal, entre decenas de personas cuyo único pensamiento era llegar a tiempo al trabajo. (…)
DE INCÓGNITO
En ese momento, Bell, ataviado con unos vaqueros, una camiseta de manga larga y una gorra, comenzó a emitir magia desde su Stradivarius de 1713 —valorado en 3,5 millones de dólares— ante las 1.097 personas que pasaron a escasos metros de él durante su actuación. En los 43 minutos que tocó, el violinista recaudó en su estuche únicamente 32 dólares y 17 céntimos (la cifra está muy lejos de los 100 dólares que los amantes de su música pagaron tres días antes por asientos decentes —no los mejores— en el Boston Symphony Hall, que registró un lleno completo).
SOLO UNO LE RECONOCE
En cambio, en L’Enfant Plaza, alejado de las campañas de promoción de su arte, fuera de los grandes escenarios y con la única compañía de su violín, a Bell sólo lo reconoció una persona y muy pocas más se detuvieron siquiera unos momentos a escucharle. De hecho, pasaron tres minutos y 63 personas hasta que alguien se cercioró de que, efectivamente, una melodía sonaba en el subterráneo.” (cfr. Fernando del Moral, Adviento-Navidad 2018, con Él).
Este experimento es increíble. Me parece bastante sugestivo… Los escribas tienen delante al mismo Dios hecho Hombre y no lo ven. Lo ven y no lo ven. Lo escuchan y no lo escuchan. Nosotros, tú y yo, nos cruzamos con Dios cada vez que pasamos cerca de una Iglesia; cada vez que nos encontramos con un necesitado (sea un pordiosero o alguien de tu familia o un amigo, que necesita de tu atención), cada vez que vamos a Misa, cada vez que leemos los Evangelios, cada vez que nos dan un buen consejo… ¿Nos hacemos los ciegos, los sordos o lo sabemos reconocer?
¡Cuidado! Porque podemos estar delante del concertista más famoso y no reconocerlo. Podemos estar delante de Dios y no reconocerlo… ¿O será que tú y yo necesitamos campañas de promoción, grandes escenarios, para reconocerle?
QUE TE VEA Y TE DESCUBRA
¡Jesús, que te vea! ¡Que te vea, que sepa descubrirte, que sepa escucharte!
Ahora, si lo reconocemos, si lo escuchamos, las cosas cambian. En cuanto nos toca Dios, en cuanto nos dejamos tocar por Él, ya no somos el mismo.
A Tobit su hijo
«le aplicó el medicamento.»
El medicamento se lo había dado su compañero de viaje Rafael, que resulta que era el Arcángel San Rafael (su nombre significa medicina de Dios). Entonces,
«con una y otra mano le quitó las manchas blancas de las comisuras de sus ojos. Tobit se abalanzó sobre el cuello de su hijo y con lágrimas exclamó: —Te veo, hijo, ¡luz de mis ojos!»
Nos podemos imaginar la escena con facilidad. Tobit ya no es el mismo… ¡Salta de alegría! ¡Es un hombre distinto!
DEJARSE TRANSFORMAR
Hay que dejarse tocar, dejarse transformar, dejarse interpelar. Porque no se trata simplemente de algo externo. Es algo que nos cambia interiormente…
No es ver a Dios como quien ve a un artista para que me entretenga, para que me divierta. Es dejarme interpelar por Él y responder en consecuencia… Eso llena el corazón y lo llena de alegría:
«Te veo… ¡luz de mis ojos!»
Triste espectáculo sería ser un cristiano, un católico, ciego, sordo… El que no se encuentra con Dios, el que no le reconoce aunque lo tiene delante. El que espera sólo encontrárselo en ocasiones extraordinarias, impactantes…
Ese nunca se lo encontrará. Entonces acabará siendo sólo fachada. Eso no es cristiano. Ya hacían eso los escribas y mira cómo se equivocaban…
NO PERDERSE EN LO LLAMATIVO, SIN CONTENIDO
Triste espectáculo del que se deja llevar por golpes de efecto, para luego olvidarse de Dios, para luego decir que la Misa es aburrida o que rezar es tedioso… El que anda en busca de lo llamativo, pero vacío de contenido…
Como aquel espectáculo de “la mona de Alejandría” del que hablaba un Padre de la Iglesia, san Gregorio de Nisa. Resulta que toda la gente en Alejandría pagaba por ir a ver bailar a una mona (simio, chimpancé) en un escenario. Era todo un show, todo mundo embelesado, el teatro atestado de gente.
TRISTE ESPECTACULO
Hasta que un buen día, a un joven se le ocurrió lanzar unas almendras al escenario y la mona tiro vestido y todo lo que llevaba puesto a un lado y se lanzó -mona como era- a comerse lo que le habían arrojado. Aquello fue el acabose del espectáculo. Todo mundo recordó que no era más que una mona… (cfr. Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)
PASAS SILENCIOSO
Tú Jesús no eres un showman, no eres un “hombre-orquesta”. Eres Dios, que pasa silencioso, en lo más ordinario, muchas veces, sin llamar la atención.
¡Jesús, que te vea! ¡Que te vea, que sepa descubrirte, que sepa escucharte! y que me cambies… Porque una vez que te vea ya no puedo quedar igual…
Quiero saltar de la alegría como Tobit para encontrarme contigo, no saltar como la mona de Alejandría sin sentido alguno… Tampoco quedarme de brazos cruzados como los escribas que, aún teniéndote delante, no te saben reconocer…
Madre nuestra, muéstrame a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Que le vea a Él y que te vea a ti.
Muchas gracias por acercarnos a la oración de manera tan clara y agradable.
Que gran labor de evangelización .
Muchas gracias por acercarnos a la oración de manera tan clara y agradable.
Que gran labor de evangelización .