Icono del sitio Hablar con Jesús

SAN MATEO

MATEO

Imagínate que estas sentado en el escritorio, en tu casa o en la oficina, trabajando. O puede ser que estés en la cocina, terminando de preparar una comida o recogiendo ya las cosas. Incluso en el carro (si eres de esos de los que ya pueden salir de sus casas) y vas camino del colegio, o de la Universidad o del trabajo.  «Cualquiera de estas circunstancias»

Estas allí sentado y,  de repente, pasa Jesús enfrente tuyo… Es Él. Lo reconoces. Y sabes perfectamente que es Jesús. Algo habías oído de rumores en redes sociales, en las noticias que Jesús había sido visto por aquí y por allá. Como si hubiera descendido por unos días a esta tierra nuestra; la verdad es que lo hace todos los días en la Eucaristía, pero esta vez está con cuerpo visible… ¡Y lo han visto!

Tal vez has entretenido la idea de lo increíble que sería encontrarse con Él, comentarle tus cosas, preguntarle otras tantas, resolver dudas que te asaltan, abrirle el corazón. Pero no sabes muy bien dónde ni cómo encontrarte con Él…

Pero, de repente, resulta que Jesús pasa por el pasillo de tu casa; enfrente de donde estas sentado. O pasa delante de tu carro, en un paso de cebra en el semáforo en el que estas parado… y «Se detiene». Y te voltea a ver. Pero no solo eso, sino que te dice: “fulanito o fulanita venite conmigo”. Tal vez la primera reacción, no sé .si es lo que se te viene a la cabeza, pero la primera reacción creo yo que sería:

Soy el último gato, no soy nada: está el Papa, hay gente muy santa, hay gente muy buena o más influyente o con más cualidades que yo… ¿por qué se fija en mi?  Todos estos pensamientos se cruzan por tu cabeza. ¡¿Qué sentirías?! ¡¿Qué harías?!

¿Cómo se habrá sentido Leví? Creo que algo de esto nos sirve para entenderlo… Dice el Evangelio:

Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió.”

(Mt 9, 9-10)

Había oído hablar de Jesús, intuía de quién se trataba. Quería hablarle, quería abrirle el corazón, hacerle esas preguntas… Pero no sabía dónde, ni cómo. “Y resulta, Señor, que Tú pasas delante y le llamas”. Seguro que él habrá pensado: ¿Yo…? ¿me hablas a mi…?, ¿Cómo, a mi…? Soy el último gato, no soy nada, soy un publicano, escoria del pueblo de Israel. Lo más seguro es qué de Levi, se diría: ¡A este, ni su padre lo quiere! Porque es cierto que hay quienes dicen que ni su padre, Alfeo, lo quería. Porque Leví, el publicano, era publicano… pero resulta que hoy pasa a llamarse Mateo.

Hasta a los demás evangelistas les da un poco de reparo decir que Leví es Mateo, pero Mateo en su propio evangelio lo deja claro: es él. El de la suerte, el que no se lo esperaba. El último gato que pasó a ser de los primeros… Es él.

Benedicto XVI hablando de la parábola de los obreros de la viña comentaba:

«El que narra la parábola es san Mateo, apóstol y evangelista, cuya fiesta litúrgica, se celebra precisamente hoy. Me complace subrayar que san Mateo vivió personalmente esta experiencia. (cfr. Mt 9, 9).  En efecto, antes de que Jesús lo llamara, ejercía el oficio de publicano y, por eso, era considerado pecador público, excluido de la “viña del Señor”. Pero todo cambia cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le dice: “Sígueme”. Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió inmediatamente en discípulo de Cristo. De “último” se convirtió en “primero”, gracias a la lógica de Dios, que –¡por suerte para nosotros!– es diversa de la del mundo.

(Benedicto XVI, Audiencia Castelgandolfo,  21-IX-2008)

“Pues ya se ve que sí Señor. Gracias Jesús por fijarte en mi. Gracias porque, por muy poca cosa que sea, te detienes, fijas tu mirada en mí y me llamas”. Lo hace todos los días contigo y conmigo. “Dame conciencia Jesús de esta realidad. Y lléname el corazón de la alegría que esto supone. Una alegría tan grande que no me deja indiferente”. Y que, como toda alegría auténtica: se comparte.

Es lo que hace Mateo, lo celebra con un banquete, una fiesta, en su casa, porque continúa el Evangelio:

Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?».  Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.      Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

(Mt 9, 10-13)

Pues los demás no entienden. Pero Mateo sí. Mateo entiende y celebra. ¡Basta de aguafiestas! Esos fariseos aguafiestas. Jesús ha venido a llamar a los pecadores…: a ti y a mí… ¡Aunque seamos el último gato!

Date cuenta que esta experiencia es tu experiencia, es mi experiencia. Esta experiencia, por ejemplo, también es la experiencia del Papa Francisco…

Te leo de una de sus biografías que dice:

“Dios «primereó» a Jorge el 21 de septiembre de 1953, cuando le faltaban seis semanas para cumplir los diecisiete. Fue a principios de la primavera, época en que, por todo Buenos Aires, los jacarandás estallan en su floración violácea. Iba al encuentro de su novia junto a sus amigos del colegio y sus compañeros de Acción Católica para celebrar el Día Nacional de los Estudiantes. Bajando por la avenida Rivadavia, al pasar por delante de la basílica de San José, que tan bien conocía, sintió la necesidad de entrar.

«Entré. Sentí que tenía que entrar, esas cosas que vos sentís adentro, que no sabés cómo son» (…) Y… Miré, estaba oscurito… una mañana de septiembre, tipo nueve de la mañana, y veo que venía un cura caminando… No lo conocía, no era de la iglesia… Y se sienta en uno de los confesonarios, en el último confesonario a la izquierda, mirando al altar a la izquierda, el último, y ahí, yo no sé qué me pasó, sentí como que alguien me agarró de adentro y me llevó al confesonario.

No sé lo que pasó ahí. Evidentemente que yo le conté mis cosas, me confesé… Pero no sé lo que pasó, y… Cuando terminé de confesarme le pregunté al padre de dónde era, porque no lo conocía, y me dijo: «No, yo soy de Corrientes, y estoy viviendo aquí cerca, en el Hogar Sacerdotal, y vengo a celebrar misa aquí, en la parroquia, de vez en cuando.» Y tenía un cáncer, una leucemia, murió al año siguiente. Comentaba el Papa: “Ahí sentí que tenía que ser cura, pero no dudé, no dudé. En vez de ir a pasear me volví a mi casa porque estaba como conmovido. Después seguí la escuela y todo, pero ya orientado a seguir.

Terminé el colegio industrial, trabajé de químico y después entré al seminario. Pero como que me agarró ese 21 de septiembre con una gran misericordia Jesús. ¿Qué sentí? Nada, que tenía que ser cura. Punto. Me llamó. En ese momento tenía diecisiete años, esperé tres años más, que terminé, trabajé y después entré al seminario.”

(El gran reformador, Austen Ivereigh)

Pues la misma escena de San Mateo. ¿Qué sintió el Papa, qué sintió Mateo…? Creo que es bueno preguntarte ¿qué sientes tú…? Porque Jesús pasa de un modo muy particular, y hace notar su presencia amorosa en tu vida, toca tu corazón que advierte la llegada de su misericordia y con mirada tierna y acogedora te llama…

Esta experiencia es la experiencia del Papa Francisco, pero también es tu experiencia y la mía… Leví pasó a ser Mateo, Jorge Mario pasó a ser Francisco… ¿y tú? ¿y yo?

Salir de la versión móvil