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 JESÚS ETERNO TRENDING TOPIC

La escena del Evangelio de hoy tiene mucho movimiento. Tal vez alguno pensará que se trata de un fenómeno de masas, de gente que actúa como por un impulso común, como movida por la fuerza de la marea, por la emoción del momento, pero sin pensar…

Algo de razón pueden tener, pero no toda la razón. Yo estoy convencido que hay algo más. Algo se deja ver esa fuerza atractiva de Dios de la que, lastimosamente, somos, muchas veces, poco conscientes. Pero es que Dios no deja indiferente a nadie.

Hoy Jesús es, podríamos decir en un lenguaje actual, hoy es «trending topic».  Hoy da gusto meterse en el Evangelio. Los apóstoles están de subidón. Todo el mundo quiere acercarse, todos le quieren tocar, la gente le busca… Y quedan curados: ¡los cojos andan, los ciegos ven, los mudos hablan!

UN FENÓMENO DE MASAS

El Evangelio dice así:

“Acabaron la travesía hasta la costa, llegaron a Genesaret y atracaron. Cuando bajaron de la barca, en seguida lo reconocieron.

Y recorrían toda aquella región, y a donde oían que estaba él le traían sobre las camillas a todos los que se sentían mal.

Y en cualquier lugar que entraba, en pueblos o en ciudades o en aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas, y le suplicaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y todos lo que le tocaban quedaban sanos”

(Mc 6, 53-56).

Es como un fenómeno de masas. Ya no es una persona por aquí, otra por allá; los apóstoles o los primeros discípulos que fueron llegando a cuentagotas.

No. De repente vinieron la predicación, los milagros y la noticia se extiende por todos lados. Y la gente reconoce a Jesús y se abalanza.

En ocasiones hay riesgo de aplastarte, Señor, y los apóstoles tienen que rodearte para que no te haga daño la fuerza de la muchedumbre que se agolpa intentando tocarte; en otra ocasión incluso, te buscan una barca para que puedas predicar desde ella y no ser asfixiado por las gentes a la orilla del mar. Así lo leemos en otros pasajes del Evangelio.

JESÚS: TRENDING TOPIC

Bueno, son días intensos. Las multitudes se emocionan. Es como si vieran por un espacio de tiempo que Jesús es Dios. Y actúan en consecuencia. No desperdician la oportunidad. Todos le quieren ver, escuchar, tocar, hablar.

A mí me llama la atención de que, digo, esto es llamativo, pero no es algo sólo de ese momento. Le pasará luego esto mismo a los apóstoles. Leemos en los Hechos de los Apóstoles cómo

“se adherían cada vez más creyentes en el Señor, multitud de hombres y de mujeres, hasta el punto de que sacaban los enfermos a las plazas y los ponían en lechos y camillas para que, al pasar Pedro, al menos su sombra alcanzase a algunos de ellos.

Acudía también mucha gente de las ciudades vecinas a Jerusalén, traían enfermos y poseídos por espíritus impuros, y todos ellos eran curados”

(Hch 5, 14-16).

LA ILUSIÓN DE VER AL PAPA

Las multitudes y la fuerza. Es más, me acordaba de la JMJ en Panamá. De aquel, uno que había ido, y le hacían una entrevista mientras esperaba en una calle a que pasara del Papa-móvil.

Decía que el viaje, la espera, el calor, valía la pena. Que él sabía que iba a ver pasar al Papa unos cinco segundos en el Papa-móvil y eso le bastaba. ¡Y así fue! ¡Y él estaba tan contento! o sea, ¡impactado!

Pensaba, incluso en los milagros de conversión, de cambio de decisiones, de entrega que se dan tan bien en ocasiones como una Jornada Mundial de la juventud.

Por eso algunos podrán hablar de fenómeno de masas, pero a mí no me convence tanto, porque Jesús sigue pasando y sigue obrando milagros a través de sus apóstoles, a través de su Iglesia.

¿POR QUÉ NOS OLVIDAMOS DE TI, JESÚS?

Lo duro es que también es cierto que luego nos olvidamos… ¿Qué nos pasa, Jesús? ¿Qué nos pasa que somos tan cambiantes, tan olvidadizos? ¿Que nos pasa que parecemos luz de bengala o llamarada de tuza, como dicen en mi tierra -algo que pum, se enciende y se apaga?

¿Será fenómeno de masas, o sentimentalismos, o arrebatos de emoción pasajera? ¿Se tratará de falta de perseverancia, de falta de capacidad de seguirte en la dificultad o ante la ausencia de sentimientos?…  No sé… “Lo que sí tengo claro, Jesús, es que somos hijos de nuestro tiempo”.

UN VIAJE A NY

Se me venía a la cabeza lo que ocurrió en un viaje que hicimos con un grupo de jóvenes a Nueva York. Unos del grupo creyeron ver a una famosa Instagramer. Decían que tenía 5.1 millones de seguidores, pero tenían duda si la habían visto.

Aún así, se arrepentían de no haberse acercado. Entonces, al día siguiente, ¡vaya casualidad! Ahí la volvieron a encontrar y hubo fotos, hubo post, etc.

Pero es impresionante cómo la mente humana es capaz de buscar y encontrar lo que (o a quien) anda buscando aún en medio de tanta gente, de tanto movimiento.

“¿Será que lo que nos falta es precisamente eso contigo, Señor: buscarte, tenerte rondando nuestra mente y nuestras ilusiones cada día?”

Claro, en ese mismo viaje nunca nos faltó la Santa Misa en una capilla, nunca nos faltó un rato de oración delante del Santísimo. Y se lo decíamos el último día, haciendo un cierre de aquella jornada de convivencia, delante del Sagrario, le decíamos: “¡Gracias por estar cerca Jesús!” Porque era así (es así) y lo habíamos palpado esos días.

UNA LECCIÓN DE JACQUES PHILIPPE

Somos hijos de nuestro tiempo. Hace unos años asistí a una conferencia con Jacques Philippe, un monje que es autor de muchos libros de espiritualidad. Y le pude saludar y hablar un rato. Y me sorprendió y me dio un poco de vergüenza que él comentó: “Antes la gente pedía la bendición, hoy piden un selfie”.

Me dio un poco de vergüenza, la verdad, porque justo yo le había pedido permiso para tomarnos una foto. ¡Ay, Dios mío! Pero bueno, hubo foto y hubo charla con bendición incluida…

Pero ¿qué nos pasa, Jesús, que estamos más pendientes de tomar una foto, de postear, de estar donde están las masas y luego se nos olvida tu bendición, se nos olvida el trato cercano contigo?

Pienso también en las masas que se reúnen para recibir a una celebridad, a un personaje famoso en el aeropuerto, en un estadio, pienso en las colas para un concierto…

CARLO ACUTIS Y EL SANTíSIMO

Y cuenta una de las biografías que el beato Carlo Acutis “sufría mucho viendo tanta gente capaz de hacer colas interminables para asistir a un concierto de rock, pero que no logra pararse frente al tabernáculo, sede del Dios viviente al que debemos nuestra existencia, ni un segundo.

En el fondo, -decía Carlo-, nosotros somos mucho más afortunados que los discípulos que vivieron en tiempos de Jesús, porque podemos hallar siempre a Jesús en persona, tan solo bajando a la iglesia más cercana” (Carlo Acutis, Siervo de Dios. Francesco Occhetta, Simone Tropea).

“Jesús, ayúdanos a no ser gregarios, a no hacer las cosas solo si las hacen los demás o porque estén de moda. Que sepamos buscarte y seguirte aunque nos veamos solos, o aunque no nos acompañe el sentimiento o la emoción del momento.

Somos capaces de muchos sacrificios por las cosas que nos atraen. ¿Y qué hay más atractivo que Tú, Señor, cuando, como decía San Agustín, nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti?”

SPIDERMAN

La gente hace auténticos sacrificios, auténticos sacrificios para ir al estreno de una película y hasta se disfrazan. Me acordaba de un pariente que estaba estudiando teatro en Estados Unidos, cuando se estrenó una de las películas de Spiderman.

Todo comenzó con un reto a la hora de ir al estreno. “¿Te atreves a ponerte este disfraz?” -le dijeron. Y él se lo puso y allá que fueron. La cola era enorme y la espera larga. Así que no tuvo mejor idea que empezar a actuar como Spiderman ahí en medio de todos. Y hacía movimientos, gestos, corría, volvía.

La gente estaba encantada. Empezaron las risas y los aplausos, al punto que cuando llegó a la taquilla le dijeron que él entraba gratis. Pero una vez sentado en la sala de cine, empezó la película y un niño que tenía al lado no volteaba a ver la pantalla: tenía los ojos fijos en él.

Este ya estaba muerto del calor y de la asfixia con el traje y la máscara, por lo que le dijo: Promete que no revelarás a nadie mi verdadera identidad. El niño asintió y por fin se pudo liberar de la máscara. Pero aquel niño no le despegó la mirada durante toda la función.

Pues Jesús está ahí. Es el mismo de siempre. La fuerza del brazo de Dios no ha disminuido en el tiempo. Nos podemos acercar, le podemos tocar (comer), podemos verle directamente, nos revela su identidad y nos revela nuestra verdadera identidad: la de Hijo de Dios.

Pidámosle a Santa María que nos abra los ojos para ver a su Hijo, a quien tenemos muy cerca, y que el convencimiento de su divinidad valga más que cualquier antojo, gana o moda para ir tras Él y nunca dejarle.

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