El evangelio que leeremos en la misa de hoy es parte de un discurso más largo de Jesús, que tiene varias partes. Pero me quería quedar con una sola frase, muy breve y muy pequeña, que quizá pasa un poco desapercibida, pero que nos puede dar mucho material para nuestra oración de hoy. La frase de Jesús es la siguiente:
“El que cree en el Hijo, tiene vida eterna”
(Jn 3, 36).
Son fuertes estas palabras del Señor, porque están diciendo: el que tiene fe, el que cree en que Jesús es el Hijo de Dios, en ese Jesús que hace poco celebrábamos que ha resucitado, que está entre nosotros, ese mismo Jesús, el que cree en Él no tendrá vida eterna, tiene ya vida eterna. Hoy ya está participando de esa vida eterna, de esa vida junto al Señor.
¡Qué grande es el poder de la fe! ¡Qué importante es la fe en la vida cristiana! En el evangelio, en distintos momentos, Jesús alaba precisamente esta virtud: la fe. Cuando una mujer va y le pide que sane a su hija y Jesús parece que al principio la rechaza, pero ella dice que hasta los perrillos comen de las migas que caen de la mesa de los amos. Jesús dice:
“Mujer, qué grande es tu fe. Por tu fe, tu hija se ha curado”
(Mt 15, 28).
O cuando esos cuatro amigos hacen bajar a ese paralítico desde el techo y dice el evangelista:
“Y viendo la fe de ellos, entonces curó al paralítico”
(Mt 2, 5).
DE LA MANO DEL SEÑOR
La importancia de esa fe, no sólo para los milagros, sino para todo.
“El que cree en el Hijo, tiene vida eterna”.
Si yo creyera, si yo tuviera fe del tamaño de un grano de mostaza… lo que lograría.
Es muy grande el poder de la fe. De la mano del Señor, si confío en que su mano poderosa me acompaña, me protege, puedo todo. En cambio, si me suelto de su mano, estoy perdido.
Voy a leer ahora un poema de un autor de mi país (Chile), sacerdote, que es muy bonito. Se llama: Fe.
Si me dejaras,
si un poco de Tu mano me dejaras,
yo no creería ni en mi propia sombra;
yo me convertiría en mi propia sombra
llena de teorías luminosas sobre sí mismas
y el sol (…) si me dejaras.
Yo me creería el sistema solar en persona,
creado por mí mismo de la nada en un acto de rara inteligencia
y contaría mi historia por bares y jardines públicos
y hasta los niños me sabrían idiota,
si un poco de Tu mano me dejaras
(José Miguel Ibáñez Langlois, Fé).
EL PODER DE LA FE
Si un poco de tu mano me dejaras, Señor, estaría perdido. Si no tuviera fe, si no creyera, estaría perdido. Pero sé que estoy contigo. Sé que estoy contigo. Confío en ti y entonces soy todo poderoso, soy omnipotente.
Contigo soy omnipotente. De tu mano lo puedo todo. Tú, Señor, te haces Hombre, te pones en mi lugar porque vienes a salvarme. Todo lo que recordábamos hace pocas semanas, la Semana Santa, lo has hecho por amor. Es un acto de amor por mí. Tú, Señor, te haces nada, te abajas, te humillas por amor a mí.
Benedicto XVI, en una homilía, citaba un cuento de León Tolstoy para ejemplificar cómo actúa Dios. Él contaba la historia del escritor ruso, decía que «un rey severo de Rusia quería ver a Dios y reúne a los sabios, a los sacerdotes, a los mercaderes, a cada grupo y les va pidiendo: Muéstrame a Dios. Y nadie podía mostrarle a Dios.
Pero de repente, un pastor muy humilde se acerca a él y le dice: yo puedo responderte, majestad. El rey le dice: Muy bien, respóndeme.
Y este pastor le dice: no, en realidad, yo no puedo mostrarte a Dios, nadie puede mostrarte a Dios. Pero sí lo que puedo mostrarte es cómo actúa Dios. Entonces, el rey le dice: Muy bien, entonces muéstrame cómo actúa Dios. Y el pastor le dice: Bueno, para mostrarte cómo actúa Dios, tenemos que cambiarnos los ropajes, las vestiduras. Entonces, el rey un poco extrañado, pero con curiosidad, le dice: muy bien. Y se intercambian los vestidos. Entonces el pastor le dice: Esto es lo que hace Dios». O sea, como ejemplificando, Dios se pone nuestro ropaje humano para vestirnos de Él mismo.
Dice Benedicto XVI:
“En efecto, el Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, renunció a su esplendor divino: “se despojó de su rango y tomó condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.
Como dicen los santos Padres, Dios realizó el sagrado intercambio: asumió lo que era nuestro para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo, ser semejantes a Dios”
(Homilia Santa Misa Crismal, Jueves Santo 5 de abril de 2007).
CAMBIARNOS DE ROPAJE
Somos semejantes a Dios. Dios nos ha vestido con su gracia, con su fuerza. Dios nos ha revestido de Él mismo. Estamos revestidos de la gracia. Somos omnipotentes si dejamos a Dios vestirnos.
Porque lo primero que hace este gran Rey, es preguntarnos: ¿Quieres que Yo te vista con la gracia? ¿Crees que Yo te puedo vestir con mis ropajes?
Revestidos de la gracia, somos omnipotentes. Si le decimos que sí al Señor, moveremos todo.
Si tenemos fe del tamaño de un grano de mostaza y dejamos entrar a Dios en nuestra vida, podemos mucho. Lo podemos todo.
Jesús, en este rato de oración te pedimos, como ese personaje del Evangelio que te dice: Auméntame la fe. Como esos apóstoles que te dicen: Auméntanos la fe, ayuda a nuestra incredulidad. Señor, ayúdanos a confiar en Ti; ayúdanos a entender de una vez por todas que contigo lo podemos todo.
Señor, ayúdanos a confiar, porque Tú, Señor, eres nuestro amor, eres todas nuestras razones.
Algo así decía en esa película Una Mente Brillante, John Nash, en su discurso final, le decía a su mujer: Tú eres todas mis razones. Y nosotros se lo podemos decir también a Dios: Tú, Señor, eres todas nuestras razones. En Ti confiamos.
Le pedimos ayuda también a nuestra Madre santísima. Ella creyó.
“Bienaventurada tú que has creído”
(Lc 1, 442)
le decía Isabel en esa visita de María. Hoy te decimos también, Madre nuestra, bienaventurada tú que has creído. Ayúdanos a nosotros a creer, a tener fe, a confiar en el Señor, a abandonarnos ciegamente en sus manos.
Y de la mano de la Virgen, nosotros podremos también creer como ella, creer y ser bienaventurados, ser felices para siempre.
Santa María, Madre de Dios, Reina de la fe, ruega por nosotros.