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TUS PECADOS TE SON PERDONADOS

MARIA MAGDALENA

“Que es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados.

O decir: Levántate y anda”.

Jesús la verdad es que decir es fácil, decir cualquiera de las dos. Ahora, que esas palabras tengan un efecto, es mucho más fácil decir: Te perdono. Que decir a un paralítico: ¡Levántate, camina! Porque lo primero lo puede hacer cualquiera. Lo segundo no lo puede hacer nadie.

QUÉ ES MÁS FÁCIL DECIR…

Y esta pregunta, “que es más fácil decir”, la hizo Jesús, porque resulta que unos le presentaron a un paralítico, y el Señor, viendo que tenían tanta fe, le dijo a ese hombre, así sin más, por iniciativa propia:

“Tus pecados te son perdonados”.

Entonces algunos de los escribas reaccionaron pensando: “Este blasfemo”. (blasfemar es insultar a Dios). Pensaban esto porque les parecía que sólo Dios puede decir: “Tus pecados están perdonados”.

Entonces Jesús hace algo que nadie puede hacer, para que vean que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados.

Dijo al paralítico:

“Ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa. Y lo hizo. El paralítico se levantó, tomó su camilla, se fue”.

EL PODER DEL HIJO DE DIOS

Nos podemos imaginar cómo quedarían todos los que estaban contemplando esta escena. Nos podemos imaginar las distintas reacciones.

¡Esta caminando! ¡Se levanta el paralítico! El propio paralítico experimentando la fuerza de sus piernas. Tendría una cara de sorpresa, de admiración, y de alegría también.

Algunos mirarían a Jesús y dirían: El poder de Dios está entre nosotros. Entonces, si puede perdonar a los pecados.

O quizá otros, los que se preocupan porque pensaban que Jesús blasfemaba, en vez de admitir ese poder de Dios, quizá pensarían mal, que haría eso el Señor con alguna trampa.

Y como dice en otra ocasión en el evangelio, atribuyendo al demonio esos poderes curativos, porque les parecía que Jesús era un blasfemo, alguien que insultaba a Dios y no se abrían a esa gracia, a que Jesús pudiera perdonar, a que Jesús viniera de Dios.

EL PERDÓN DE DIOS

Y este evangelio tiene para muchos de nosotros una especial actualidad. Por qué todavía en algunos países estamos viviendo esta cuarentena sin la posibilidad de acudir normalmente al sacramento de la confesión.

Entonces la Iglesia nos recomienda, nos lo ha dicho el Papa, está ya en el Catecismo; que, para una situación tan especial, para que nuestros pecados sean perdonados, hagamos un acto de contrición, de arrepentimiento, con el propósito de confesarnos esos pecados en cuanto sea posible. Y con eso recibir el perdón de Dios.

Y puede ser que ante la falta de esa materialidad del sacramento que tanto nos ayuda, por eso lo dejó Jesús de decir los pecados a otra persona, de escuchar esas palabras: “Yo te absuelvo”, de creer en el fondo que está actuando Cristo a través del ministro, el sacerdote.

Quizás uno podría quedarse un poco con la duda si esto es tan válido. ¿Puede ser que así no más que se me perdonen los pecados, sin siquiera acudir a la confesión sacramental?

Y ahora estamos en estos 10 minutos con Jesús. Ahora que estamos, Señor, mirándote a Vos, mirando esta escena de tu vida y tratando de hacer oración, podemos reflexionar en lo que hay como más profundo, en ese perdón de Dios, que nos trae la paz en el alma, que nos justifica, que nos amiga con el Señor cuando hemos pecado, con faltas más o menos graves.

Y lo pensamos. ¿Qué es lo más fundamental? Lo más fundamental es que Dios nos quiera perdonar. Ese es como el gran requisito: que Dios quiera perdonarnos, que Dios nos quiere decir:

“Tus pecados son perdonados”.

DIOS ES BUENO

Resulta que Dios es bueno, y Dios quiere perdonarnos. Pues nos puede venir esa reacción también comprensible, ¿Cómo? ¿Así nomás, ya está?

Porque entre los hombres no es así como sucede el perdón. Si uno comete un crimen, va a la cárcel, tiene que pagar.

Y el Señor lo único que nos pide es ese arrepentimiento, que nos lleva a querer reparar. Y si uno puede, tiene que reparar.

Si uno robó y se arrepiente, devolver lo que robó. O si calumnió a otro, tiene que ir y decir la verdad: -No, mira, esto que dije era una mentira en contra esta otra persona. Decir la verdad. Como dice una canción de Charly García: la fianza la pagó un amigo. No vamos presos.

ENDEREZAR EL CAMINO

El Señor nos perdona. El que pagó fue Jesús. Y por eso, si uno tiene ese dolor de defenderlo, y el propósito de luchar contra eso que nos separa de Dios… -que también muchas veces nos separa del prójimo-, entonces lo que tenemos que hacer es confiar en el poder de Dios. Confiar en su misericordia. ¡Confiar! El Señor lo único que quiere es eso, que tratemos de enderezar el camino.

Jesús, parece que quiere dejarnos muy claro que le cuesta poco perdonarnos. En este evangelio dice: “Que cuesta más decir…”. Como diciendo: No me cuesta nada decir “Tus pecados te son perdonados”.

San Josemaría podía afirmar que Él no tuvo que aprender a perdonar porque Dios le enseñó a querer. Quería a la gente y le era fácil comprender los errores y las miserias. También cuando lo ofendían a Él. No tuvo que aprender a perdonar, porque Dios le enseñó a querer.

CON MUCHO CARIÑO EN SU CORAZÓN

Me acuerdo de que contó el prelado de la Obra don Fernando, -cuando estuvo en Paraguay-, una anécdota que en una ocasión san Josemaría iba con don Álvaro del Portillo, y estaba por abrir una puerta para pasar a otra habitación. Del otro lado vino alguien muy rápido y ¡pum! ¡Abrió la puerta fuerte y golpeó a san Josemaría!

Y la reacción de san Josemaría fue pedirle perdón al otro: – Perdona hijo mío, ¿te has hecho daño?… Cuando él era quien había recibido el golpe.

Y la reflexión que hacía don Fernando era:

«Tenía tanto cariño, que no necesitaba perdonar. Y los miraba así, con mucho cariño».

Imagínate, digo esto porque imaginémonos a Jesús, qué facilidad tendrá para perdonarnos cuando queremos volver a Él.

QUE YO CONFIE SEÑOR…

Que yo confíe Señor en la misericordia del Padre. Que no quiere mi muerte por mis pecados, sino que me convierta y viva, como dice la Escritura. Que yo confíe en tus méritos, Señor, que diste tu vida por mí.

Que no me quede tanto mirando mis errores, y vea esos brazos abiertos de un Padre que nos espera. Esos méritos de la vida y la muerte de Jesucristo que nos abrieron las puertas del cielo.

Mirarlo más a Él, más que quedarnos mirándonos a nosotros como tristes, desesperados.

Mirarlo a Él y levantarnos para volver a caminar. Para volver a hacer el bien a través del perdón.

Vamos a terminar este rato de oración pidiéndole a la Virgen María, Madre de Misericordia, que quiso que la llamemos también en el Rosario, que Ella nos ayude a volver los ojos a Dios con mucha confianza cuando nos hayamos caído, y también cuando hayamos pecado.

 

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