Comenzamos este rato de oración agradeciendo al Señor por tantas cosas buenas que nos ha dado estos días.
Hoy lunes 7 de agosto tenemos todavía fresca en la memoria, los sucesos de los días anteriores, la “Jornada Mundial de la Juventud”.
Aunque estas palabras que estas escuchando, como habrás previsto, las estamos grabando antes de esos sucesos.
Desde ya sabemos que esos días han sido momentos en los que Dios ha estado especialmente pendiente de todos esos corazones jóvenes, sea donde sea que estén…
JUVENTUD
Los que están en Lisboa, los que están en su casa, en el colegio, en el auto ahora yendo hacia algún lado, para ir a trabajar, para ir a estudiar, o en el metro, o en el bus…
Sea donde sea que estés escuchando estas palabras, seguramente has recibido muchas gracias de Dios.
La Jornada Mundial de la Juventud, es una juventud que no se mide solo en años, la juventud no se define por cuantos años tiene esa persona, sino por el “espíritu joven”.
¡Cuántas personas jóvenes hay que tienen muchos años! ¿Cuántas personas jóvenes de “muchos años” pueblan nuestro planeta?
Quizá tú que me estás escuchando tienes muchos años, pero eres joven de espíritu, porque esos son los que quiere el Señor, personas que tienen un espíritu joven, un espíritu alegre, un espíritu que le impulsa a preocuparse por el prójimo, a buscar a Dios en cada momento.
La juventud no se mide en años, sino se mide en ese amor, el amor de Dios y el amor a Dios.
Como decíamos, hemos recibido muchas gracias de Dios estos días, el Señor ha querido sembrar una semilla en nuestro corazón, en nuestra alma, y ahora nos toca aprovecharlo.
El Evangelio de la Misa de hoy, nos viene muy bien para comentar todo esto.
Se trata de ese pasaje en el que Jesús, viendo a la gente que lo seguía, ¡tanta gente que seguía al Señor de un lugar a otro!
Pero en este pasaje, estos estaban en un lugar alejado, y se compadece de ellos, y en vez de despedirlos para que cada uno fuera a la ciudad a comprarse su alimento, decide actuar Él mismo, poniendo un poco a prueba a sus discípulos.
PONER A PRUEBA
Con ese sentido del humor que tiene Jesús, con ese sentido del humor que también es característico de la Juventud.
Entonces les pregunta primero a los discípulos, -como poniéndolos a prueba-: ¿Tienen algo para darle a comer a todas estas personas?
Los discípulos responden directamente:
“Ni 200 denarios de pan bastarían para dar de comer a tanta gente.” (Jn 6,7)
Eran 5000 hombres sin contar mujeres y niños, pero la pregunta es: ¿Qué tienen ustedes? ¿Qué pueden ofrecer los discípulos?
Pero los discípulos se mueven, no se quedan de brazos cruzados, buscan, encuentran cinco panes y dos peces.
El Señor, al ver que se ha movido, que han tomado la iniciativa y han tenido un corazón disponible para recibir esa gracia, se vuelca y hace un milagro de los más impresionantes: ¡Multiplicó los panes y los peces, para alimentar a toda esa multitud!
¡La gracia de Dios es algo maravilloso! Dios toma lo que le ofrecemos, por muy poco que sea y lo multiplica.
Los sacerdotes somos testigos de esto continuamente, cuando a través de nosotros, el Señor hace milagros.
A través de las manos del sacerdote, el Señor convierte el pan en su cuerpo y el vino en su sangre.
Cuando el sacerdote derrama agua en la cabeza de un niño o de un adulto en el Bautismo, su pecado original es borrado y es recibido en la Iglesia.
Con las palabras de la absolución que pronuncia el sacerdote en la Confesión, los pecados del penitente quedan perdonados y el penitente recibe un montón de gracias de Dios, para poder luchar en contra de esas cosas que se confiesa.
Pero no solo los sacerdotes experimentamos esa Gracia de Dios que pasa por nosotros para llegar a otra gente, para llegar a los demás…
Quizá tú también has experimentado como la gracia ha actuado en ti, o a través de ti.
A PESAR DE NOSOTROS MISMOS
En este rato de oración podemos hacer un poco examen: revisar cómo actúa la gracia en nuestra vida.
Podría ser en una lucha que teníamos hace tiempo, por ejemplo, y no encontrábamos una solución adecuada, y de pronto el Señor nos ayuda a mejorar, a través de una comunión o de una buena confesión.
En el apostolado, cuando hemos visto como el Espíritu Santo ha ayudado a otros a través de nosotros, a veces de modo intencional y otras de un modo que es casi una casualidad, y otras veces: ¡a pesar de nosotros mismos!
Porque a pesar de nuestras limitaciones, ¡el Señor actúa!
Como los apóstoles, queremos ser buenos canales, a través de los cuales, puede actuar la Gracia.
No queremos desperdiciar esa gracia, no queremos que se pierda.
Una imagen que nos puede servir, es la de un canal que tiene que atravesar distintos tipos de terreno.
DE DOS TIPOS
Nuestro corazón, por simplificar, puede ser de dos tipos, un terreno de dos tipos:
En primer lugar, una gran roca sin fisura, donde el agua pasa, pero la piedra no absorbe nada, el agua no permea, no penetra.
A veces nuestro corazón es como esa gran piedra, Jesús derrama su Gracia, pero no somos capaces de aprovecharla, porque estamos demasiado centrados en nuestras cosas, en nuestros problemas, en nuestros temas, y cerramos la puerta a la Gracia de Dios.
En cambio, hay un segundo tipo de terreno en un extremo opuesto: Un buen terreno por donde ha pasado un arado, donde la tierra está removida y oxigenada, y absorbe mucha agua, ¡toda la que necesita!
Y además, toda el agua que queda, porque es mucha agua y muy buena, la deja pasar para que llegue a los terrenos que están alrededor.
Se transforma en un terreno que absorbe, pero que también comparte.
ARAR EL TERRENO
Ojalá nosotros seamos como este segundo terreno, que recibe un agua pura, buenísima, llena de minerales, de nutrientes, que es absorbida y aprovechada, que podemos hacer pasar hacia los siguientes terrenos, hacia otras almas para que también la aprovechen.
Aquí viene la gran pregunta: ¿Cómo puedo ser ese segundo terreno? ¿Cómo puedo ser ese apóstol que presenta los cinco panes y los dos peces, para que Jesús pueda multiplicarlos?
Aprovechando los medios que el mismo Jesús nos ha dado: la lucha interior, la oración, los sacramentos…
Es verdad que somos nosotros los que tenemos que presentar los panes y los peces, los que tenemos que arar el terreno.
Pero lo hacemos siempre con la ayuda de Dios, es un tomar el arado, echar fertilizante.
Aramos con el arado de la confesión, un corazón arrepentido y humillado que se presenta delante del Señor y le pide perdón, es un corazón que se oxigena y se fertiliza, para poder recibir la Gracia de Dios.
Echar los nutrientes de la oración y de la piedad, cuando hablamos con Jesús y le pedimos su ayuda para recibir con fruto la comunión, tenemos una buena parte del camino recorrido.
LA GRACIA DE DIOS
Contamos con el Señor, contamos con su ayuda, contamos con su fuerza, para poder recibir esa gracia y absorberla. ¡Para poder nutrirnos con la gracia de Dios!
Abrámonos entonces a la aventura de la Gracia de Dios, pidámosle al Señor que nos ayude a ser ese buen terreno, para que la semilla que Él siembra, pueda dar mucho fruto.
Para que no pongamos obstáculos a su Gracia, y Él pueda multiplicar los panes y los peces, y de este modo alimentar a muchas almas, a través de nosotros.
Como decíamos al principio, estos días hemos recibido esa buena semilla del Señor, hemos sido testigos de la Iglesia, de la belleza de la Iglesia.
Le pedimos al Señor, que sepamos aprovechar todo eso que hemos recibido.
Se lo pedimos por la intercesión de la santísima Virgen, nuestra madre, que fue un terreno propicio, que aprovechó todo lo que Dios quería hacer a través de ella.
Santa María llena de Gracia, ruega por nosotros.