EL PAPA SIXTO Y SAN LORENZO
Hoy celebramos a un santo muy famoso de la ciudad de Roma: san Lorenzo, diácono y mártir. De hecho, es un santo muy venerado en Roma, en Italia.
En la misma ciudad de Roma hay tres iglesias muy importantes que tienen un símbolo, cada vez que uno ingresa, que nos hace ver que es una iglesia de san Lorenzo: es el símbolo de una parrilla, porque es justamente el modo como murió san Lorenzo.
La vida de san Lorenzo está ligada al papa Sixto que hace poco de hecho, celebramos la memoria, la fiesta del Papa Sixto, el 6 de agosto. Porque el papa tenía unos ayudantes, unos ministros, que eran unos diáconos -eran siete, en concreto- y uno de ellos era san Lorenzo.
El papa Sixto murió martirizado cuando celebró misa en un cementerio de Roma; murió junto con otros cuatro diáconos, asesinados por la policía del emperador. Entonces san Lorenzo, en cierto modo, se quedó a cargo de la Iglesia, al menos de las gestiones del momento que tenían que hacer.
LOS VERDADEROS TESOROS
Y le llegó su momento cuando el alcalde de la ciudad de Roma -un pagano, alguien que servía al emperador-, llamó a Lorenzo y le dijo que tenía que reunir todos los bienes que tenía la Iglesia. Se había enterado de que la Iglesia tenía cálices de oro, candelabros de oro, cosas muy valiosas, para que las entregara. Así, con el valor de esos bienes, el emperador podría costear una guerra que iba a empezar.
San Lorenzo dijo: – O.K. Dame tres días para reunir todos esos bienes de la Iglesia, y le aseguro que el emperador tendrá unos bienes de muchísimo valor.
Y lo que hizo fue más bien reunir a aquellas personas, que el papa Francisco hoy en día denomina como los descartados, parte de esa cultura del descarte. Entonces fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, ciegos, leprosos, a los que él -la Iglesia-, ayudaba con limosnas, con comida, con atención…
San Lorenzo, después de haberlos reunido, al tercer día los hace formar en filas y llamó al alcalde diciéndole: “Ya tengo reunidos todos los tesoros de la Iglesia, y le aseguro que son más valiosos de los que posee el emperador”.
Y por supuesto, como era de esperar, el alcalde de Roma estaba lleno de cólera porque él esperaba encontrar oro y plata; en cambio, se encuentra con, diríamos, aquellas personas que él consideraba descartadas, que no tenían ningún valor.
EL MARTIRIO DE SAN LORENZO
Entonces, obviamente, presa de esa cólera, pensando que Lorenzo se estaba burlando de él, lo que hizo fue mandarlo a matar, pero no con una muerte instantánea cortándole la cabeza, sino que le dijo que le haría morir poco a poco, para que padeciera, para que sufriera.
Así que mandó que encendieran una parrilla de hierro y allí pusieron al diácono Lorenzo. Desde ahí hay muchas costumbres, muchas tradiciones, muchos relatos, que Lorenzo estaba allí en la parrilla y que pidió que le dieran la vuelta para asarse mejor.
Independientemente de estas tradiciones, que pueden o no ser ciertas, o nos pueden gustar más o menos, lo importante es ver la vida de este santo y cómo nos puede ayudar a ti y a mí.
MUCHOS SE CONVIRTIERON
Porque desde ese momento en el que muere san Lorenzo, martirizado en esa parrilla -de ahí que en esas basílicas de san Lorenzo en Roma haya este símbolo de la parrilla-, pues fue un gran ejemplo para mucha gente, porque lo que nos cuentan algunos santos, como San Ambrosio y San Agustín, es que, a partir de la muerte de San Lorenzo, mucha gente en Roma se convirtió.
De hecho, el poeta Prudencio dice que el martirio de san Lorenzo sirvió mucho para la conversión de Roma, porque el ver el valor y la constancia de este gran hombre, hizo que muchos senadores se convirtieran al cristianismo, y poco a poco la idolatría fue disminuyendo y la ciudad se convirtió. Y de ahí Roma será el centro del cristianismo, el centro del catolicismo, por, como dice este poeta, el valor y la constancia.
“Y es aquí donde, Señor, queríamos pedirte justamente, ese valor y esa constancia de san Lorenzo y de todos los santos”.
Ese valor, esa fuerza que es Cristo: nuestra fuerza es Cristo. De allí que sean muy importantes la oración y los sacramentos. Pero la fuerza es prestada, es un don de Dios.
VALOR Y CONSTANCIA
Hemos terminado, hace un par de días, los Juegos Olímpicos Tokio 2020 y seguramente hemos disfrutado viendo algunas competencias. Algunas que te gustan más -a mí me llama mucho la atención los gimnastas que hacen todas estas pruebas, estos saltos que parecen imposibles.
¿Y qué es eso? Es una muestra de la constancia. Hacen unas piruetas, unos saltos, que parecen muy fáciles pero que realmente son muy difíciles, pero ha habido mucha constancia. Y a veces tienen varios intentos, y en el primer intento no sale, y en el segundo tampoco, pero al tercero sí.
Ese es el espíritu deportivo que Dios espera de nosotros en la santidad.
“Porque Tú, Señor, eres consciente de nuestra debilidad, pero nos dices: Espérate, cuentas conmigo. Yo estoy contigo”.
Y de ese modo, en ese valor, con esa fuerza que es Cristo, con esa constancia, pues tú y yo podemos dar ese ejemplo de hijos de Dios. Allí donde estemos, cada uno: en nuestra casa, en la universidad, en el trabajo, en el barrio…
Daremos ese ejemplo para que muchas personas se decidan a vivir la vida de hijos de Dios. Para que se decidan seguir a Cristo. Para que se decidan a dejar todo aquello que no va con la fe, con la fe en Jesucristo y con lo que Dios quiere de nosotros para que seamos felices.
LA VIRTUD DE LA HUMILDAD
Y tal vez otro ejemplo u otro camino que podamos seguir, nos lo da el Evangelio de la Misa de hoy, el Evangelio de san Mateo:
“Sucedió que Jesús está rodeado de sus discípulos y le preguntan: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”
(Mt 18, 1).
Parece que hay esta preocupación: quién es el primero, el primer sitio, como también nos puede pasar a nosotros. Y ¿qué hace el Señor?
“Llamó un niño, lo puso en medio y dijo: En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 2-3).
Pues junto a ese valor, a esa fuerza que es Cristo, y también a esa constancia, podemos poner la humildad: el sabernos como niños que necesitamos de ese Padre que es Dios, de esa ayuda, esa ayuda que solo Dios nos puede dar.
Cuando a veces podamos creernos mejores que los demás, creernos autosuficientes, y aunque en lo humano podemos serlo -talvez ya tengamos una cierta edad, ya nos valemos por nosotros mismos, trabajamos, pagamos nuestros gastos-, en la vida espiritual – ¡y vaya que la vida espiritual es muy importante! -, necesitamos de Dios, necesitamos a este Padre tan grande que tanto nos ama.
Por eso también acudimos a María Santísima, que es nuestra Madre, y le pedimos que nos obtenga de su Hijo esa fuerza que es la gracia; que nos obtenga esa constancia; que nos levante muchas veces cuando nos podemos caer, como los niños que aprenden a caminar.