LA VISITA DE MARÍA
“Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá”
(Lc 1, 39).
Con estas palabras comienza el Evangelio de hoy en el que, san Lucas, nos presenta el relato de la visita de María a su prima Santa Isabel.
No te pierdas el detalle: se levanta con prisa (deprisa) y va hacia allá, hacia aquel pueblo llamado Ain-Karim donde nacerá Juan el Bautista.
Pero hoy es 21 de diciembre y cronológicamente esto pasó hace 9 meses. La escena de hoy (4 días antes de la Navidad) es parecida, pero no es la misma… La distancia de Nazaret a Ain-Karim y a Belén es casi la misma.
Imagina que hoy has amanecido en Nazaret. Nos ha tocado madrugar porque nos esperan cuatro jornadas de viaje. Si salimos temprano llegaremos el 24 en la noche a Belén.
El tiempo es bastante justo, José no se puede dar el lujo de dejar el taller desatendido un día más (no es que andemos sobrados de dinero). Así que: madrugar; levantarse y marchar deprisa.
Despertamos, tú y yo, y María nos espera con el desayuno que comemos con la prisa del hambre y la ilusión del viaje. Luego corremos de arriba abajo; los últimos preparativos.
NOS PREPARAMOS PARA EL VIAJE
No somos de los que improvisan, pero esto del censo por edicto del emperador Cesar Augusto no ha dejado de desbaratar uno que otro plan… Y aquí estamos en los últimos preparativos. Hay que preparar. Y sucede lo que suele suceder cuando nos vamos de viaje: ¿qué llevo? ¿qué dejo? ¿será que esto me va a hacer falta…?
Aquí es donde quiero detenerme; te invito a detenerte. Hoy es 21 de diciembre si estás en Nazaret estás en los preparativos del viaje (ese viaje que lleva destino a Belén, pero que acabará en un destino mayor llamado Navidad); pero si estás en tu ciudad (cada uno en la suya) también estás en preparativos de la Navidad.
Hay que preparar. Y uno se mueve de arriba para abajo; la celebración, la cena, los regalos, etc.
Pero ojo, se me venía a la mente una consideración de san Josemaría en la que dice:
“¡Galopar, galopar!… ¡Hacer, hacer!… Fiebre, locura de moverse… Maravillosos edificios materiales… [Pero apunta:] Espiritualmente: tablas de cajón, percalinas, cartones repintados… ¡galopar!, ¡hacer! —Y mucha gente corriendo: ir y venir. (…) [Haciéndonos ver que eso material acaba en nada. Y luego pasa a sugerirnos:] Quietud. —Paz. —Vida intensa dentro de ti. Sin galopar (…)”
(Camino 837).
¡QUÉ CERCA TE TENGO!
No se trata simplemente de correr con preparativos. Así estamos también en estos días. Ojalá que por las mismas razones que se tienen en Nazaret.
Piensa ¿qué estoy dejando? No dejes de tener quietud, paz: de cultivar tu vida de oración, vida intensa dentro de ti; sin galopar… Que no se te olvide llevar en la bolsa un cúmulo de jaculatorias, de tener a la mano un rosario para poder rezar en el camino de estos días, también esa comida espiritual para el viaje (la Eucaristía en la Misa) y de hacerte cargo que es un trayecto que haces con San José y Santa María. Por supuesto, no te olvides de Jesús que está allí cerca, en el vientre de María. “¡Qué cerca te tengo Señor! ¡Qué cerca te voy a tener todos estos días!”
Comentaba Benedicto XVI:
“En cierto modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no tiene sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. (…) ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?”
(La Infancia de Jesús, Benedicto XVI).
¿QUÉ LLEVO? ¿QUÉ DEJO?
Y yo me vuelvo (y te vuelvo) a preguntar: ¿qué llevo para el trayecto de estos próximos cuatro días…? ¿Hay espacio para Jesús en la maleta de tu viaje? ¿Te has propuesto dedicarle tiempo y atención en los próximos días? ¿Te estás preparando para el encuentro con Él?
De Jesús no nos podemos olvidar; sino, todos estos días pierden su sentido: ¡el viaje es por Él! (aunque parezca que es por el censo del emperador), ¡la Navidad es por Él! (aunque a veces parezca que los hombres nos empeñamos en vaciarla de su verdadero contenido olvidándonos de Jesús y llenándonos de regalos, vestidos, fiestas, viajes, vacaciones, etc.).
En Nazaret las cosas las tenemos claras. La mente y el corazón giran en torno a Jesús. Así, ilusionados con el Niño que pronto nacerá, emprendemos el viaje.
“Nos unimos a una caravana que se dirige a Jerusalén. Antes de salir pedimos para todos la bendición de Dios”
(la pedimos también hoy, tú y yo, para nosotros y los nuestros en estos días):
‘Dirige nuestros pasos, presérvanos de todo mal. Haz que tengamos buen viaje, que el Señor esté en nuestro camino, que sus ángeles nos acompañen. Gloria a Ti, oh Eterno, que atiendes en las plegarias. Tú que eres nuestro refugio, presérvanos del mal. Arcángel Rafael, guíanos como al joven Tobías.’
CUATRO DÍAS DE CAMINO…
“Los gritos provenientes de la caravana son una invitación a emprender el viaje. A la cabecera los mercaderes con sus camellos. Cerrando la comitiva, los esclavos con los asnos. Nadie afloja el paso, por miedo a quedarse atrás en un camino sembrado de trampas. José protege a María. Nosotros nos encargamos del asno y de los enseres.”
(Acercarse a Jesús 1, Adviento Navidad. Josep Maria Torras)
Se nos vienen encima cuatro días de camino, ciento cuarenta kilómetros y no son muy buenos los caminos, es duro el trayecto para una mujer encinta… Vamos a atravesar la llanura de Esdrelón; en tierra de Samaría recordaremos la tumba del Patriarca José y nos detendremos en el pozo de Jacob; hasta que al fin alcancemos la tierra de Judea y divisemos Jerusalén. Al ver los muros del Templo entonaremos un canto de acción de gracias y estaremos a apenas dos horas de Belén. (cfr. Acercarse a Jesús 1, Adviento Navidad. Josep Maria Torras)
Tal vez cuando cantemos ilusionados viendo los muros del Templo a ti (al menos a mi) se nos vendrán a la mente y se nos hará un nudo en la garganta (porque tú y yo ya sabemos cómo termina toda esta historia) se nos vendrá a la mente aquella escena de Jesús ante sus murallas y de cómo:
“al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos”
(Lc 19, 41-42).
O aquella otra en la que decía:
“¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste”
(Mt 23, 37).
Se hace un nudo en la garganta… porque eso es lo que pasó y eso es lo que corremos el riesgo que vuelva a suceder.
AL MENOS DÉJANOS SERVIRTE COMO EL BURRO
Y volteando a ver a María, nos dirigimos a ese Niño que lleva en su vientre y le diremos: “Jesús, yo quiero reconocerte, yo quiero recibirte, yo quiero tu paz y tu cobijo. Pero soy tan débil, me distraigo con tantas cosas… ¡ayúdame!”
Tal vez fijando la mirada en el burro, en el asno, que presta sus espaldas como trono a la Madre de Dios le pediremos a Jesús que al menos nos deje servirle como ese burro.
San Josemaría nos anima:
“…fíjate en que el burro, para hacer algo de provecho, ha de dejarse dominar por la voluntad de quien le lleva…: solo, no haría más que… burradas. De seguro que no se le ocurre otra cosa mejor que revolcarse en el suelo, correr al pesebre… y rebuznar. ¡Ah Jesús! —díselo tú también—: (…) —me has hecho tu borriquillo; no me dejes, (…) —y estaré siempre Contigo. Llévame fuertemente atado con tu gracia: (…) —y hazme cumplir tu Voluntad. ¡Y así te amaré por los siglos sin fin! (…)”
(Forja 381).