PAZ Y ALEGRÍA
Seguimos en el mes de María y según van pasando los días, van apareciendo nuevas contradicciones; en algunos países seguimos con cuarentena más estricta. En Chile a penas se puede ir a misa (5 personas por templo); en Ecuador no podemos salir los fines de semana; en Colombia han tenido una verdadera revuelta social por unas leyes que intentó pasar el gobierno; en Guatemala, en México, en Venezuela, en todos los sitios estamos sufriéndola y, en definitiva, estamos en tiempos convulsos.
Por eso el Evangelio del día de hoy nos viene al pelo:
“La paz les dejo, Mi paz les doy. La paz que Yo les doy no es como la paz que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo”.
(Jn 14, 27)
El mensaje de Cristo es claro, no haya entre ustedes angustia ni miedo. La angustia es una respuesta psicológica, se caracteriza por aparecer como reacción ante los síntomas de la ansiedad, de un peligro desconocido. Es un estado emocional intenso interpretado como algo muy desagradable e insoportable. El Señor nos dice:
«no tengan ni angustia ni miedo».
JESÚS NOS PROMETE LA PAZ DE DIOS
El Evangelio de Juan nos refleja primero esa confusión y el despiste de los discípulos en los últimos días de Jesús. Un trabalenguas difícil de entender si no se lee desde la Resurrección de Jesús, con esa clave. El Maestro se está despidiendo de ellos y quiere transmitirles su legado: Mi paz les dejo, Mi paz les doy, la paz de Dios y el amor del Padre.
No es la paz del mundo la ausencia de conflictos, la convivencia pacífica, el equilibrio contractual, sino esa otra paz que habita en el corazón del creyente. Esa paz que es completamente distinta a la angustia. La paz que da amar al Padre y sentir el amor del Padre; querer hacer Su voluntad, sabiendo que es el mayor bien que podemos recibir. Dios nos ama como Padre, con un amor compasivo y misericordioso, que nos acoge y sostiene, que nos da la paz interior y la fuerza necesaria para cumplir su voluntad.
Jesús nos deja Su paz, una paz que ha vencido al pecado y al maligno, que implica un cambio en los valores del mundo. Esa paz es un don de Dios, fruto del perdón y de la misericordia de Dios, que hemos de hacer presente en las relaciones y sociedades de nuestro mundo.
FRUTO DE LA JUSTICIA Y DON DE DIOS
Anunciar la Resurrección del Señor, es llevar paz a los corazones de la gente, es tener la valentía de transmitir el perdón y la misericordia que nos llegan del propio Jesús y que nos obligan a ser trabajadores de la paz, a difundir la bienaventuranza de Dios:
«Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios».
(Mt 5, 9)
La paz que se opone al mal, al odio, a la desigualdad, a la marginación. La paz que es fruto de la justicia y que es don de Dios. Es una enorme tarea que hemos heredado de Jesús.
Los cristianos tenemos que llevar la paz al mundo y eso significa que nos convertimos en mensajeros de una forma de vida al estilo de Jesús, una forma de comportarnos priorizando a los más pequeños, a los desechados o menos atendidos en la sociedad.
Cuando san Josemaría estuvo en Latinoamérica, le preguntó una chica en Argentina ¿qué es lo que quería que hagamos sus hijos sudamericanos? Y te pongo la respuesta porque me parece que nos puede ayudar a conversar con Jesús más profundamente. (Audio original)
«Cuando usted se vaya, Padre, ¿qué quiere dejarnos en el corazón a todos sus hijos sudamericanos?
Que sembréis la paz y la alegría por todos lados; que no digáis ninguna palabra molesta para nadie; que sepáis ir del brazo de los que no piensan como vosotros. Que no os maltrateis jamás; que seáis hermanos de todas las criaturas, sembradores de paz y de alegría…»
SEMBRADORES DE PAZ Y DE ALEGRÍA
Ser sembradores de paz y de alegría exige de nosotros que no digamos cosas tan hirientes a los demás. Que, aunque tengamos un pensamiento distinto, estemos dispuestos a andar del brazo, de estar juntos, de no poner separaciones, de no hacernos odiosos a los demás pensando en que: tal vez ellos no lo hacen bien o que no siguen la doctrina… tantas cosas que nos pueden venir a la cabeza y que, en definitiva, nos alejan de nuestros hermanos.
Ser sembradores de paz y de alegría. Paz para hacer valer la justicia y la hermandad en nuestras vidas, para reclamar unas formas más justas de organización social, un nuevo equilibrio de valores, que permita que las personas interioricen el mensaje de salvación y puedan vivir de acuerdo a los planes de Dios. Así nuestro saludo de paz cobra sentido desde la serenidad interior que Dios nos da. Y hacemos que la paz se instale en nuestro mundo y entre nuestra gente.
¡Que la paz de Dios, el trabajo por los más pequeños, esté con todos nosotros¡
Es una cosa que nos puede ayudar a movernos: ser sembradores de paz y alegría.
EJEMPLO DE LUCHA PERSONAL
En la vida de san Josemaría esto es interesante: realmente, con el genio que tenía y las dolencias físicas y morales que sufrió a lo largo de la vida, sólo la lucha por la santidad explica que no se le agriara el carácter; al contrario, los relatos de quienes le conocieron de cerca, señalan su juventud, su buen humor, su alegría. Su carácter fuerte, pero esa lucha constante por no hacer sentir la amargura a los demás.
Siempre se destacaba como persona perennemente serena, sin altibajos ni cambios de humor repentinos. Mantuvo siempre un perfecto dominio sobre los movimientos de su carácter (esa era la forma de transmitir paz). Desde luego, no era insensible a los acontecimientos que le ocurrían, pero actuaba con paz y fortaleza, por fuertes que fueran los problemas, las alegrías o los dolores. Reaccionaba así, era un sembrador de paz y de alegría.
Y eso es lo que debemos de buscar nosotros, ser sembradores de paz y de alegría. Una paz que se siembra solamente desde la oración personal. Porque es en la oración personal donde, en definitiva, escuchamos la voz de Dios. Y a veces no es que la escuchemos físicamente, por ejemplo en estos minutos de oración que estamos haciendo con el Señor.
ORACIÓN PERSONAL
«Y hablando contigo Jesús, a veces tal vez no te escucharemos directamente, pero sí que dispones nuestra alma para escucharte más, para que estemos atentos a lo largo del día para poder entender qué es lo que quieres de nosotros». A veces vamos a la oración con ganas de descubrir la voluntad de Dios: ¿qué es lo que Dios quiere de mí? ¿qué es lo que Dios quiere de mí? ¿cuál es la voluntad de Dios?
Y, a veces, Dios lo que quiere es que nos pongamos al lado de Él y que esperemos. Igual que el padre cuando tiene un hijo pequeñito y el hijo pequeñito está: ”¿qué quieres papá, qué quieres papá? Quiero que te pongas al lado mío y que descanses conmigo un rato, que me acompañes, quiero disfrutar de tu compañía; pero ¿qué quieres de mí, cuál es tu voluntad…? ¡Que estés al lado mío!”.
Cuántas veces nos pasa lo mismo que estamos intentando saber cuál es la solución a todos los problemas. Cuando lo que quiere el Señor, en la oración, es tenernos al lado suyo, simplemente, disfrutar de nuestra compañía.
JESÚS, PONER LA MIRADA FIJA EN TI
Cuando uno se da cuenta de que la oración es estar con Dios y disfrutar de Su compañía, a veces, sin decir ninguna palabra más, entonces su carácter va cambiando porque se dispone a ser sembrador de paz y de alegría, ahí donde esté.
Si por tener fija la mirada en Dios sabes mantenerte sereno ante las preocupaciones, si aprendes a olvidar las pequeñeces, los rencores, las envidias, te ahorrarás la pérdida de muchas energías que te hacen falta para trabajar con eficacia en el servicio de los hombres que te hacen falta para ser un verdadero sembrador de paz y de alegría.
Ponemos estas intenciones en las manos de la Regina Pacis, la Reina de la Paz, para que nos ayude a ser sembradores en todos momentos de paz y de alegría.