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UNA VIDA CON JOSÉ

José

San José mi padre y señor…. Hoy celebramos a san José, el santo Patriarca.  Aquel de las pocas palabras (porque el Evangelio no recoge ninguna palabra suya), el padre en la sombra (porque pasa oculto, como en la sombra, tras bambalinas).

¡Felicidades a todos los José! y, por si no sabían:

“el nombre de José significa, en hebreo, Dios añadirá.  Dios añade” (explicaba en una ocasión san Josemaría -que también él se llamaba José) “a la vida santa de los que cumplen su voluntad, dimensiones insospechadas: lo importante, lo que da su valor a todo, lo divino.

            Dios a la vida humilde y santa de José, añadió -si se me permite hablar así- la vida de la Virgen María y la de Jesús, Señor nuestro”

(Es Cristo que pasa. San Josemaría).

JESÚS QUISO UN PAPÁ EN LA TIERRA

Fíjate, Jesús no quiso no tener papá en esta tierra.  En sentido estricto, no lo necesitaba, porque María había concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, pero Dios quería poder decir, como hombre: ¡Abbá!, ¡Padre! ¡Esto es muy fuerte, muy impactante!

Un día me contó un papá que su hija le preguntó: papá, ¿cuál es el apellido de Jesús? Él se quedó desconcertado y no sabía muy bien qué contestar…

Hay que saber que en aquella época el apellido entre los judíos se definía, en todo caso, por genealogías, sobre todo por el papá.

Así nos encontramos en los evangelios, por ejemplo, a Bartimeo (el hijo de Timeo) o a Simón Barjuan o Barjonás (el hijo de Juan o de Jonás).  Pues Jesús era Jesús Barjosé, el hijo de José.

EL HIJO DE JOSÉ

Así impactó su vida.  Así lo reconocían.  Y Jesús feliz que se le conociera como “el hijo de José”.

Podríamos preguntarnos tú y yo: ¿ha impactado así mi vida el santo Patriarca?

Tal vez hace falta conocerle un poco más, coincidir con él un poco más.  Hay que verlo… José habla poco, pero dice mucho con sus acciones.

El ejemplo se ve, no se escucha… como lo decía aquella frase en una camiseta:

“Predica en todo momento, a veces, incluso con palabras”,

me gustó.  O como les decía san Francisco a sus hermanos:

“Prediquen siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras”.

SAN JOSÉ NO PREDICA CON PALABRAS

San José en el Evangelio nos predica, pero en ningún momento lo hace con palabras.  Lo hace con actitudes, con acciones, es como si nos hablara entre líneas…

Vale la pena querer acudir a ese ejemplo con deseos de aprender.  Nos metemos, guiados por un texto, con la imaginación, en lo que Jesús vio durante un buen número de años.

Vemos en José a un padre y esposo ejemplar.

¡UN HOMBRE LE ENSEÑA A DIOS!

“Para el pueblo hebreo, el trabajo manual es sagrado.  Incluso las personas de rango elevado y los mismos sacerdotes deben conocer un oficio.

            Se suele decir que un artesano empeñado en su propio trabajo no está obligado a ponerse de pie, ni siquiera ante el doctor más importante.  José es un experto artesano y, en consecuencia, goza de gran estima. (…)

            Jesús ayuda a José en el taller.  El Patriarca le enseña los secretos del oficio.  Jesús se fija en cómo trabaja José, le escucha con atención, le pide ayuda con frecuencia y se admira de su habilidad. (…)

            José y Jesús pasan muchas horas juntos dentro del taller, reparando alguna cosa o trabajando fuera, en el patio. (…) Las manos de José son duras, fuertes… trabajo no falta. (…) José enseña a Jesús a utilizar la sierra, el escoplo, el cepillo, el martillo…; y Él aprende a serrar, a equilibrar, a pulir, a ensamblar…”

(Acercarse a Jesús con María, Josep Maria Torras).

Ya solo pensar en esto es impresionante.  ¡Un hombre le enseña a Dios! Esto se dice fácil, pero es algo muy fuerte, muy potente: un hombre le enseña a Dios y ese hombre se llama José.

Dios aprende la lección, aprende a trabajar, aprende la laboriosidad, la puntualidad, el esfuerzo, la atención a los demás, el cuidado de la casa, la responsabilidad económica.  También le enseña a rezar, porque un varón aprende a rezar viendo a otro varón rezar, a su papá.  Y Jesús tiene a José.

José, enséñame a mí, yo también quiero aprender.

“San José trabaja, codo con codo, con el Hijo de Dios.  La mirada amable y limpia de Jesús da sentido a su trabajo.  José trabaja por Jesús, con Jesús”

(Acercarse a Jesús con María, Josep Maria Torras).

TRABAJAMOS CODO A CODO CON DIOS

Díselo tú, se lo digo yo: “José, enséñame a darme cuenta también de este hecho: yo trabajo codo a codo con Dios cuando lo tengo presente en mis labores, cuando le ofrezco lo que hago, cuando acudo a Él en medio de mis tareas.  Puedo gozar de ese mismo gozo que tú tenías al trabajar”.

Volteamos a ver a José en Nazaret y nos damos cuenta de que tiene todo lo que necesita: vive bien, tiene el corazón lleno, no se ha equivocado.

Ahora, las cosas no siempre fueron fáciles.  Pero, aunque el mundo se tambaleara, José se aferró a lo que realmente le daba sentido a su mundo, lo que le da sentido al mundo y a todo mundo la verdad.

Los avisos siempre se los dieron en sueños y siempre implicaron grandes cambios en su vida.  Tal vez no era lo que él había planeado, pero actuó siempre confiando en Dios.

EN PRESENCIA DE DIOS

“José es un hombre dotado de madurez para corresponder a la gracia con la premura del amor.  Fíjate que el Evangelio dice que José se levantó de noche, es decir, no esperó al alba para partir.

            Pero además era un hombre sabio, porque llevó consigo las dos únicas cosas que daban a su vida profundo sentido: María y Jesús.  No tuvo reparo alguno en dejar inmediatamente casa, pueblo, taller, clientes, lengua natal, amigos… y, sin esperar a la madrugada, marcharse a Egipto.

            El santo Patriarca considera que la voluntad de Dios es esencial y responde con la inmediatez amorosa de la madurez.

            San José dejó todo, inmediatamente, pero no lo esencial.  San José estaba desprendido de la comodidad de su taller, casa, amigos y sinagoga.  Y si para servir a Dios, que en su caso era servir a su familia, había que dejar todo, lo dejaba.

            Eso demuestra humildad, pues la soberbia, la comodidad y el egoísmo hacen que difícilmente dejemos todo de golpe, pues con facilidad pensamos que lo que hago es más importante que la voluntad de Dios o que lo mío es tan importante que necesito pensarlo un buen tiempo.

            En cambio, la humildad nos vacía de amor propio y cuando los planes de Dios están de por medio, nos anima a que no nos aferraremos a lo nuestro como algo de inestimable valor y que, si fuese necesario, sepamos dejarlo como hizo san José al abandonar todo lo suyo… sin contemplaciones y en la misma noche en que Dios se lo pidió.

            En nuestra vida cotidiana tal vez Dios no nos pida que dejemos todo y vayamos a Egipto, pero sí que, cuando alguien nos interrumpa para pedirnos un favor o destruyan nuestros horarios y planificaciones estudiadas meticulosamente, solicitándonos una tarea extra… o cuando nos soliciten ayuda en momentos que estimamos inoportunos, sepamos dejar lo nuestro al instante y asistir al prójimo necesitado”

(En presencia de Dios, Marzo.  Pedro José María Chiesa).

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE SAN JOSÉ

Hay muchas cosas que nos enseña el santo Patriarca.  Ojalá y aprendamos la lección y vivamos como él.

Tiene todo lo que necesita y no lo suelta, no lo deja.  Así hasta el último de sus días.

Te voy a compartir un texto que no sé de dónde lo saqué, pero me gustó (pensando en esto: los últimos días de san José):

“José, acostado, espera la muerte, rodeado por la Virgen y Jesús. (…) La Virgen que le toma la mano, que le dice que no se vaya, que le quiere… y Jesús que sufre, porque es verdadero hombre.  Jesús llora, porque un hombre llora cuando muere su padre.  Jesús le mira con cariño a José (…) comido por el trabajo, consumido por el amor a Él.  ¡Cómo mira Jesús!”

Así nos gustaría morir a nosotros… es la muerte del justo, del fiel… del que realmente cantará victoria…

Terminamos con una especie de oración:

“Oh buen José, que sepultaste tantos proyectos de tu vida por servir a la Sagrada Familia.  Ahí está Jesús, cerquita de ti, te toca la frente, te limpia el sudor, te besa la mejilla.

            Es Jesús, verdaderamente hombre, que te espera en el Cielo en su majestad de Dios.  Le has querido como hombre, Él te recibe como Dios.

            ¡Qué escena! ¡Qué intercambio! El amor del padre adoptivo José será nada comparado con el Amor del Padre Eterno que pronto va a conocer cara a cara”.

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