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“A TRABAJAR EN LA VIÑA DEL SEÑOR”

Ajab

Hoy Jesús nos presenta en el Evangelio una parábola muy bonita, no es de las más conocidas, pero como todas las parábolas, nos hace conocer un poco más a Dios y su amor por los hombres.
Es esa parábola en la que hay un hombre que tiene una viña, y va en distintos momentos del día a buscar trabajadores.
Contrata a algunos muy temprano, a otros un poco después y así sigue, hasta que queda poco del día y contrata a los últimos. Y en su generosidad les da a todos, el mismo pago.

LA VIDA ETERNA

Si uno se quedara solo hasta aquí, parece que el señor de esta viña es un poco injusto.
Pero si nos fijamos en el pago, nos damos cuenta de que es muy generoso, y que supera toda justicia.
Porque a todos los trabajadores les paga con algo maravilloso, mucho más de lo que se merecen: “La Gracia de Dios, La Vida Eterna”.
A los que llegaron primero, y a los que llegaron últimos, a todos les da ese premio increíble: “su Gracia, su propia vida.”
No sé con cuál trabajador te identificas tú que escuchas estos 10 minutos, no sé si te identificas con los primeros o con otros…
A mí me parece que muchos somos de esos últimos trabajadores, hemos llegado al final, no es que seamos flojos, ponemos esfuerzo en lo que intentamos sacar adelante…
Aunque a veces obviamente, sí es verdad que se nos mete un poco la flojera, la pereza y no hacemos lo que corresponde.
Somos de esos últimos trabajadores, pero la generosidad de Jesús nos conmueve, y lejos de hacer que al día siguiente queramos volver a llegar tarde, porque total nos van a pagar lo mismo…
En verdad, en el fondo nos mueve a llegar a primera hora, porque el trabajo y el pago son espectaculares.
Jesús, el Señor de la viña, nos va llamando a todos, y no hace acepción de personas, ¡Todos estamos llamados a ser felices, trabajando en la Viña del Señor!
Todos tenemos un lugar en el campo de Jesús, y esto es lo que nos recordaba el Papa Francisco, en Lisboa, en la ceremonia de acogida de los jóvenes.

SIN MAQUILLAJE

Todos estamos llamados y todos tenemos un lugar en la Iglesia, no es necesario que intentemos ganar puntos o hacer cosas extraordinarias.
Como el Papa nos recordaba, el Señor nos quiere a cada uno. Decía el Papa:

– «Somos amados como somos, sin maquillaje. ¿Entienden esto? Y somos llamados por el nombre de cada uno de nosotros»
(Papa Francisco, Discurso 03.08.23).

Somos llamados por el Señor, porque somos amados. Somos llamados a trabajar en esta viña, a trabajar en este trabajo impresionante.
Somos llamados por nuestro nombre, no es genérico, Jesús tiene un lugar en la viña para ti y otro para mí.


Para Él, tú y yo somos únicos, irrepetibles, no somos parte de una masa, sino que somos elementos que él pensó desde antes de la constitución del mundo, como dice san Pablo en su carta a los Efesios: “Para que trabajemos en su viña”

– «Ustedes no están aquí por casualidad» decía el Papa Francisco. «El Señor los llamó, no sólo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas»
(Papa Francisco, Discurso 03.08.23).

Somos invitados a trabajar con Él, a trabajar para el Señor, y con el Señor. Porque el Señor nos llama a todos, y Él mismo se involucra en ese trabajo.

DIOS NOS LLAMA A CADA UNO

En otra JMJ, en Brasil, el Papa comparaba a la Iglesia, con un equipo de fútbol, y nos decía señalándonos con el dedo: ¡Que Dios nos llama a cada uno!
Con esas palabras decía:

¡A vos, a vos, a vos!

Hemos sido elegidos por Dios para jugar en su equipo y Él cuenta con cada uno de nosotros.
No importa quiénes seamos, no importan nuestros talentos o nuestros defectos, contamos con ellos. Y por algo el Señor quiso dárnoslos.
Pero no son el motivo de la elección, somos llamados porque somos amados por el Señor. El Señor nos ha elegido para que lo amemos.
Un autor espiritual decía; que Dios esperaba que lo amemos tal como somos, no como nos gustaría ser.
Y escribía hablando en nombre de Dios, hablando en primera persona decía:

– «¿Acaso no podría Yo hacer de cada grano de arena un serafín radiante de pureza, de nobleza y de amor? ¿Acaso no podría Yo, con un solo signo de mi voluntad, hacer surgir de la nada millares de santos mil veces más perfectos y amables que todos los que he creado? ¿Acaso no soy el Todopoderoso? ¿Y si quisiese dejar en la nada para siempre a esos seres maravillosos y prefiriese tu pobre amor al suyo?»
(M. Esparza, «Amor y autoestima»).

AMORES IMPERFECTOS

¡Dios no quiere amores perfectos! Es lo que ahora podemos sacar de esta de esta cita: ¡Dios no quiere amores perfectos!
Quiere que tú y yo lo amemos imperfectamente, sin maquillaje, piensa en esto.
En este rato de oración, puedes reflexionar y hablar con Jesús sobre esto.
¡Yo tengo una vocación! Dios me ha llamado, me ha elegido para ser feliz.
Y aquí surge la pregunta más importante: ¿En mi vida me siento llamado e interpelado por Dios? ¿Me doy cuenta de que tengo una vocación, un llamado de Dios?
El Papa Francisco nos decía:

– «Al principio de la trama de la vida, antes de los talentos que tenemos, antes de las sombras, de las heridas que llevamos dentro, hemos sido llamados, hemos sido llamados. ¿Por qué? Porque somos amados»
(Papa Francisco, Discurso 03.08.23).

Dios me ama como soy, y me llama como soy, y me va a hacer santo como soy.
Quiere que yo ahora me abra y que yo elija amarlo. Pero Él es el que hace el trabajo más importante.
¡Dios me ama como soy! ¡Me ha elegido como soy! No como me gustaría ser. Él me ha invitado a trabajar en su viña, como soy, con mis virtudes y defectos, con mi afán de luchar y mejorar.

TODOS TENEMOS UNA MISIÓN

Me quiere inconformista sí. Siempre mirando hacia adelante, intentando entrar en la viña y sacar todo el fruto necesario.
Pero sabiendo que sucederá lo que Dios quiera. Lo que Él ve que nos conviene a nosotros y a los demás.
Cada uno tiene un lugar en este campo del Señor, tú y yo aceptando nuestras limitaciones y esforzándonos por mejorar.

Y cada persona que está a nuestro lado, todos tienen un lugar en este campo, en esta Viña del Señor.
Todos tienen una misión que no es la misma, algunos tienen que hacer surcos, otros tienen que sembrar, otros tienen que fertilizar, otros cosechan, otros cuidan, otros hacen guardias, cada uno tiene su misión.
Y no es tarea nuestra juzgar a los demás, y aquí nos podemos hacer otra pregunta: ¿Yo juzgo al de al lado? ¿Soy de los que se cierran ante los errores del otro? ¿Cuándo el otro se equivoca, cuando dice algo incorrecto, cuando no es como yo quiero, lo excluyo de la Iglesia o intento ayudarlo?
¡Es Jesús mismo el que lo ha llamado, y eso debería bastarnos! Que aprendamos a pasar por alto los errores de los demás, porque nosotros también los tenemos.
Ayudemos al prójimo, corrijamos lo que sea necesario, ayudemos a los demás a mejorar, siempre con paciencia, con amor, con comprensión.

UN CORAZÓN GRANDE

En nuestra vida en comunidad estas son virtudes muy necesarias. Comprender al prójimo, acogerlo. Pidámosle al Señor un corazón grande, donde quepan todos.
Pienso que nos puede servir el ejemplo de san Josemaría, que era muy humilde y nunca se ponía como referencia, pero sí comentaba algo que le había dado el Señor: “Un corazón grande”.
Él decía que Dios le había concedido un corazón enamorado, el era un hombre que sabía querer, que no había necesitado aprender a perdonar, porque Dios le había enseñado a querer.
Pídele con confianza a Dios que te dilate el corazón, como lo hizo con san Josemaría.
Al final de este rato de oración, le podemos pedir al Señor, que nos enseñe a valorar el pago que nos da por nuestro trabajo, que a veces puede parecer algo Injusto, pero que en realidad es algo espectacular.
¡La gracia de Dios es todo para nosotros! Y con esa gracia podemos responder a cada llamado de Cristo en nuestra vida.
Y le pedimos a la Virgen, la llena de gracia, que nos ayude a responder como ella, con generosidad a los llamados de Dios.

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