“El mundo está lleno de vocaciones”
(La destrucción creadora, Luigino Bruni).
Un libro muy simpático, tiene esta idea que me atrajo bastante; de hecho, tomé algunas notas y las archivé en mi “evernote” y comprobé que, quizás, de las notas más numerosas que tengo ahí en esta aplicación, son notas sobre vocación, santidad, lucha y oración.
Tuve la curiosidad de mirar cuántas notas tenía, en cuanto a las etiquetas y me encontré que muchas de las notas que tengo son de vocación.
“Es un tema Señor que me atrae mucho y por eso, cuando vi esto de que el mundo está lleno de vocaciones, me llamó la atención”.
Vamos a hacer un ratico de oración, vamos a hablar con el Señor de este tema: de las vocaciones. Pensar si es verdad que todos en este mundo tenemos vocación y que este mundo está plagado de vocaciones.
En concreto se justifica esta idea, porque el autor dice que hay algunas personas que cuando entran en contacto con un carisma o con un ideal, no se encuentran con algo externo a ellas, sino que se encuentran consigo mismas.
Hay mujeres y hombres que cuando entran en contacto con una espiritualidad o con un ideal, inmediatamente perciben una profunda consonancia, una resonancia en su interior entre esa espiritualidad y su propia realidad interior muy auténtica, que es muy propia.
Lo que descubren esas personas es que ya hay algo del carisma que más tarde los conquistará y se dan cuenta de que son portadores de eso que les ha llamado tanto la atención, que han visto con tanta luz.
Porque entran en contacto con una persona o con una institución que ya vive ese carisma, que ya vive ese ideal.
VOCACIONES
Por ejemplo, cuando un joven se encuentra con el carisma de san Francisco de Asís y siente la vocación a seguirlo, siente la llamada, no es que se convierta en franciscana, porque ya lo era.
En otras palabras: se convierte en lo que ya era; se convierte en algo a lo que ya estaba llamada a ser.
Aquí recuerdo una idea (me parece que era de san Josemaría), que decía que
“la vocación que Dios ha pensado en cada uno de nosotros desde antes de la constitución del mundo”.
Eso se dice de la Virgen María y se dice de los santos, pero también de cada uno de nosotros.
Dios ha pensado en cada uno de nosotros antes de que existiéramos en esta vida y por eso todos tenemos una vocación, todos tenemos una llamada.
Independientemente a que sea a una institución de la Iglesia o a un carisma puntual de vida religiosa, de vida ascética o de vida consagrada, todos tenemos una vocación en la trascendencia.
Todos tenemos una llamada a la vocación, encontrarnos con Dios, a ser lo que Dios quiere de nosotros, a ser lo que estamos llamados a ser; hay que descubrirla, hay que encontrarla.
¿CUÁL ES MI VOCACIÓN?
Un jesuita (para seguir con el ejemplo de las vocaciones) -por decir franciscanos o una institución tan grande y tan histórica-, no recibe el carisma ni de Ignacio, ni de san Ignacio, ni de otros jesuitas, sino que la encuentra.
Misteriosa y realmente, la encuentra en sí mismo, lo descubre vivo y durmiendo en él mismo, ahí, en el alma.
Y allí está esperando que alguien lo llame por su nombre, que alguien le haga ver eso para lo cual ha sido creado y eso es lo que es una vocación; por eso, todo el mundo está lleno de vocaciones.
“Una idea muy bonita, me pareció sensacional y yo creo que esto nos puede servir Señor para hablarlo contigo, para que cada uno de nosotros te pregunte: ¿Cuál es mi vocación? ¿Para qué estoy llamado yo a este mundo? ¿Cuál es mi papel en este mundo? ¿Cuál es mi misión en este mundo?”
El encuentro, muchas veces, con un carisma, con un ideal, con una institución, enciende inmediatamente una cosa en el interior y genera un proceso de reconocimiento. La persona se reconoce, se vuelve a conocer.
“Eso le pasó, por ejemplo, a Nicodemo cuando habla esa noche contigo Señor, se reencuentra, se reconoce, se vuelve a conocer y está llamado a volver a nacer”. ¡Ese diálogo con Nicodemo es apasionante!
SOMOS PARTE DE LA VIDA DE JESÚS
Aquí, a este punto, cuando ya han pasado unos minuticos (bastantes, por cierto), nos conectamos con el Evangelio:
“En aquel tiempo mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer entre el gentío, levantando la voz, dijo: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”.
Pero Él le dijo: “Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen””
(Lc 11, 27-28).
“Señor, Tú recibes el cumplido, recibes el cumplido de tu Madre, no desprecias ese cumplido. Dices:
“Es verdad, bienaventurada mi Madre que dijo sí a Dios”.
Pero cuando dices
“Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”,
es como si la persona escuchara: es verdad. Siento en mi corazón como si ya hubiese estado con Jesús, como si hubiese sido amigo suyo toda la vida, su discípulo de toda la vida”.
Eso nos tiene que pasar a todos los cristianos: sentirnos que somos ya parte de la vida de Jesús y que Jesús se hace parte de nuestra vida, que somos sus apóstoles, sus amigos.
“Ya no os llamo siervos, sino amigos”
(Jn 15, 15).
¿QUIÉN ESTOY LLAMADO A SER?
Por eso, lo primero en la vocación es la amistad con Cristo, después viene la misión o la llamada concretas, pero lo primero es la amistad contigo.
“Por eso Señor, estos ratos de oración, estos 10 minutos contigo de cada día, nos tienen que hacer más amigos tuyos; que te conozcamos más, que te tratemos más y que vayamos sintiendo esa resonancia que hay entre nosotros”.
“Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”,
porque es para mí, es una cosa para la que yo estoy hecho, creado.
“En la presencia tuya Señor, que yo aprenda a valorar cómo eres y cómo soy yo y pensar: ¿quién quiero ser? Y, sobre todo, ¿quién estoy llamado a ser?”
Es que esto de la vocación es muy serio y todos tenemos una vocación, ¡todos!
San Josemaría, que fue un instrumento querido por Dios para recordar la llamada universal a la santidad, la llamada a la santidad de todo el mundo decía lo siguiente sobre la vocación:
“Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida.
Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio.
Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación”
(San Josemaría, Carta, 9-I-1932, n. 9)
Y todos tenemos esa vocación, todos tenemos la vocación de imitar a Jesucristo, a tener cara de resucitados.
MARÍA MAGDALENA
En un libro también que estoy leyendo, hablando de María Magdalena, me causó gracia esa impresión: cómo María Magdalena sale -ella no es una gran evangelizadora, ella no va a dar unas grandes catequesis y no va a tener una misión de apóstol, no.
Pero María sale y tiene cara de resucitada. Sale a propagar el fuego que arde en su corazón. Su rostro está lleno de llamas, de luz; esa es María Magdalena.
Y el mundo tiene que estar lleno de estas personas, lleno de cristianos que tenemos esa luz en el alma, en el corazón y que nos sentimos llamados por Dios, que reconocemos que Dios está ahí en el alma, en el corazón.
Son cosas que tenemos que seguir meditando, hablándolas con el Señor.
Acudimos a nuestra Madre santísima, una criatura como nosotros. Ella no era Dios, es parecida a Dios, pero ella no era Dios; una criatura humana y descubrió cómo Dios la llamaba a ser su Madre. Ella respondió que sí.
Vamos a pedirle a nuestra Madre que nos ayude a reconocer cuál es la llamada que cada uno de nosotros tiene en su corazón desde antes de la creación del mundo.