¿QUIÉNES SON MI MADRE Y MIS HERMANOS?
Hoy oímos en el Evangelio de la Misa, que es de San Marcos, lo siguiente:
“En aquel tiempo llegaron la madre de Jesús y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar.” (Mc 3, 31)
Nos asomamos así a esta página del Evangelio, donde vemos la gran acogida que tienes Tú, Señor, y al mismo tiempo, el respeto, la humildad de la Virgen Santísima que desde fuera, como dice aquí, te manda a llamar. No es que se impongan, no interrumpen con su ingreso, teniendo autoridad, teniendo razones para decir: bueno permiso, porque soy la mamá de Jesús; quiero hablar con él. Ya esto es una lección.
Después dice:
“La gente que tenía sentada alrededor le dijo: Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan”. (Mc 3, 32)
Es ese deseo de la gente de ayudar, y por supuesto de dar su lugar al que es importante. Creo que nosotros habríamos hecho lo mismo, ¿no? o sea, decir: Mira, paremos todo porque viene la Virgen María.
Sigue el evangelista:
“Él les pregunta: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”. (Mc 3, 32-35)
Esta reacción a todos nos sorprende, no nos la imaginamos así fácilmente ¿no? “Mira, tu madre y tus hermanos te buscan”. Y responder: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” Y claro, la respuesta, señalando a los que están a su alrededor, es más desconcertante:
“Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.
VOLUNTAD DE DIOS COMO PROPIA
Todos tenemos una especie de secreto que aquí, Señor, tú nos comunicas y que tiene que ver con lo que nos acerca a Ti, lo que nos relaciona contigo, lo que nos une contigo. Y es hacer la voluntad de Dios.
Con razón en el Padrenuestro nos has enseñado a pedir que Dios nos ayude a que “se haga su voluntad en la tierra como en el cielo”. Ahora mismo lo podemos renovar como petición: Señor, ayúdame a hacer tu voluntad.
Pero esto me parece que puede tener una aplicación un poquito más concreta todavía, porque la idea es que nosotros nos demos cuenta de que en esta afirmación –“el que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”-,
Dios pone la única característica de aquel que es reconocido por Él como familiar suyo. Y esa característica es eficaz, es algo que tiene que ver con el movimiento, con el hacer el bien. Tantas veces quizás lo hemos pensado.
LA VOLUNTAD DE DIOS NOS HACE SU HERMANO
El bien hay que construirlo, así como no hay mal en abstracto en el mundo, sino pues hay una mentira, hay una coima, hay un asalto. Bueno, pues el bien también se hace en la medida en que se hace, valga la redundancia, en la medida en que yo digo la verdad, en que doy las gracias, en que saco mi simpatía para hacer el ambiente más agradable. En esa medida existe el bien, el que hace la voluntad de Dios.
Entonces, ¿a dónde iba? Que nosotros hemos aprendido a tratarte, Señor, a través de oraciones, hemos aprendido a recibir la gracia a través de los sacramentos. Quizás nos damos cuenta de que es importante que nos formemos y entonces asistimos a un medio de formación o leemos algún libro de lectura espiritual. Todo está súper bien, obviamente. Pero sí cabe el que nos pase el pensar que hacer cosas buenas como rezar, como ir a un medio de formación, a un retiro, pues ya es suficiente. O sea, como que está ahí el buen cristiano.
TRABAJAR EN PARECERME A JESÚS
Sin embargo, acá dice “el que haga la voluntad de Dios”. Por tanto, no necesariamente es lo mismo. O sea, evidentemente será voluntad de Dios que rece, que me instruya, que me forme, que tenga buen consejero quizás en la dirección espiritual…
Pero eso tiene que moverme a hacer la voluntad de Dios, que no solo es que rece. Y entonces hay que, efectivamente, levantar la mirada y ver que la voluntad de Dios tiene más aplicaciones que solo rezar. O sea, tiene que ver con mi modo de vivir en general, pero en concreto cómo soy cuando estoy en la casa, cómo soy cuando estoy en el trabajo, cómo soy cuando estoy en la calle, cómo soy. Soy Cristo que pasa o soy fulanito o fulanita de tal.
Entonces, hacer la voluntad de Dios requiere la conciencia bien formada, estar en presencia tuya, Señor, y en diálogo constante contigo, de manera que te pueda escuchar. Porque sí puede pasar que nos mecanicemos de manera que podamos decir: pues yo rezo tal y cual cosa, y pensar que esto ya me hace buen hijo de Dios.
LA VOLUNTAD DE DIOS Y NO LA NUESTRA
Esa oración, ese encuentro con Dios, ese sacramento, me debe llevar a ir creciendo en virtudes, a irme pareciendo a Ti, Señor, a ser cada día más alegre, más generoso, más humilde, más servicial, a tener una mejor cara, una manera mejor de mirar a los demás. Entonces es eso: es irme haciendo semejante a ti, Jesús, que esto es la santidad.
Y por lo tanto no solo es rezar, no solo es formarme, no solo estar haciendo alguna obra buena o escuchando alguna idea buena. Hay que pasar a la acción.
“El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.
Pues pasar a la acción significa hacer el bien. El bien existe porque yo lo he hecho, yo lo estoy haciendo, o al menos me estoy procurando esforzar para hacerlo. Y entonces ya no es un buen deseo, sino es una buena realidad, es una suma de buenas realidades en mi vida ordinaria.
Pensémoslo con calma, porque tendremos mucha más sensibilidad para escuchar al Señor en el fondo de nuestra conciencia y a través de las personas que nos rodean. Tantas veces nos dan buen ejemplo, tantas veces nos dan un buen consejo, tantas veces nos enseñan la ruta… Esto es lo que Jesús haría.
Pues vamos a detectar esas mociones de Dios, sencillas, ordinarias, y vamos a procurar pasar a la acción. Que la Virgen María nos ayude a decir como Ella:
“hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).