La Palabra de Dios, el Verbo, la Imagen perfectísima de Dios, que venía a hablarnos con toda su Sabiduría, lo primero que hace es llorar: La Palabra de Dios llora en un establo. Algo sobrenatural que hace de esta noche distinta.
Qué cosa tan poco lógica: Dios que llora y además viene a empezar su misión en el ámbito de un establo: no era ni el mejor sitio, ni la mejor actitud para reflejar a Dios.
Pero si lo pensamos a lo divino, sí que es una cosa lógica, porque venía a humillarse y a excederse en su Amor.
Venía a hablarnos de ese Amor tan grande, no con palabras bonitas y poéticas, sino con hechos. Y nadie gana a Dios en su Amor. Como cuenta esta meditación: Vino a traernos los dones más grandes que podríamos recibir y ya está entre nosotros.
Pero podíamos habernos preguntado: eso está bien, pero Dios no puede sufrir. ¿Podría Dios sufrir por nuestro Amor? ¿Nos querrá tanto como para pasarlo mal por nosotros?
El amor se mide con el sacrificio
Por eso, oír llorar al Niño es la mejor de las melodías, una dulce música, mejor que la de los Ángeles. Un cántico humano hecho por el mismo Dios: para sufrir no manda emisarios, viene Él mismo.
El llanto del Niño Jesús se convierte en la mejor de las melodías, una música celestial superior incluso a la de los Ángeles. Este cántico humano, expresado por Dios mismo, resuena como una invitación a entender que el amor se mide a través del sacrificio.
Dicen que el mayor honor que hace Dios a un alma no es darle mucho, sino pedirle mucho. Esta es la lógica del Espíritu Santo, del Amor de la Trinidad; nos pide porque quiere escucharnos el corazón. Eso hace el Señor con todos los que trata como santos. Dios se da del todo y los que están a su alrededor dan todo, mientras más cerca de Dios, más tendremos que dar.
Dar lo que nos vaya pidiendo, lo que en cada momento nos cueste. Eso que parece poco lógico para su triunfo, para el buen funcionamiento de su reinado; quizá, lo que con ojos humanos hace que nos rebelemos porque es poco práctico, eso es lo que el Señor, a menudo, nos pide…
Nos pide, porque nunca nos obliga, lo que busca es nuestro amor, eso es lo verdaderamente eficaz; esto es lo que nos hace santos con el Amor de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
No se puede hablar en la noche del nacimiento
En la noche del nacimiento, Dios, que viene para hablar, elige inicialmente el silencio. Su forma de comunicarse es a través de los hechos, sorprendiendo a los sabios y desafiando las expectativas humanas. Nadie se esperaba que viniera por la puerta de la humildad, de la pobreza de espíritu; nadie pensaba que es Dios.
¿Qué hay que hacer para tener docilidad al querer de Dios y adaptarse rápidamente a sus planes?
Tener la mentalidad de un ser necesitado, de un niño; decía gráficamente el Señor: hacerse un niño. Dios quiso pasar por aquí, por eso, callando habla y enmudece a los sabios, desconcierta la experiencia humana.
Llegó la Navidad y, con ella, la posibilidad de contemplar la escena de Belén como si fuera la primera vez. Miremos todos en la misma dirección a este Niño que tiene tanto que enseñarnos desde ese trono de realeza, que es el Pesebre, como nos cuenta esta meditación (https://www.10minconjesus.net/meditacion_escrita/meditacion-pesebre/)
Para la Navidad
Hoy es un día para estar contentos, la liturgia de la Iglesia entona el Gloria: Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a los hombres. Son las palabras que los pastores escucharon a los ángeles.
No teman, pues vengo a anunciaros una gran alegría: Hoy les ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor.
Al igual que los pastores, se nos anima a buscar a Cristo con entusiasmo, ya que la alegría da alas y la prisa en encontrar al Señor es esencial.
Dios elige a pastores y pescadores, a personas de buena voluntad, resaltando que no requiere habilidades extraordinarias.
En esta Navidad, recordemos que el mayor regalo es el amor de Dios encarnado en Jesucristo, un regalo que nos invita a responder con gratitud y a compartir ese amor con los demás. Que la alegría de este día nos impulse a vivir con entusiasmo y buena voluntad, siendo instrumentos de paz y amor en el mundo. ¡Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad!
María y José, viendo al Niño, estarían pensando lo mismo: es Dios y está llorando, está aquí por amor a los hombres…