En Pentecostés, la Iglesia Católica celebra el evento en el cual el Espíritu Santo, enviado por el Hijo, desciende sobre la Santísima Virgen María y los Apóstoles (cfr. Hechos de los Apóstoles 2).
Desde ese momento, los Apóstoles son capacitados para emprender la misión de evangelización a todos los pueblos y naciones, haciendo partícipe a la humanidad entera del mensaje de la salvación.
La Iglesia nace del costado abierto de Nuestro Señor, como don total de Cristo por la salvación del hombre, pero es Pentecostés donde la Iglesia naciente empieza a realizar la misión encargada por el Hijo (Cfr. CCE 766 – 767).
Pentecostés ocurre cincuenta días después de la Pascua de Resurrección, haciendo eco de las palabras de Nuestro Señor Jesús:
Yo rogaré al Padre y os dará otro Abogado que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros y está en vosotros. Juan 14, 16-17
A pesar de la importancia del Espíritu Santo en la conformación de la Iglesia primitiva, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad sigue siendo desconocida aun en nuestros días.
El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad
En tiempos de nueva era, de superstición, de predominio del sentimentalismo y de la emotividad, la experiencia del Espíritu Santo amenaza con caer en subjetividades, alejándose de su verdadera esencia.
El creyente se ha limitado a quedarse inmóvil donde se “siente bonito”, donde está cómodo, llevándolo a confundir la acción del Espíritu Santo con cualquier sentir humano.
Pero el Paráclito es ante todo el Espíritu de la Verdad, su llamada va más allá de una mera conmoción interna, nos invita a movilizarnos. Igualmente, el Espíritu Santo nos capacita para predicar la Verdad, como lo hizo con los Apóstoles en Pentecostés:
“quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas” (Hechos de los Apóstoles 2, 4), cuya efusión tenía el propósito dar a conocer el mensaje de Cristo al mundo entero.
Así, cada don otorgado por el Espíritu Santo tiene un objetivo claro en la construcción del Reino de los Cielos, es un error creer que la acción del Espíritu Santo se limita a un mero espectáculo humano, como muchas veces se suele confundir el don de lenguas, por citar un ejemplo.
La Tercera Persona de la Santísima Trinidad nos invita al orden y a salir de la comodidad, que nos impide crecer en la vida interior.
Los dones del Espíritu Santo
Como lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 768, el Espíritu Santo “construye y dirige” a la Iglesia por medio de diversos dones, estos encuentran su fundamento en la Sagrada Escritura.
Dones del Espíritu Santo son siete:
- Entendimiento, o don de reconocer al Padre, es aquel que nos permite comprender que todo procede del Padre, y que como tal, el creyente debe abandonarse a su santa voluntad, soltarse de sus planes humanos, para dar cumplimiento a los planes divinos.
- Sabiduría, o la capacidad de discernir o juzgar, hace que juzguemos la realidad no con ojos humanos, sino desde un sentido de lo espiritual y divino, lo que conlleva a tomar decisiones de acuerdo a las mociones del Espíritu Santo, dejando atrás los impulsos de la carne.
- Ciencia, o capacidad de poner todo en su lugar, este don permite que el hombre no caiga en el apego a las cosas creadas, con la finalidad de aspirar solo a los bienes eternos. Es el don del orden, que aporta al creyente la competencia de dar a Dios siempre el primer lugar.
- Don de consejo, o don para las urgencias, el cual permite tomar decisiones santas, ante situaciones complejas. este don evita que el hombre se deje vencer por la angustia y la desesperación en momentos de dificultad.
- Piedad, o don que me recuerda la verdad, es el primer don de la voluntad. Este don nos lleva a recordar que debemos amar y respetar a Dios, aun en las dificultades y tormentos de la vida, pues quien siempre tiene la mirada fija en Dios, obtiene grandes consuelos.
- Fortaleza, o don de los héroes, ayuda al cristiano a ejercitar las virtudes de manera heroica, para que logre vencer toda dificultad que se le interponga en el camino hacia la santidad.
- Don del temor de Dios, o don de entender los límites, es la gracia otorgada por el Espíritu Santo que permite comprender que debemos obedecer y dar cumplimiento a la ley divina. Este don también coopera en la formación del carácter, ya que nos ayuda a mantenernos firmes frente a las ocasiones de pecado.
El Espíritu Santo, Amor entre el Padre y el Hijo
El fuego del Espíritu Santo en la vida del cristiano no es más que el Amor vivo y latente entre el Padre y el Hijo, que quiere venir a anidar en nuestra existencia, que no nos abandona.
Ese mismo fuego de amor es el que mantiene viva y siempre actual a la Iglesia, aun después de más de 2000 años, para dar respuesta a las necesidades de los tiempos, desde la fe.
El amor recíproco del Padre y del Hijo procede en ellos y de ellos como Persona: el Padre y el Hijo ‘espiran’ al Espíritu de Amor, consustancial a ellos. San Juan Pablo II, Catequesis 14 de noviembre de 1990
Por medio del Espíritu Santo vivimos, nos movemos y existimos, nada se escapa de su acción. Así, vivir en el Espíritu es tener la vida de Dios, llevar a cabo plenamente su voluntad.
El deseo del Espíritu es la santificación del hombre, Dios tiene afán por darnos su Espíritu, de llenar el corazón con el ardor del amor divino, para incendiar al mundo entero y hacer de él una nueva creación. ¿Estás dispuesto a dejarte morar por el Amor?
Oración a el Espíritu Santo
Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
llena con tu divina gracia,
los corazones que creaste.Tú, a quien llamamos Paráclito,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego,
caridad y espiritual unción.Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, dedo de la diestra del Padre;
Tú, fiel promesa del Padre;
que inspiras nuestras palabras.Ilumina nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé nuestro director y nuestro guía,
para que evitemos todo mal.Por ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también;
Creamos en ti, su Espíritu,
por los siglos de los siglosGloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos de los siglos. Amén