Estamos viviendo una nueva Cuaresma, una nueva oportunidad de caminar en el desierto con Jesús, 40 días de oración, de sacrificio, de conversión, de enmendar, 40 días que tienen aroma a eternidad. 40 días para unirnos íntimamente a Jesús, y preparar el corazón para acompañar a nuestro varón de dolor en su tránsito al Gólgota. Es preciso, pues, que acompañemos a Cristo en la Cruz, para poder participar junto a él en su resurrección, de ahí la importancia de este camino cuaresmal.
40 días que recuerdan el camino del pueblo de Dios en el desierto, 40 días que recuerdan el camino de Elías hacia el Horeb. Esta época de la Cuaresma es el momento ideal para que el alma busque el encuentro con el Señor. Con un corazón contrito, con un dolor de nuestros errores, pero ante todo con una recta intención de elevar nuestra mirada a Dios.
Este tiempo de Cuaresma, inicia el Miércoles de Ceniza donde resuena una frase, que es invitación a vivir intensamente estos 40 días: «conviértete y cree en el Evangelio» en esto se resume la importancia de la preparación a la Semana Mayor, en que nuestra alma tiene una necesidad grande de contrición y de conversión.
Es necesario acercarnos al amor de Dios a través de la oración de la penitencia del sacrificio. Prácticas como el Vía Crucis se vuelven vitales en este período, estas prácticas ayudan a espiritualizar en los misterios de la Semana Mayor.
El sacrificio, nos ayuda a reparar las heridas de Nuestro Señor. Y también es muy importante examinarnos, y pedir perdón por nuestras faltas. En este sentido la Confesión es necesaria para este tiempo de Cuaresma, descubramos juntos que gracias infinitas da la Confesión al alma que se acerca arrepentida a los brazos del Señor.
Confesión: sacramento de sanación
La Reconciliación, es un sacramento muy especial, y de gran valor. Es el mismo Cristo quien antes de subir al cielo instituye, en la persona de sus apóstoles este sacramento que da el perdón de todas nuestras culpas. Un sacramento de amor, de misericordia, una muestra palpable de amor de un Dios hacia nosotros sus almas que, a pesar de haberle ofendido, podemos contar con su perdón en cada Confesión.
Es este un sacramento de sanación, un sacramento con la capacidad de sanar todas las heridas que el pecado causa. Porque tengamos claro una cosa el pecado destruye, el pecado lastima: primero nuestra alma, hiere nuestro vínculo con Dios, y nuestras relaciones con nuestro prójimo.
El pecado es una enfermedad grave de los tiempos modernos. Es tiempo de volver la mirada a Dios, es tiempo de acudir a este sacramento que es capaz de sanar y restaurar con el agua viva de la misericordia de Dios, a las almas que acuden a la Reconciliación
La Confesión es un abrazo de aquel Dios capaz de dar su vida por sus hijos y las almas arrepentidas de sus pecados. Un abrazo donde su misericordia, como agua viva, purifica, limpia, restaura y es capaz de hacerlo todo nuevo. Esa es la gracia especialísima que la Confesión trae a las almas. La misericordia del Señor es eterna y muy grande su amor.
Hay fiesta en el cielo, cuando vuelvo junto al Padre
Hay una inmensa alegría por un pecador que abrace la misericordia del Señor, tú y yo, somos almas necesitadas de su misericordia, es preciso que hoy mismo nos acerquemos a este Sacramento de amor y reconciliación. No tengas miedo de dejarte abrazar. En la Confesión no hay juzgamientos, hay perdón, no hay reproches, hay amor, no hay señalamientos, hay esperanza, hay gracias para enmendarse.
Cuando un alma se confiesa, recibe ante todo el perdón de sus faltas, y también con el perdón, vienen las gracias para enmendarse y luchar contra las tentaciones. La misericordia del Señor es eterna y es para todos quienes plenamente arrepentidos y con un corazón sincero lo buscamos.
Ánimo es hoy el momento preciso de volver al Padre, de volver a su amor, y qué mejor que sea la Cuaresma, el momento preciso para poder volver a los brazos misericordiosos de un Dios tan bueno.
Jesús es la fuente del Agua Viva, y de la Confesión se derraman gracias innumerables, del corazón de Nuestro Señor irradian mares de misericordia, para purificarnos a cada uno de nosotros. Acerquémonos con la confianza en un Dios pleno a perdonarnos, vayamos al confesionario a encontrarnos con un Dios, que ante todo es un Dios amantísimo y presto para perdonarnos siempre.
Dado que es un sacramento importantísimo, no olvidemos que debemos prepararnos como es debido, con un examen de conciencia, donde revisemos en qué hemos fallado y cuáles son nuestros pecados. Ya en el confesionario de manera sincera, diremos nuestras culpas, y con un corazón contrito, recibiremos el perdón, cumpliremos la penitencia, y ante todo tendremos un firme propósito de enmendarnos. Que sea esta Cuaresma el momento propicio de reencontrarnos con Dios.