Pero, ¿cómo es el amor de Dios? ¿Cómo es su corazón? Aunque pensemos que el amor de Dios no se puede ver, sí se puede porque se ha encarnado. Podemos encontrar como funciona viendo las reacciones de Jesús durante su vida terrena, ya que tiene un corazón verdaderamente humano.
Fue su Sagrado Corazón el que amó a aquel joven que tenía mucho, conocido como el joven rico, pero que no supo corresponderle. Su Corazón se compadeció al ver con sus ojos tanta gente que estaban como ovejas sin pastor o que llevaban tiempo sin comer.
Fue su Sagrado Corazón el que perdona a los pecadores: a Zaqueo, al buen ladrón, a Pedro. El Señor nos quiere siempre, aunque a veces no nos salgan las cosas.
El ejemplo a seguir
Los santos han sido conscientes de esto. Por eso, san Josemaría decía: «Hemos de pedir al Señor que nos conceda un corazón bueno, capaz de compadecerse de las penas de las criaturas, capaz de comprender que, para remediar los tormentos que acompañan y no pocas veces angustian las almas en este mundo, el verdadero bálsamo es el amor, la caridad. »
Si queremos ayudar a los demás, hemos de amarles, con un amor que sea comprensión y entrega, afecto y voluntaria humildad. Así entenderemos por qué el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo nuestro corazón.
El amor que Dios nos tiene es un amor de misericordia, que carga con nuestras miserias, como dice el Salmo 102. Por eso siempre podemos repetir:
Bendito sea su sacratísimo Corazón.
San Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos de Jesús, como lo explica esta meditación:
Para Siempre
Cuando una persona se enamora, quiere que ese amor sea eterno. Pero a veces no dura, es pasajero porque nuestra capacidad es pequeña o pobre. El mundo cambia las palabras, recuerdo que una artista declaraba después de su enésimo divorcio: el amor es eterno mientras dura. Eso no es amor.
El amor de Dios no depende de nuestra fidelidad. No depende de lo que nosotros hagamos. El Señor nos quiere porque Él es bueno. Dios nos querrá siempre, aunque no le correspondamos. Por eso dice el Salmo: la misericordia dura siempre.
Dios, nuestro Padre, ha querido regalarnos, en el corazón de su Hijo, «inmensos tesoros de amor», misericordia y cariño. Si queremos encontrar pruebas de que Dios nos ama, de que no solo escucha nuestras oraciones, sino que las anticipa, solo debemos pensar como San Pablo: «Si Dios no escatimó ni a su propio Hijo, ¿acaso no nos dará también todas las cosas junto a él?»
La gracia transforma a las personas desde adentro y convierte a los pecadores y rebeldes en buenos y fieles siervos. El origen de toda gracia es el amor de Dios por nosotros, y él no solo nos lo ha dicho, sino que también nos lo ha demostrado con acciones.
La prueba de amor
Dios se nos ha revelado en Jesús. Se ha abajado para que nosotros viéramos como es. El Señor ha querido cargar con nuestra miseria. El madero de la cruz simboliza nuestros pecados que Él los lleva y se deja crucificar.
El Señor, en el Huerto de los Olivos, sudó sangre al ver toda la miseria humana, por eso las venas no le aguantaron. Por así decir, su Sagrado Corazón está lleno de nuestras miserias.
Su mirada abarcaba desde el primer hombre hasta el último. ¡Qué peso tan grande! Crímenes, injusticias, persecuciones, sacrilegios… Todos los actos imaginables que olvidaban su Amor. Y, sin embargo, va por ahí como alguien que es continuamente rechazado. Enseña su Corazón herido. Así aparece siempre, sufriente. Lo enseña para que los vea todo el mundo, a ver si reaccionamos.
Parece como si Jesús nos dijera: “A ustedes les es natural amar a alguien que les ha sacado de un gran peligro; pero a Mí, que os he librado del Infierno, ¿por qué no Me aman?
Devoción al Sagrado Corazón
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús recibió un especial impulso el 16 de junio de 1675. En esa fecha se le apareció Nuestro Señor a Santa Margarita María de Alacoque y le mostró su Corazón. Estaba rodeado de llamas, coronado de espinas, con una herida abierta que manaba sangre y, del interior, salía una cruz.
Santa Margarita escuchó al Señor decir: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor”.
Continuaba diciéndole: “te pido Yo que el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicado a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día y reparando con algún acto de desagravio…”
Y le prometió que concedería a todos los que comulgaran nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final: “No morirán en desgracia mía, ni sin recibir sus Sacramentos, y mi Corazón divino será su refugio en aquel último momento”.
Gracias a la Virgen, ese Sagrado Corazón late, a pesar de estar lleno de nuestras miserias. Pidamos a nuestra Madre que sepamos responder al Sagrado Corazón, porque solo no podemos, no somos capaces.
El Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen es una copia perfecta del Sagrado Corazón de Jesús. Haremos que nuestro corazón lata al ritmo del corazón del Señor si lo recibimos frecuentemente en la Comunión Eucarística.