Reseña:
¡Celebremos este 26 de julio, junto con toda nuestra Iglesia Católica, la fiesta de los padres de la Santísima Virgen María y abuelos de Jesús, san Joaquín y santa Ana! En este escrito conoceremos de dónde procede la información que de ellos conocemos y cómo Dios los preparó para ser los padres de la Virgen María. Además, se presenta una recopilación de varias citas del Papa Francisco sobre la importancia de los abuelos en la sociedad.
Tanto nos falta conocer de la infancia, adolescencia y adultez de nuestro Señor Jesús, y tal como dice el evangelista san Juan, nunca llegaremos a saberlo todo. En el último versículo de su Evangelio (21,25) nos dice:
“Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran”.
Además del Nuevo Testamento, hubo muchos intentos de seguir escribiendo sobre Jesús, y estos son conocidos como libros, evangelios apócrifos o protoevangelios (no son libros aceptados como parte de la Biblia, y no necesariamente todo lo que se indique en ellos se considera verdad, pero surgen por la tradición de un pueblo con y por amor a nuestro Señor).
Del protoevangelio de Santiago nos llega la tradición de conocer los nombres de los padres de la Virgen María y, por tanto, sobre la vida de los abuelos de Jesús. Aunque no se trata de un documento aprobado, nos facilita imaginar detalles más íntimos de la Sagrada Familia. Fue escrito probablemente hacia el año 150 y está centrado en la infancia de la Virgen María y en el nacimiento de Jesús de Nazaret.
Los abuelos de Jesús: hacer la voluntad de Dios
Esta fuente describe que santa Ana y san Joaquín sufrieron mucho para concebir a María. Pienso que puede ser verdadero, pues de esa forma Dios Padre los estaba preparando para el gran acontecimiento de recibir a la elegida madre de su Unigénito. Sigue esta historia narrando que los abuelos de Jesús eran personas mayores y que se sentían desgraciados por no tener descendencia. Llega a contar una desventura, un día en que Joaquín había ido al templo a ofrecer un sacrificio, fue sacado abruptamente del mismo porque los varones sin hijos no eran dignos de ser admitidos. Entonces se habría retirado a orar por 40 días al desierto sin comentarle nada a su esposa.
Santa Ana pensó que su marido había muerto y se sentía doblemente desgraciada, viuda y sin prole. Pero al regresar, Joaquín y su esposa se volcaron a la oración y Dios los escuchó. Y los escuchó en grande. Un ángel se presentó ante Ana y le dijo que tendría un hijo que sería bendecido por todo el mundo. El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, quien volvió al lado de su esposa. Y, Dios cumplió su promesa y les envió a María, la Inmaculada, la Sierva del Señor. No dudaron en agradecerle también en grande a Dios y disponerla a su cuidado y servicio, la consagraron a Dios entregándola al Templo a la edad de tres años.
María: única hija de san Joaquín y santa Ana
Eventualmente, antes de la pubertad, María salió del Templo y fue entregada en matrimonio a José. Hasta aquí el protoevangelio que sé. Lo que conocemos después está en los evangelios de Mateo y Lucas. Nació Jesús luego del Fiat de María, el sí de Ella a la voluntad de Dios. Así se conforma la familia de Nazaret. Jesús, como verdadero hombre, en medio de una familia terrenal, es educado por sus padres, especialmente por su madre, quien a su vez transmite los conocimientos recibidos de sus padres, los abuelos de Jesús.
María era una mujer ejemplar, sin mancha, humilde, entregada a la oración, dispuesta a seguir ciegamente la voluntad del Padre sin titubeos y a guardar todo en su corazón. Definitivamente, recibió mucho de sus padres y es lo que le ofrecía al niño que de lo alto llegaba a su regazo por medio del Espíritu Santo. Ella dio a Jesús lo que conocía, lo que amaba y lo que era.
No dudo que Jesús en su infancia debió haber conocido a sus abuelos, y recibió de ellos sus creencias, amor, respeto, fe, confianza y sobre todo aprendió a hacer la voluntad de Dios tal como ellos lo hicieron. Y, por qué no, debieron mimarlo como hacen todos los abuelos.
El Papa Francisco y los abuelos
Desde el inicio de su pontificado, el Santo Padre se ha referido en innumerables ocasiones al papel de los abuelos en la sociedad. Es tal la relevancia que les ha dado, que en el Ángelus del domingo 31 de enero de 2021, instituyó la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, a partir de este año, el cuarto domingo de julio, cerca de la memoria litúrgica de san Joaquín y santa Ana, abuelos de Jesús.
A continuación, algunas citas del Papa en referencia a los abuelos que me parecieron relevantes compartirles en este día:
“¿De quién vamos a aprender más que de los que más han vivido? Cuidémosles. Son el futuro. Un pueblo que no cuida a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que ¡no tiene futuro! Los ancianos tienen la sabiduría. A ellos se les ha confiado transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo. Tengamos presentes a nuestros ancianos, para que, sostenidos por las familias e instituciones, colaboren con su sabiduría y experiencia a la educación de las nuevas generaciones”.
“La oración de los ancianos y los abuelos es don para la Iglesia, es una riqueza. Una gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad humana: sobre todo para la que está demasiado atareada, demasiado ocupada, demasiado distraída”.
“Es importante la unión y la conexión con las raíces, pues un árbol separado de sus raíces no crece, no da flores ni frutos. Lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado».
Es así como los abuelos marcan a sus nietos, son un regalo que les da Dios, además de sus padres. Y son, además, en su mayoría, los que refuerzan a sus nietos en la fe, en valores y dejan huellas imborrables para el resto de sus vidas.
Los abuelos que me regaló Dios
¿Quién no recuerda alguna frase o anécdota de sus abuelos?
En mi caso, mi abuela materna fue la que me hizo conocer la devoción a la Virgen del Carmen, Corazón de Jesús, Santa Librada, Santo Domingo y San Antonio. A todos los tenía en un pequeño altar en las casas en que vivieron en el interior de mi país. Recuerdo a mi abuela con su escapulario, con el que jugaba cuando me cargaba de niña. Sus devociones eran sagradas, y siempre las novenas y fiestas se celebraban. Mi abuela me enseñó a rezar el Rosario y nos sentaba a rezarlo en los novenarios por difuntos. Ella se preocupó porque todos sus nietos se confirmaran. Hizo varios grupos según las edades, y nos reunía y llevaba a la Catedral de la capital con el obispo para que nos confirmara. A mí me tocó en el segundo grupo, y me confirmé con tan solo 9 años. En aquella época no se hacía catequesis de preparación como ahora.
Mi abuelo también era muy devoto de los santos, pero no los conocí a través de él, pues le dio Alzheimer cuando yo era niña. Recuerdo, sí, sus abrazos, sus cariños, los paseos al campo, las golosinas que nos daba. Se levantaba muy temprano a ordeñar y nos ofrecía un rico vaso de leche de vaca para los desayunos.
Agradezco a Dios porque me regaló una familia con abuelos querendones que no dudaban de recibirnos en las vacaciones. Y aunque nos consentían, también tenían sus reglas que había que cumplir, pues en sus casas se hacía lo que ellos ordenaban sin titubear.
¡Qué gratos recuerdos! Ellos nos hicieron un regalo de amor que hasta el día de hoy perdura.
Y ahora, para terminar, les pido a san Joaquín y santa Ana:
- Que intercedan ante Dios para que no perdamos la institución de la familia, tan golpeada en este siglo.
- Que sigan existiendo abuelos como ustedes, que oraban en el templo, que no descansaban en rogar al Señor por sus necesidades y para que tengamos fe y confianza en la voluntad de Dios, aun cuando no veamos resultados pronto o no sean los que esperamos.
- Volver a Dios para agradecerle; para poder consagrarnos a Él a través del camino de conversión y que no nos detengamos hasta llegar a la santidad.