Mi historia con Mónica
Me presentaron a Mónica de Cartago en el año 2012, cuando mi hija tenía 14 años y ya no quería confesarse. Le preguntaba a mis amigas con hijos mayores y de profunda fe que debía hacer, pues nada hacía que ella quisiera volver a la confesión.
Entonces una gran amiga me habló de una mujer que nació en el año 331-2 cerca de Cartago en África del Norte y que ahora es conocida como santa Mónica: la madre de la súplica, la mujer de las lágrimas, la esposa virtuosa.
Desde entonces es la amiga a la que acudo cuando tengo una pena con mi hija o con mi inconverso esposo por el que sigo rezando cada día. Ella es mi ejemplo y mi inspiración.
La madre que con su fe, sacrificio, y oración incansable, ganó a un doctor y santo para la Iglesia: san Agustín.
Es perfecta para mí…
Considero a santa Mónica la santa de todos los hogares disfuncionales, pues ella no tuvo una vida tranquila: sufrió mucho por un marido ateo que la maltrataba y no le era fiel, se llamaba Patricio.
Gracias a su delicado comportamiento, la práctica de las virtudes pudo llevar a su cónyuge al bautismo al final de su vida. No solo esto, Mónica asumió con actitud heroica sembrar la semilla del amor a Dios en el corazón de sus hijos en solitario.
De manera que Agustín de pequeño aprendió amar a Dios, sin embargo, al llegar a la adolescencia empezó a mirarse en el espejo de su padre volviéndose rebelde, desganado y lujurioso. Agustín tenía una inteligencia despierta, aguda, brillante y su corazón estaba lleno de ambición y los placeres de la carne le tenían sojuzgado.
Hizo sufrir a su madre de muchas maneras, pero una que él mismo recuerda con mucho arrepentimiento y dolor es la de aquella ocasión en que queriendo ir por sus sueños, la dejó esperándolo en el templo mientras huía a Roma …¿qué hizo ella? Rezó, rezó y rezó. Sus oraciones en el tiempo de Dios, fueron escuchadas.
Una mujer amiga para nuestro tiempo
Al escribir este artículo, pensaba que la humanidad ha quedado herida después de la pandemia, muchos todavía temen ir a misa y una gran cantidad de hijos dejaron de asistir a la confesión. Por esto, santa Mónica está más vigente que nunca: ella escucha a la esposa cuyo marido la maltrata y no cree en Él; ella escucha a la madre cuyos hijos viven alejados de la fe. En ella pues, destacan las lágrimas, que tal y como lo escribe san Agustín en su libro “Confesiones” estaban unidas al sacrificio de Cristo.
Un día estando cercano el día de su muerte, santa Mónica y san Agustín tuvieron una hermosa conversación frente a una ventana. Él narra este diálogo en el capítulo IX de Confesiones, la autobiografía que escribió san Agustín.
Presenta dos paisajes que ayudan a la contemplación: uno externo y otro interno. El externo dibuja un hermoso atardecer con un imponente sol que se reflejaba en el mar …y el interno, es un diálogo de una conmovedora hermosura,de una profunda intimidad y de infinita dulzura entre la madre y el hijo.
Da la impresión que ambos santos vivían una experiencia mística: “Estando cercano el día de su muerte, estábamos los dos solos, mirando por la ventana al jardín de la casa en Ostia, descansando del viaje desde Milán y cogiendo fuerzas para la navegación hasta Cartago. Recorrimos en nuestra conversación todos los seres corpóreos hasta el cielo y subimos más y más arriba. Y ella dijo así: Hijo mío, por lo que se refiere a mí no hay nada que me atraiga en esta vida. Ni siquiera sé que hago aquí en la tierra, y por qué estoy aquí todavía. Una sola cosa me hacía desear seguir viviendo un poco: verte cristiano antes de morir. Dios me ha concedido más y mejor; es decir, verte despreciar las alegrías terrenas y servir solo a Dios. ¿Qué me queda más por hacer?” .Este fue uno de los grandes acontecimientos, estoy segura, de su vida.
Como dirá después el santo, su madre lo engendró dos veces; la segunda requirió largos dolores espirituales, con oraciones y lágrimas, pero que al final culminaron con la alegría no solo de verle abrazar la fe y recibir el bautismo, sino también de dedicarse enteramente al servicio de Cristo.
«¡Cuántas dificultades existen también hoy en las relaciones familiares y cuántas madres están angustiadas porque sus hijos se encaminan por senderos equivocados!» (Benedicto VXI)
Oración a santa Mónica
¡Oh, Santa Mónica, quiero mirarme en tu espejo, esposa y mujer de las lágrimas que no se agotan nunca, esposa siempre dulce, siempre compasiva, siempre consciente de su papel de mujer. ¡Es escándalo para muchas mujeres católicas pensar así hoy!
¡Oh, Santa Mónica, que te mantuviste firme en la fe hoy acudo a ti confiada de que me darás esa dirección espiritual concreta que como esposa y como madre tanto necesito. Mira, amiga, la intención de mi corazón.
Que yo no tenga miedo, que rece, rece y rece para nunca desalentarme, sino más bien persevere en la misión de madre y esposa que mi Dios me ha confiado al darme este esposo y estos hijos.
Santa Mónica, como tú, quiero unir siempre mis lágrimas y mi dolor de esposa y madre en el Sagrado Altar de Dios. Ruega por mí. Amén.