Te quiero contar una historia, la de una muchacha de buena cuna, rica y de refrescante belleza. ¿Su nombre? Teresa Sánchez de Cepeda, española, hija de un gran señor, de esos que hacen época. Nació en Ávila el 28 de marzo de 1515.
¿Has visto los últimos modelos de Ralph Lauren? ¿Los zapatos Dolce & Gabbana y joyería Bulgari? O tal vez te gusta la ropa de Mango, los pantalones Diesel y las pulseras de Pandora. O simplemente no te importan las marcas, ya que eres una fashionista, te encanta la moda, sus colores y todas las tendencias. Eres una “e-girl” una chica que está en la última tendencia.
La ropa y zapatos de Teresa hacen que estos “últimos gritos de la moda” parezcan harapos. ¿Perfumes? ¡Ja! Los perfumes de Teresa hacen que Boucheron, Guerlain y Chanel parezcan colonias baratas de supermercado. ¡Qué perfumes los de Teresa! Cuida su pelo que parece una seda. Y bonita, nadie puede ganarle tiene un “no sé qué”, y todo eso con solo dieciséis años.
Vivió más de quinientos
Estoy escribiendo sobre ella en presente, pero en realidad Teresa de Jesús es una mujer que vivió hace más de 500 años. A la que le gustaban las novelas de caballería y jugar a la guerra con su hermano.
Pero no solo la moda le interesaba, también conoció el amor. Se había enamorado platónicamente, y sentía muchos celos cuando veía al hombre que quería coqueteando con alguna otra chica. No podía soportarlo.
Teresa hoy en día sería una mujer así, moderna, como tú y como yo. Quizá mucho más privilegiada materialmente que nosotras. Una influencer.
Una mujer impetuosa para Dios
Ella, una mujer de buena cuna, rica, y estudiada, no encontraba satisfacción en todas estas cosas. Un día, sin desear realmente ser monja, tomó la decisión de convertirse en una.
Escribió que se sentía “enemiguísima de ser monja”. Las normas religiosas y actos de piedad no eran para ella. Sin embargo, en su corazón había una necesidad de amar muy difícil de expresar.
Se cansó de su propio mundo frívolo y superficial. Puedo imaginarla como una mujer de este siglo pero con la misma búsqueda. En el fondo es una mujer extremadamente exigente y perfeccionista.
Una mujer de gran temple. Se obligó a ser monja, ya que no encontró nunca un amor terreno que satisficiera sus ansias de plenitud.
Sabía que nunca encontraría al amor de su vida, su amor para siempre, y no le hacía ninguna gracia el casarse y servir a un hombre el resto de su vida.
¿Feminista quizá? Era una decisión dura, pero cuando Teresa se determinaba en algo, nada podía pararla. A los 19 años ingresó en el Carmelo de la Antigua Observancia en el convento de la Encarnación de Ávila.
Toda alma tiene un proceso único
Veinte años de su vida transcurren en el convento. A veces ella se desespera, porque en todo ese tiempo jamás ha podido hacer oración “como Dios manda” (relata en sus escritos y escribe obligada por su superior, su director espiritual).
Ella se distrae, su imaginación vuela por todas partes, y si no lleva un libro espiritual siente una sequedad del alma que le impide decir una sola palabra a Dios.
A pesar de esto, de su vanidad, de su voluntad rabiosamente humana, de su desierto interior, sigue rezando a Dios. Persevera, orgullosa persevera y de repente un día, algo da vuelta en su interior. No sabe explicarlo ni ella misma, solo que ya no se siente ella… Es entonces cuando aquella mujer de una belleza arrolladora, la joven rica, de una familia noble y poderosa, tras tanto tiempo en la clausura del convento, muere para ella. Dios ya la había escogido.
Fallece Teresa de Jesús para dar paso a una reformadora que pone orden dentro de la misma orden que la había abrazado dentro de sus paredes. Tenía cuarenta años cuando experimenta una verdadera conversión, el amor de este Dios que la deja herida.
Algo en lo que esta mujer no era moderna
Ella no vivía como nosotras, que estamos en la sociedad del menor esfuerzo y de lo práctico. Muchas de nosotras tenemos lavadoras automáticas de ropa y de platos, secadoras; otras corremos con la suerte de poder contratar muchachas para planchar y hacer la comida y hasta ir al supermercado por nosotras.
Hoy, amiga mía, nos faltan ganas para esforzarnos, en esto o en aquello, cosas grandes y cosas pequeñas y eso era algo que a santa Teresa de Jesús le sobraba.
La Madre, como empezaron a llamarle todas sus monjas y mujeres aristócratas, ricas y de condición normal, había aprendido durante sus veinte años en el convento que debía exigirse, aplicarse, luchar, esforzarse y comprometerse con ella misma a encontrar a Dios como verdadero sentido de su vida.
Se convierte en santa
Ya había tomado decisiones importantes a lo largo de sus veinte años en el convento. A ella le gustaba leer libros de caballería, y estos habían despertado en ella la vocación de guerrera, la visión de soldado y el patriotismo a una causa. Sin embargo, al encontrarse y conocer de forma viva la naturaleza y gracia de Dios, orienta su vida en torno a principios que son propiamente divinos: obediencia, oración, humildad, vida sacramental.
Quizá porque estaba acostumbraba a hacer lo que le daba la gana, la práctica de la humildad era difícil para ella.
Escribe: “La humildad verdadera, aunque se conoce el alma por ruin y da pena ver lo que somos, y pensamos grandes encarecimientos de nuestra maldad, tan grandes como los dichos, y se sienten con verdad, no viene con alboroto ni desasosiega el alma ni la oscurece ni da sequedad; antes la regala, y es todo al revés: con quietud, con suavidad, con luz. Pena que por otra parte conforta de ver cuán gran merced la hace Dios en que tenga aquella pena y cuán bien empleada es. Duélele lo que ofendió a Dios; por otra parte la ensancha su misericordia”. (Libros de su vida)
Teresa sabía que cuando hay humildad en una persona se crea la paz y un ambiente de dulzura, la persona no hace las cosas por vanidad, sino que la persona aprendiz de la humildad busca solo el interés de Dios, de los demás. Se olvida de sí misma y de sus necesidades.
Se hizo obediente
Una condición ineludible para que exista humildad es la obediencia. Teresa comprendió que la razón de tener inteligencia era conocer a Dios y al conocerle poner la voluntad en marcha para convertirse en mujer de bien. Incluso yo, que soy la que escribe estas líneas, me suena extraño el escribir esta palabra.
Es como si para nosotras las mujeres hubiera desaparecido la palabra “obediencia” de nuestro vocabulario.
Santa Teresa escribe (y quizá te suene un poco raro, pero recuerda que escribía hace cinco siglos):
“Digo que importa mucho y el todo… una y muy grande determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (la fuente de agua viva), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en Él, siquiera que se hunda el mundo”.
Santa Teresa tenía una categoría enorme como mujer de decisión, ella era radical: todo o nada, eres o no eres; santa o nada, pero nunca a medias. No estoy diciendo que te vayas a vivir a un convento ni que te hagas monja o sacerdote. Claro que si ese es tu llamado, ¡adelante!
Lo que nos enseña a las mujeres hoy
Nos enseña lo verdaderamente importante: amar a Dios con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas. Si alguien vivió el “boom” de la moda fue ella, si alguien vivió en un mundo donde la preocupación fundamental era el éxito y las posesiones materiales fue ella. Y todo eso lo cambió, porque entendió que sin Dios la vida se queda vacía, sin profundidad y sin peso.
Santa Teresa de Jesús nos deja un legado que no ha pasado ni pasará de moda porque la verdad no pasa de moda. Su vida es un ejemplo de perfeccionamiento que está por encima de la muchedumbre. Sí, claro que es necesario esfuerzo y valentía, sin esto no podremos hacer nada.
Pero tú y yo, como santa Teresa de Jesús podemos ser obedientes, orantes y humildes. Y entonces encontraremos a nuestro amor para toda la vida.
¿Quieres transitar por la senda de la perfección? Entonces haz de santa Teresa de Jesús, tu maestra, tu amiga, tu hermana, tu confidente. Ella te enseñará que ”La perfección no se alcanza en breve, sino que es a quien el Señor quiere por particular privilegio hacerle esta merced” (Libro de su vida).
Teresa entenderá tu vanidad, porque también la tuvo, comprenderá tu debilidad y la mía, porque sabe de qué se trata. Santa Teresa comprenderá tu dificultad en sentarte un rato para platicar con Dios, porque ella misma se pasó veinte años sin poder hacer oración. Dios encontró a santa Teresa del mismo modo que puede encontrarte a ti. Si Dios te sale al encuentro no lo dejes pasar de largo.
¡Alégrate! Santa Teresa de Jesús, ruega por nosotros y enséñanos como ella, a mirar siempre a María.