Celebramos a Santa Teresita de Jesús. Su ejemplo nos enseña en este mundo preso por el yo, que amar significa desprenderse de sí mismo. Nadie como ella para iniciarnos en ese caminito espiritual.
Leyendo su autobiografía me llamó la atención esta frase “después de mi muerte derramaré una lluvia de rosas”. Nunca me hubiera imaginado una frase tan bella, tan llena de contenido, tan impregnada de amor profundo. Hoy quiero contarte de la jovencita, una niña enamorada, que en su agonía escribió estas palabras tan hermosas.
Teresita de Lisieux era francesa. Perdió a su madre a muy temprana edad y era la más pequeña de nueve hijos. Se llamaba Therese y a una cortísima edad se pasaba el día pensando y meditando. ¿En qué pensaba? En Dios, en la rapidez con que se pasa la vida, en la fragilidad de todas las cosas humanas, en la eternidad y el amor.
Ya a los nueve años se había despertado el amor en su corazón y a los catorce supo lo que más quería en la vida. Quería dar de beber a Jesús y convertirse en misionera de almas, especialmente las almas de los sacerdotes. Así que Therese, Teresita la niña santa de Lisieux decidió entrar a los 15 años al Carmelo, hacerse religiosa y cumplir la voluntad de Dios. Tuvo que superar muchas barreras y conseguir permisos especiales, ya que nadie puede entrar al estado religioso antes de los 21 años.
El Camino del Amor
Santa Teresita del Niño Jesús, como hoy conocemos a Teresa de Lisieux, es la maestra del Amor. Nos enseña a ti y a mí con su gran sencillez e ingenuidad la esencia del verdadero amor.
Este era el valor que la movía desde muy pequeña. La carrera que escogió aún muy inclinada a la Teología y la Pintura, fue la práctica y desarrollo profesional en su vida del concepto Amor.
¿Qué era para Teresita el amor? En una de sus poesías escribe: “Amado mío, mi divino Hermanito. Veo en tu mirada todo el porvenir….
Teresita del Niño Jesús aprendió directamente de Jesús y de su vida todo lo necesario para llegar a ser santa e inspirar a los otros a recorrer ese camino. Por lo tanto para ella el amor era encarnar en ella todo aquello que había predicado Jesucristo hasta sus últimas consecuencias.
Se sentía débil
Teresita, admiraba mucho a los grandes santos, entre ellos estaban Juana de Arco y san Juan de la Cruz. En sus oraciones le decía a Jesús que ella se sentía débil para hacer sacrificios como los que hacían estos santos y que por lo mismo quería conquistar su amor a través de las cosas pequeñas. Todo, -decía- absolutamente todo hay que hacerlo por amor a Nuestro Salvador y por su Gloria. A través de su vida podemos darnos cuenta de que vivía el amor en su máxima expresión. Para ella sonreír ante aquella monja que le caía mal era amar. Soportar la forma en que algunas religiosas pasaban las páginas de un libro cuando hacía oración, era amar.
Incluso en los últimos instantes de su vida y encontrándose muy enferma se le veía caminar a duras penas por los pasillos: camino –decía- por un misionero. Eso es amar.
Teresita creía que hasta en los pucheros andaba el Señor, por lo tanto cuando veía a alguna hermana enojada en la cocina la miraba dulcemente, ofrecía las malas miradas que le hacían y amaba. El amor para ella era llevar a cabo esos pequeños actos de virtud y sobre todo la represión continua de su voluntad: una palabra no pronunciada, un servicio prestado en silencio, una página interrumpida, una carrera, un juego. ¡Qué humildad la de Teresita!
Amiga mía, si tú y yo nos tomáramos más en serio el buscar el significado escondido detrás de la renuncia y las contradicciones cuánto mejorarían nuestras relaciones y cuánto podríamos mejorar este mundo. Me pongo a pensar y me digo ¡Cuántos matrimonios se salvarían, cuántos hijos confiarían más en sus padres, cuántas amistades llegarían hasta el cielo! Su secreto, tú y yo podemos vivirlo también, era hacer todo por amor a Jesús.
Su Secreto
Un día, leyendo su Biblia leyó aquel capítulo de San Pablo que exhorta al amor. ¿Qué son incluso las acciones más grandes si falta amor? ¿Qué es el dar todo a los pobres, el hablar muchas lenguas, el predicar, el profetizar y hacer milagros y morir en la hoguera si falta amor?
Atónita ante lo que leía solo pudo pronunciar las siguientes palabras:
Oh Jesús, Amor mío, ¡finalmente he encontrado mi vocación! Mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi lugar en la Iglesia y este lugar, oh Dios mío, me lo habéis indicado vos. En el seno de la Iglesia, mi Madre, ¡yo seré el amor…!”
¡Qué llamado más grande el que nos hace esta adorable niña de finales del siglo XIX! A ti y a mí, mujeres, Dios nos ha llamado a ser el amor. Y lograremos ser amor cuando decidamos seriamente ofrecer absolutamente todo lo que rodea nuestra vida a Dios, Nuestro Señor.
Teresita nos enseña un camino antiguo y nuevo. Un camino de la renuncia al interior y a ese “yo” tan desarrollado en nuestra época.
La rosa se marchita
Desde el punto de vista humano, Teresita, se enfrentó a una muerte terriblemente dolorosa: una tuberculosis que le degeneró en gangrena se consumía por fiebres altísimas que quemaban de la sed.
Su cuerpo y su alma como Jesús en la cruz, sufrió también un doloroso camino. Hasta lo que era más ansiado por ella, la comunión diaria tuvo que ser suspendida desde el 16 de agosto hasta el 24 de septiembre día en que subió al cielo.
Teresita antes de morir escribió unas líneas que creo que son hermosas para llevar a nuestra oración personal:
“…Amar, ser amada, y volver aquí abajo para hacer amar al Amor. Un ansia sola hace latir mi corazón: el amor que recibiré y que podré dar”. Este era el pensamiento de esta santa, conocida por muchos también como “la pequeña flor” o la violeta de Jesús. Tú, como ella, puedes amar a Dios. Tú, como ella, a través de sus enseñanzas puedes decidirte a ser constantemente una lluvia de rosas para todos aquellos a los que amas y te aman. Nuestro mundo, amiga, necesita mujeres que quieran convertirse como Teresa de Lisieux en el amor, en el corazón de la sociedad y la Iglesia. Santa Teresita de Jesús, ruega por nosotros.
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