Era noche avanzada en el Huerto de los Olivos, noche clara y fría. Pedro, Santiago y Juan despertaron de su modorra y se frotaban los ojos. Oían a Jesús cerca y distinguían confusamente su figura, recortada contra el fondo del campo bajo la luz lechosa del plenilunio del mes de Nisán. Evocaron en forma confusa las imágenes de la agonía de Jesús captadas en el semisueño. Pero entendieron con claridad que Jesús les reprobaba por segunda vez su falta de vigilancia.
Los discípulos se quedaron dormidos por segunda vez
Notaron que, por último, el Maestro imprimía un tono perentorio a sus palabras. «Levántense, les dijo, vamos, ya llega el que me va a entregar» Mt 26,46. Se pusieron prontamente de pie y caminaron hacia la entrada del huerto, donde estaban los demás Apóstoles, a la distancia como de un tiro de piedra Lc 22,41.
<Jesús advirtió a todos con voz grave: Miren que el Hijo el Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores Mc 14,41.
Se fijaron ellos enseguida en una alargada banda luminosa que, procedente sin duda de la ciudad, atravesaba la vega y se encaminaba sin titubeos hacia el huerto. No sospechaban siquiera que uno de los doce, Judas, venía como guía de los que prendieron a Jesús Hch 1,16.
Judas lo Entrego
Judas, desde luego, conocía el lugar, porque Jesús se reunía allí frecuentemente con sus discípulos Jn 18,2, por lo que decidía sin vacilar la ruta conveniente en las encrucijadas de los senderos, hallaba los pasos abiertos en los setos y prestamente, cuando Jesús todavía estaba hablando Mt 26,47, se plantó ante el grupo del Señor y los suyos.
A la luz de las linternas y las antorchas Jn 18,3 que traían, se distinguía la abigarrada e inquietante composición del grupo recién llegado. Se trataba de un gran tropel de gente Mt 26,47. Venían armados con espadas y palos. La mayor parte agrupaba a los empleados que uno u otro de los sanedritas había aportado.
Dos de ellos, criados de Caifás, saldrán luego en primer plano por su relación con Simón Pedro: Malco, herido en el propio huerto Jn 18,10, y otro innominado; pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja Jn 18,26, quien delató al apóstol en el patio de la casa de Caifás.
Otros podían ser reconocidos como guardianes del templo, enviados por los príncipes de los sacerdotes y por los ancianos del pueblo. Los uniformes y el armamento denunciaban también la presencia de la cohorte Jn 18,3, comandada por su tribuno Jn 18,12. El conjunto suscitaba el temor propio de quien se encuentra ante un potencial de violencia irresistible dispuesta a entrar en acción.
Judas y su tormentosa calma
Judas, por su parte, vivía momentos de tensa lucidez. Como si la atención concentrada en el objetivo propuesto hubiera abierto un espacio de calma en su tormentoso mundo interior. Apreció que los once Apóstoles se habían agrupado en torno a Jesús y se felicitó por haber previsto con antelación la táctica adecuada para proceder con eficacia.
Según dice Marcos, como Mateo, el que le entregó les había dado esta señal: “Al que yo le bese, ése es: préndanle y llévenlo bien custodiado” 14,44. Los Apóstoles, a su vez, no pensaron en interceptar a Judas cuando este, enseguida se acercó a Jesús y le dijo:
“Salve, Rabbí” y le besó Mt 26,49. La traición estaba consumada y la entrega, hecha. Ese beso fugaz anudó, en el misterio de los designios de Dios, la hora de Dios con la del diablo.
Ya apenas escuchó Judas la respuesta del Señor ante el saludo y el beso. Jesús le dijo: “Amigo, ¡haz lo que has venido a hacer!” Mt 26,50. Se apartó un tanto el traidor y los demás, se acercaron, echaron mano a Jesús y lo apresaron ibid.
Todavía, antes de que se marchara Judas, quizá a cobrar su paga, le alcanzó el timbre herido de la última palabra que recibiera de su Maestro: “¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?”Lc 22,48