Desde hace 7 años Poncio Pilato era el Prefecto de la provincia romana de Judea. Gracias a sus contactos políticos había llegado a este alto cargo tanto tiempo deseado. Si lo hacía bien podría seguir ascendiendo en su carrera en el Imperio. Ciertamente no había sido fácil gobernar a este pueblo con tantas costumbres religiosas que a él le parecían meras supersticiones.
Esa mañana, durante la importante fiesta de la Pascua, los dirigentes de Israel le trajeron amarrado a Jesús de Nazareth. Le acusaron de una serie de delitos que iban contra la religión y pidieron la pena de muerte.
Pilato lo interrogó y prontamente se dio cuenta de que no había ningún delito contra la ley romana. Pero ellos insistieron. Para calmarlos le mandó a flagelar. Después de ese terrible suplicio, los israelitas, contrariamente a lo que esperaba Pilato, pidieron su crucifixión.
“No hallo en él delito alguno” –les replicó. Ellos astutamente amenazaron: “Si lo sueltas no eres amigo del César, pues todo el que se hace rey se rebela contra el César”.
Pilato se dio cuenta del peligro que esto significaba para su carrera y cedió. No quería tener problemas con el Emperador. Después del gesto teatral de lavarse las manos para mostrar su inocencia, le mandó crucificar.
“¿Qué es la verdad?”, había preguntado a Jesús, pero no esperó respuesta, porque la verdad no le interesaba. La única verdad era la suya, su propio interés.
Terrible decisión, lamentable decisión es el actuar cobardemente contra las propias convicciones. Penoso papel representa delante del Señor quien contraría su conciencia.
Se sigue repitiendo
Pero no nos escandalicemos tanto de Pilato, pues la historia sigue repitiéndose en la vida de algunos cristianos a lo largo de los tiempos. Cuántos que frente a un ambiente adverso esconden detrás del silencio su fe; ¡cuántos que por amor al dinero dicen “los negocios son los negocios”!; tampoco han faltado los políticos católicos que han votado y votarán a favor del aborto a pesar de lo que dice el Papa y los obispos desde hace veinte siglos.
¡Siguen afirmando que ellos son firmes creyentes! Razones, variadas: cobardía, codicia, amor a los beneficios terrenales … En definitiva, INCOHERENCIA.
Quizá también nosotros hemos sido muchas veces incoherentes. Decimos amar la verdad y sin embargo hemos mentido.
Aseguramos que queremos ser santos en nuestro trabajo, pero tenemos que arrepentirnos de algunas injusticias que hemos cometido contra nuestros subordinados.
Vamos todos los domingos a Misa con la familia, pero cuando se está criticando a nuestra Iglesia, a nuestros pastores, guardamos un prudente silencio.
¿No es bastante parecido a lo que hizo Pilato cuando mostramos que los hechos de nuestra vida no concuerdan con lo, se supone, que llevamos en nuestro corazón: nuestra identidad cristiana?
Aprender a dar la cara
Pero traigamos a nuestra consideración a otro personaje del Evangelio: José de Arimatea. Era miembro del Sanedrín, el tribunal supremo de los judíos. Un «hombre rico» según san Mateo; un hombre «ilustre» según san Marcos; «persona buena y honrada» dice san Lucas; «…que era discípulo de Jesús» agrega san Mateo, «pero clandestino por miedo a las autoridades judías», según san Juan.
A la hora del juicio a Jesús en el Sanedrín, él se opuso por considerarlo ilegal, pero su defensa del Señor no fue escuchada.
Después de la muerte de Jesucristo en la Cruz, cuando la mayoría de sus discípulos habían huido, él –con gran valentía- se presentó a Poncio Pilato pidiendo autorización para bajarlo de la Cruz y sepultarlo. Más aún, con ayuda de Nicodemo, lo puso en su propia sepultura.
¡Qué grande eres José! Actúas con coherencia a tu amor a Jesús, sin importarte el qué dirían tus colegas del Sanedrín que habían pedido su condena; sin miedo a las represalias del populacho.
Estamos viviendo una época en el mundo en que no está de moda ser cristiano. Peor todavía, estamos en momentos de burla, de acallamiento, de persecución más o menos abierta a quienes dicen seguir a Cristo: desde la funcionaria de aerolíneas británica expulsada porque se niega a quitar de su cuello el crucifijo, pasando por la norteamericana del Registro Civil que fue encarcelada por negarse a celebrar matrimonios homosexuales, hasta llegar al ejemplo más violento y sangriento como son los miles de cristianos que en Oriente han sido y están siendo perseguidos y asesinados por fundamentalistas islámicos.
Tener fe sólida
¡Se necesita una gran fe y fortaleza para no ceder! También en Chile están habiendo cambios culturales, políticos y legislativos en que se hace necesaria mucha firmeza en la fe y muchas agallas para ser coherentes con nuestra fe católica.
¡No basta con declaraciones teóricas; mucho menos basta con una religiosidad silenciosa vivida puertas adentro de nuestro hogar! Tenemos que vivirla en todas partes: en nuestra oficina de trabajo, comportándonos como hijos de Dios con nuestros colegas; en la diversión sana y alegre; en el apostolado que hacemos para transmitir las convicciones propias de un católico sobre el matrimonio, la defensa de la vida, la ética de los negocios, etc. …
Pidámosle al Señor que nos haga valientes; esforcémonos diariamente para ser coherentes estemos donde estemos.
No ocultemos nuestra fe católica; si lo hacemos estaremos imitando al Prefecto Pilato porque estaremos actuando contra nuestras convicciones. Ser coherentes no es cuestión de carácter, de personalidad.
Es sobre todo resultado de una fuerza interior que en un católico se alimenta de la gracia. ¿Cómo vamos a ser fuertes si no curamos nuestra debilidad en la Confesión Sacramental, si no alimentas nuestra alma con la Comunión frecuente?
Tras la inicial flaqueza, los Apóstoles y discípulos se juntaron con María. Rezaron con Ella. Se alegraron con la Señora por la Resurrección y, junto a Sta. María, esperaron Pentecostés.
Pidamos a la Madre de Jesús y Madre nuestra que nos ayude con su ejemplo y oración a ser cristianos de fe grande que se muestre con la coherencia de nuestra vida: que seamos discípulos confiables.