Siempre he tenido un especial amor y cercanía a la Virgen María. Aprendí a rezar el Rosario cuando era pequeña, recuerdo rezarlo cuando hacíamos viajes largos en familia, también, desde que tengo memoria con frecuencia acudíamos a dos devociones marianas muy conocidas en Ecuador, el Rosario de la Aurora por la novena de la Dolorosa del Colegio , y a las peregrinaciones al Santuario del Cajas. Desde entonces, María siempre ha sido parte fundamental de mi vida como católica.
Hace algunos años, cuando inicié un camino más profundo de conversión, más cercano a Dios y a la oración, las apariciones marianas y sus mensajes comenzaron a llamar más mi atención. Encontré, en los distintos mensajes de María, la manera más tierna de acercarme a Jesús.
Una de mis advocaciones preferidas es la de Nuestra Señora de Guadalupe; la Morenita.
Hoy les quiero contar la historia de San Juan Diego y Virgen de Guadalupe.
¿QUIÉN ERA JUAN DIEGO?
El relato sobre las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe cuenta que Juan Diego nació en el año 1474 en el «calpulli» de Tlayacac en Cuauhtitlán, y recibió el nombre de Cuauhtlatoatzin, que quiere decir «el que habla como águila». Pertenecía a la clase más baja del Imperio Azteca, a quienes llamaban «macehualli», o «pobres indios», pues no eran parte de ninguna categoría o jerarquía como funcionarios, sacerdotes, mercaderes o guerreros, y tampoco eran esclavos. Es decir, Juan Diego perteneció a la clase más “desconocida” del Imperio Azteca, y es así como se describió él ante Nuestra Señora; “un pobre hombrecillo”.
Más del Santo Azteca
San Juan Diego, al pertenecer al Imperio Azteca, no tuvo formación católica desde su nacimiento, sino que adoptó el catolicismo ya avanzada su vida. La historia cuenta que Juan Diego se bautizó, junto a su esposa, entre los años 1524 y 1525, pero que antes de su conversión, ya era devoto y religioso.
La primera aparición ocurre mientras él recorría un largo camino hacia Tenochtitlán para asistir a misa y recibir la doctrina cristiana. Juan Diego dedicó su vida a cultivar la tierra y fabricar matas para venderlas. De los testimonios que se pudieron recabar sobre su vida, se distinguía por ser trabajador, honrado y religioso, calificado como “buen indio” y “hombre santo”, apelativos inusuales y difíciles de adquirir en la comunidad Azteca.
DIÁLOGO ENTRE LA VIRGEN DE GUADALUPE Y JUAN DIEGO
Todos conocemos la historia de la Virgen de Guadalupe, como ella acude al indio Juan Diego para solicitar la construcción de un templo, y que él insistentemente acude al obispo, sin que éste crea, a menos de recibir una señal; señal que se manifiesta en la milagrosa tilma que lleva impresa la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Sin embargo, creo que pocas veces nos hemos detenido a meditar el diálogo de la Virgen de Guadalupe con Juan Diego.
Juan Diego recibió cuatro visitas de la Morenita, y en cada una de ellas hay un diálogo y un mensaje especial. Desde el primer encuentro, la relación de la Morenita con Juan Diego es de ternura y sencillez, como la de una madre con su hijo. María llama a su hijo con dulzura, y Juan Diego reconoce, aún sin saber de quién se trataba, la voz de su madre; se presta, inmediatamente, a servirla y atender sus pedidos.
Estos son los pasajes, del diálogo entre la Virgen de Guadalupe y Juan Diego que despertaron especial atención en mí.
Juan Diego reconoce a la Virgen de Guadalupe
Era la madrugada, al llegar al Tepeyac, escuchó un canto inusual de los pájaros y se maravilló, se detuvo a observar. El relato continúa: “Y tan pronto como cesó el canto, cuando todo quedó en calma, entonces oye que lo llaman de arriba del cerrito, le convocan: Mi Juanito, mi Juan Dieguito”. Ante el llamado, Juan Diego no dudó un segundo en acudir a la bella doncella y postrarse ante su presencia.
Juan Diego, antes de que María se revele a él como la Madre de Jesús, ya la reconoce, pues a la pregunta de a dónde se dirige, responde “Mi señora, mi reina, mi muchachita allá llegaré a tu casita de México Tlatelolco”, le hace saber que va al templo; a su casa. La Virgen de Guadalupe le hace conocer que es la Virgen María, y su deseo de que en ese lugar se construya el templo para glorificar a su hijo Jesús.
Juan Diego acepta su misión con amor:
Esta es quizás la parte más bonita del relato. La Virgen de Guadalupe en ningún momento ordena a Juan Diego, acudir al obispo con su mensaje, sino que con dulzura le dice: “¡Ojalá aceptes ir y tengas la bondad de poner todo tu esfuerzo!”. Juan Diego con la más grande humildad, disposición y amor responde: “Señora mía, Reina, Virgencita mía, ojalá que no aflija yo tu venerable rostro, tu amado corazón; con el mayor gusto iré, voy ciertamente a poner en obra tu venerable aliento, tu amada palabra; de ninguna manera me permitiré dejar de hacerlo, ni considero penoso el camino.”
Juan Diego se reconoce indigno y la Virgen de Guadalupe engrandece su humildad
Juan Diego, reconociéndose indigno de tan gran misión, pide a la Virgen de Guadalupe, que elija a un ilustre y noble representante como mensajero, a quien se le creerá, y dice: “yo en verdad no valgo nada, soy mecapal, soy cacaxtle, soy cola, soy ala, sometido a hombros y a cargo ajeno, no es mi paradero ni mi paso allá donde te dignas enviarme…”. María, encontrando en Juan Diego todas las virtudes necesarias para llevar su mensaje le responde: “Escucha, hijito mío el más pequeño, ten por seguro que no son pocos mis servidores, mis embajadores mensajeros a quienes podría confiar que llevaran mi aliento, mi palabra, que ejecutaran mi voluntad; más es indispensable que seas precisamente tú quien negocie y gestione, que sea totalmente por tu intervención que se verifique, que se lleve a cabo mi voluntad, mi deseo.”
El diálogo de María y su mensajero es siempre de amor. La Virgen de Guadalupe siempre se refiere a él, y en él a todos nosotros, como su hijo predilecto, como lo más amado y consentido.
Las palabras de la Virgen de Guadalupe son, en todo momento, un llamado a su amor y protección, a que voluntariamente Juan Diego, y también nosotros, acudamos a ella y hagamos a través de ella, la voluntad de Dios.
Las palabras de Juan Diego son, en todos sus encuentros con María, como las de un niño, inocente y maravillado por lo que escucha y ve. No se asusta, no cuestiona, no duda, solamente cree. El corazón sencillo, humilde y devoto de Juan Diego permite que, desde el inicio antes de que sea manifestado, reconozca a la Morenita como la siempre Virgen María, su madre.
EL MENSAJE DE LA VIRGEN DE GUADALUPE EN LA VIDA DE SAN JUAN DIEGO
La Virgen de Guadalupe a través de Juan Diego, quiere presentarse ante nosotros como el camino seguro a Jesús. Es por esto, que pide que se construya un templo, para conocerlo y glorificarlo. Este templo no solamente es físico, en la oración y nuestra relación diaria con María, también podemos construir nuestro templo espiritual. María también nos llama a buscar y aceptar la misión que Dios tiene para nuestras vidas, y a cumplirla sin temor.
La Virgen de Guadalupe ha querido también plasmar en Juan Diego su mensaje de amor materno.
En Juan Diego estamos también todos nosotros, a quien nuestra Madre llama sus hijos predilectos, sus consentidos, a quienes cuida y protege.
La Virgen de Guadalupe quiere enseñarnos que en la calma y el silencio podemos escuchar su llamado, y en la sencillez y la inocencia reconocerla.
En nuestra oración diaria, nosotros también podemos conversar con María como lo hace Juan Diego, como una madre con su hijo. Con Juan Diego, la Virgen de Guadalupe resalta las virtudes necesarias para llegar a ella y por ella a Jesús; la inocencia y la capacidad de maravillarnos, como niños, ante las manifestaciones de Dios en nuestra vida.
¡Seamos más como Juan Diego!
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Hermoso, que lindo revestirnos de Juan Diego en sencillez, obediencia para reconocer a la madre tierna, silenciosa,llena de gracia para llegar a Jesús nuestro Salvador
Hermoso, que lindo revestirnos de Juan Diego en sencillez, obediencia para reconocer a la madre tierna, silenciosa,llena de gracia para llegar a Jesús nuestro Salvador