Pocas horas antes de la ceremonia de Ordenación Sacerdotal el entonces Prelado del Opus Dei nos recordó que íbamos a ser curas sobre todo para acercar almas a Jesús a través de los sacramentos. Que ese era el don más grande que Dios había dado a la humanidad, hacerle presente en el mundo por medio de la realidad sensible de la Eucaristía y por su misericordia en la Confesión. Y ese es el papel de todos los sacerdotes.
Ahora que se abre en muchos sitios la posibilidad de volver paulatinamente a los sacramentos, me parece fundamental reflexionar sobre su importancia. Aunque todavía haya miedo de contagio y se deban extremar las formas de protección, es crucial hablar de la necesidad de la gracia.
Volver a tocar a Cristo
Todos recordamos el milagro sobre una mujer que sufría flujos de sangre que se abre paso entre la multitud para tocar el borde del manto de Jesús. Ella estaba convencida de que Jesús era el único que podía liberarla de su enfermedad. Cuando la mujer tocó el manto, el Maestro se volvió hacia ella y la miró con ternura y misericordia. Fue un encuentro personal y de acogida, en el que elogió su fe sólida, capaz de superar cualquier obstáculo y adversidad para llegar a Él.
La tímida audacia de la hemorroísa debe servirnos para tocar a Jesús. Su timidez nos puede ayudar a no perder el respeto al Santo de los Santos. Su audacia para acercarnos más frecuentemente a los sacramentos. La fe une timidez y audacia y se manifiesta consiguiendo lo que desea ardientemente. No olvidemos que Jesús está esperando que le toquemos en los sacramentos con audacia y respeto.
Creo que es patente que necesitamos volver a tocar al Señor con la fe de aquella mujer en todos los sacramentos, y superar las posibles dificultades para hacer factible ese encuentro. Alegra comprobar cómo la hemorroísa cuenta a todos su curación. Nosotros podremos proclamar la alegría de los dones que se nos dan a través de la recepción, con fe viva, de los sacramentos.
Necesidad para caminar
Todos los cristianos necesitamos de la Eucaristía y la Confesión para ser coherentes con nuestra fe. La gracia santificante, que nos viene por los sacramentos, es esencial para que sea posible el camino de la santidad. La periodicidad oportuna en la recepción de los sacramentos mueve al alma en la dirección correcta. No es lo mismo ir de vez en cuando que hacerlo con regularidad.
Mejorar nuestras disposiciones en la recepción de los sacramentos es vivir aquella expresión tan bonita de la liturgia: «sancta sancte tranctanda», las cosas santas deben ser tratadas santamente. Es lógico que tengamos hambre de acercarnos al altar.
Con la seguridad del caso
Ya tenemos experiencia, después de miles de misas en estas últimas semanas en los Estados Unidos, de que el lavado de manos, el distanciamiento social y el uso de mascarilla han ayudado a prevenir la propagación del COVID-19. Así lo concluyó un grupo de investigadores (se puede ver el artículo aquí). Incluso siguieron cinco casos en que se confirmó que personas que, sin saberlo, tenían la enfermedad, participaron de ceremonias religiosas, en concreto de la Santa Misa, y después de un seguimiento de un largo periodo se confirmó que ninguno de los asistentes resultaron contagiados.
Han pasado varios meses sin regularidad en los sacramentos y eso puede haber enfriado a muchos, tal vez sin darse cuenta. Con la debida prudencia hay que hacer lo necesario. Hay que cuidar especialmente a las personas de alto riesgo (edad, preexistencias, o algún tipo de condición especial), pero si ya salimos al supermercado o al trabajo sería muy agradable a Dios que también, como la hemorroísa, nos acerquemos a tocar su manto en los sacramentos para robarle la gracia y quedar sanos.
¡Ánimo ?!
Fotos de César Farías y Rafaela Müller